Badalona es una herida que no restañará. Los simpapeles se arremolinan en naves como la del Gorg, donde la noche del miércoles hizo estragos Belcebú. El alcalde de la ciudad, Xavier Garcia Albiol, se cubre las espaldas al decir que a los propietarios de la finca --adquirida en 2009 por dos jugadores de baloncesto de la ACB-- “se les había abierto un expediente sancionador por desentenderse de la propiedad”. Se trata de Xavi Fernández y Antonio Medianero, que adquirieron el inmueble en 2009, por medio de la instrumental Casa & Home Asesores e Inversores Inmobiliarios SL. Cuando todo se convirtió en una caldera en llamas, la gente del interior del edificio se tiraba por las ventanas y los vecinos les colocaban colchones para amortiguar el golpe sobre el asfalto. Los testigos hablan de imágenes espectrales y dicen que, después de la compasión, llegó el dolor de corazón. Amamos lo que nos destroza por dentro.
La vida sigue y el migrante se siente impelido a ocultarse en la multitud. Entre la Ley de Extranjería y la falta de papeles, encuentra resquicios para trabajar de forma itinerante, sin empleo reconocido. Su entrada en el mercado laboral es imposible. Mueve su venta ambulante entre urbanitas autóctonos que entran y salen del metro, trabajan en edificios de cristal y comen de camino. De noche, la vigilia es ley; los subsaharianos se reúnen, a veces, debajo del Pont del Petroli, donde unos lloran a sus muertos contemplando el horizonte marino, otros se aman y otros practican la capoeira. La Badalona que canta Serrat siempre será bonita. Hay ciudades que mejoran sus vistas a vuelo de pájaro y otras que invitan al paseo por sus calles y plazas. Badalona es de las segundas; promete escaparates bajo los soportales del centro y llama al visitante desde sus playas.
Pero la presión migratoria no cesa y los filtros son incapaces de frenarla, hasta el punto de que los ministros Marlaska y Escrivà se culpan mutuamente de los vuelos con migrantes que llegan de Canarias y se esparcen por la península. En Badalona, ni el Govern autonómico ni el ayuntamiento tenían un plan sobre el uso del edificio siniestrado, y tampoco supimos nada de un informe social de sus moradores hasta horas después, cuando Albiol prometió aportar nuevos documentos esclarecedores. El cardenal Omella pide a la grey católica que rece por la suerte de los damnificados; pero al pueblo no le gusta que la mitra le sirva de apoyo a la ineficiente política. Las peleas partidistas empezaron 48 horas después de sofocado el incendio, cuando el alcalde de Badalona aseguró que sus antecesores en el cargo, Dolors Sabater (Guanyem Badalona) y Àlex Pastor (PSC) desatendieron los conflictos vinculados a la nave ocupada: “No actuaron para evitar una desgracia como esta”. Es cierto, pero vayamos al grano. El primer Albiol se distinguió por un indisimulado toque xenófobo; las dos izquierdas que le siguieron, los Comuns y el PSC, destacaron por su incapacidad ante un problema que ni siquiera reconocieron. La nave abandonada era una bomba de relojería de la que muchos alertaban pero que nadie fue capaz de desactivar; y para colmo, la pandemia agravó la situación.
Puede que Albiol tenga razón en parte, pero él se limitó a actuaciones gubernativas. Ciertamente, diez minutos antes del incendio del pasado miércoles, la Guardia Urbana y la Policía Nacional habían concluido un operativo de control perimetral de la zona, una práctica de probada ineficacia. En 15 años no ha habido entradas de registro en la nave; en el ayuntamiento han gobernado Albiol, Sabaté, Pastor y de nuevo, Albiol, ahora con el gesto sobrado del marqués de Spinola en La rendición de Breda. Pero me da que esta vez lleva razón. Albiol acierta: tiene los papeles que demuestran los seguimientos de la nave entre administraciones durante más de una década. Encamina el problema hacia la solución; bravo, pero ha de saber que la praxis política solo vale si encara los momentos difíciles. Solo vale un nunca mais, como el del Prestige, en 2002. De lo contrario, la política pervierte las situaciones límites, casi siempre por abandono.
La Administración no resuelve y la ciudadanía duerme sin remordimientos disfrutando moralmente de una frontera permeable y, aparentemente, más humana que las del Báltico. Cuando las cosas se ponen feas, muchos argumentan que, ya que somos el límite Sur de la UE, que resuelva Europa; es decir, que inventen ellos. Con el deber cumplido, Albiol acierta esta vez, aunque se blinde en la imposibilidad de hacer más por falta de competencias. El incendio mortal corre los visillos tras los que se ocultaba el grave problema de la vivienda de los migrantes, que concierne a toda el área metropolitana; solo en Barcelona hay 70 edificios-campamento que albergan a 400 personas, reconoce el Ayuntamiento de Ada Colau. Hay asentamientos en naves industriales, pero también en locales cerrados o en solares pendientes de construir. Este submundo se concentra básicamente en el barrio del Poblenou, el viejo Manchester Catalán, lleno de naves y solares vacíos cerca de los distritos poblados, como Villa Olímpica o 22@.
Durante años, fueron solo una decena de simpapeles los que malvivían en la nave siniestrada. A partir de 2010 empezaron a llegar paisanos de mayoría senegalesa. Cada uno se construía su habitación con madera y cartones; al final, en cada rincón de la casa, había un fogón eléctrico y a cada habitación llegaban los cables de la luz pinchada en la calle; y de vez en cuando, los cables se quemaban. Y precisamente, la incandescencia de un cable eléctrico podría haber sido ahora la causa real del siniestro, después de descartarse la pista de una vela encendida.
Los de la nave del Gorg trafican con chatarrería metálica y practican el top manta; algunos de sus vecinos les acusan de vender drogas y pelearse a machetazos. Pero ellos solo son el resultado de una cadena de población y recursos que resulta inversamente proporcional a las necesidades. Cuando desembarcan en nuestras costas, los migrantes ocupan el último eslabón; se adentran en los confines, allí donde la supervivencia lo es todo.