Gracias al movimiento de la corrección política o a la hipocresía, o acaso sea por casualidad, cada vez se ven más personajes en las series, en los anuncios de lencería, o de vida familiar estupenda, cuyas actrices son personas “de color”, o “racializadas”.
O, si se prefiere usar un término antiguo y anacrónico que nadie entiende: “negras”. Se supone que la normalización de la presencia de las negras en el espacio público es el reconocimiento de una realidad hasta ahora silenciada, un avance, un progreso contra el racismo.
Seguramente esta moda de incorporar a la representación social a muchachas negras responde a la realidad social de países que tratan de asimilar a su espacio de representación la realidad racial de sus colonias o ex colonias, que ya se han incorporado a su tejido social. Se procura normalizarlo. Quizá incorporar a la esfera del consumo a una “segunda generación” de inmigrantes hasta ahora ignorados.
En España hay algo ligeramente raro en esa ubicuidad de chicas negras en sus apartados publicitarios. Parecen un salvoconducto, no se sabe muy bien a qué país. Suenan tal falsas como esa sobreabundancia de rubias en la publicidad catalana.
En primer lugar, por supuesto, se observa que esas negras son siempre de mujeres jóvenes, estilizadas y atractivas. Esas “negras” admitidas en el paraíso de nuestro imaginario colectivo siempre son sexys. ¿A lo mejor luego, cuando ellas se hayan “normalizado”, vendrán sus madres, y sus arrugadas abuelas negras a anunciar el salchichón de la casa Tarradellas? Chi lo sa.
La joven negra, la joven de piernas interminables y piel de reluciente ébano, aporta al desfile de moda de las grandes empresas de alta costura, sobre todo si está encajada entre dos rubias, un je ne sais pas quoi, un plus de cosmopolitismo y de sofisticación, la idea de apertura, y el ensueño de la variedad del mundo. Y certifica que la empresa anunciante está al corriente del signo de los tiempos.
Pero no se trata solo de los niveles altos de la sociedad. También el mensaje normalizador llega a las clases bajas. Por ejemplo, en la parada de autobús, a gran tamaño, te sonríe ese anuncio con la chica de la casa “Tezenis”, con su magnífica dentadura de marfil, casi a punto de partirse en una gran carcajada simpática, por encima de su sujetador y sus pechos negros y suculentos.
Me parece bien, estupendo, aunque sospecho que aquí se nos oculta algo, se nos tima.
El hecho de que la nueva “007” en la próxima película de James Bond no sea un varón sino una actriz, y además de piel negra, ¿qué demonios significa? Para negras en James Bond, lo mejor ha sido hasta ahora Grace Jones, a quien Roger Moore definió así en sus memorias: “Mi madre me enseñó que si me preguntaban mi opinión sobre alguien y no tenía nada bueno que decir no dijese nada. Pues bien: sobre Grace Jones no digo nada”.
Lo cual era lo mismo que decirlo todo.
Pienso que Lashana Lynch, esa nueva James Bond estilizadamente negra, es pura asimilación, y que si hubiese verdaderas ganas de romper con el machismo reaccionario consustancial al mito cutre, al ensueño popular y ordinario del agente 007, la nueva agente con “permiso para matar” no se debería conformar con ser negra, sino que debería también procurar ser lesbiana. Por lo menos. O mejor aún, transexual.
¡Hasta Baudelaire quería una negra! ¿quién no?... Pero lo verdaderamente progresista, en vez de una joven suculenta de reluciente piel de ébano, sería una 007 india, mestiza, suramericana, entrada en años si es posible, con su poncho y su sombrero de paja proyectando sombra sobre sus ojos rasgados, herencia de su ascendencia asiática, de sus antepasados que llegaron al subcontinente a través del estrecho de Bering, y esa piel del rostro cobriza y cuarteada por el sol y el sufrimiento… Bajita, de anchas caderas, de piernas torcidas, humillada y estupefacta. Y diciendo: “Me llamo Bond… James Bond”. Sí, la que cuida de tu anciana madre y se pasa la horrible tarde rezando.
--¿Qué le pongo? ¿Whisky, champagne Mumm…? ¿Cristal?...
--Naáá… Pisco. Sacudido, no agitado.”
Lo demás --las negras, y los blancos, y la madre que los parió a todos-- son caramelitos. Y como decía Minna, “caramelle, no ne voglio più”.