Tengo la impresión de que Oriol Junqueras domina mejor el contenido y los conceptos de los evangelios que la economía y las ciencias políticas. En el terreno de la economía, durante un debate televisado, no resistió ni cinco minutos el empuje dialéctico de Josep Borrell; y, en lo referente a la controversia política, hemos comprobado que se deja llevar en demasiadas ocasiones por la lágrima fácil o el exabrupto escatológico. “¡Y una puta mierda!”, exclamó irritado ante una pregunta del diario El País. Pero en lo referente a cuestiones histórico-místico-religiosas hay que reconocer que se desenvuelve con agilidad manifiesta. Me explicaré. Hace un par de años, en un artículo publicado en un periódico digital, Junqueras amonestó a algunos de sus correligionarios que despotricaban de sus contactos con Podemos y Pablo Iglesias. Comparó la intransigencia de aquellos puristas del partido con “los zelotes y sus tradicionales reproches”. Es público y notorio que al líder de Esquerra le gusta trufar de referencias bíblicas conferencias, artículos e intervenciones. La comparación de los republicanos intransigentes con los zelotes fue para nota, hay que reconocerlo.
Cuentan que fue Judas de Galilea quien, por allá el siglo I de la era cristiana, impulsó una facción política nacionalista radical --los zelotes-- enfrentada a fariseos y saduceos (Los ‘botiflers’ y ‘nyordos’ de la época) a los que acusaban de colaboracionistas con los romanos. Aquellos puristas propugnaban la independencia y la segregación de Judea del Imperio Romano mediante una gran revuelta judía (La ‘DUI’ de la época). Ni que decir tiene que la insurrección fracasó --aunque duró más de ocho segundos-- y, con la derrota, el venerado Templo de Jerusalén acabó seriamente mutilado. Sólo quedó en pie lo que hoy conocemos como el Muro de las Lamentaciones. Los errores históricos tienen un precio, conviene tomar nota de ello..
Pero los zelotes del siglo XXI, que el catequista Oriol criticaba en su artículo, rebrotan en Cataluña cada vez que se aproxima un periodo electoral. Sí, están ahí incombustibles y se reencarnan, según convenga, bajo unas u otras siglas. En esta ocasión la facción de los intransigentes se aglutina alrededor de la sacerdotisa Laura Borràs y la tropa variopinta que hoy da forma al partido que lidera Carles Puigdemont. Son los que se echan al monte a la espera de que, a lo largo de la noche de San Valentín, se despeje la duda de quien ostenta el mando en el inframundo del secesionismo. Ha mutado tanto el discurso y la praxis política de los seguidores del prófugo de Waterloo, que en este país ya todo es posible. El giro radical de Junts les aproxima a los postulados de la CUP, al tiempo que diluye la vieja cultura de gobierno que aún conservaban los más de veinte años pujolistas. ¿Castigará el viejo electorado convergente el aventurerismo de Junts per Catalunya? ¿Buscará nuevos referentes, o se abstendrá harto de tanta gesticulación inútil? Algunos analistas advierten, y con razón, que no siempre suelen coincidir las atrevidas posiciones de los militantes de los partidos con el pensamiento y las sensaciones de su electorado más tradicional. La apuesta de la militancia por Borràs, en detrimento de Damià Calvet, implica un retorno al discurso de la ‘revuelta definitiva’. ERC, en cambio, ha optado por buscar un puerto seguro donde calafatear la nave a la espera de que las condiciones atmosféricas le permitan volver a navegar. El electorado nacionalista que no huya desencantado hacia la abstención, o hacia el voto útil para una buena gobernanza que encarna Miquel Iceta, deberá optar por una de las dos almas del secesionismo.
Puristas, zelotes del siglo XXI, frikis, tránsfugas del PSC y radicales de fin de semana, se han lanzado a la batalla sin ponderar las consecuencias y los efectos negativos que pueden acarrear sus actos. Los intentos de algunos personajes, como Josep Costa, de vertebrar un Frente Nacional patriótico en el que quepan la extrema derecha nacionalista, los admiradores de los hermanos Badía y el Moviment Identitari Català, son un mal augurio. Si Laura Borràs juega a convertirse en el faro de los nuevos zelotes, tarde o temprano echará en falta la luz. Se apagará para siempre.