El personaje se llamaba Agustina del Carmen Otero Iglesias, aunque todos la conocieron por Carolina Otero. Era gallega del pueblo de Valga (Pontevedra). Nacida en 1868 y se convirtió en una de las protagonistas más famosas de la Francia de la Belle Époque. Sus orígenes sociales fueron muy humildes. Hija de una madre soltera, posible gitana, y de un oficial de la armada griega, en el marco de una familia numerosa con cinco hermanos. Violada brutalmente a los diez años por un zapatero de su pueblo con rotura de pelvis incluida lo que a la postre implicó su esterilidad, pronto huyó de su pueblo.
Tuvo su primer amante a los trece años. Este fue el que la introdujo en la prostitución aparte de enseñarle a bailar flamenco. Marchó a Lisboa trabajando en una compañía de cómicos. A los veinte años conoció en el Palacio de Cristal de Barcelona a un banquero (Ernest Jungers) que la promocionó como bailarina con el flamante nombre de la bella Otero, como presunta andaluza y gitana, en tiempos de fascinación francesa por el arquetipo romántico de la Carmen de Mérimée. Algunos sostienen que llegó a casarse con el conde Guglielmo.
La Bella Otero , referente gallego de la Belle Époque / YT
Dos años después actuaría en Nueva York logrando fama internacional que la llevó a recorrer todo el mundo. En Rusia llegó a conocer a Rasputín. En París se convirtió en la estrella del Folies Bergère. Más allá de sus dotes como bailarina en la que mezclaba todos los estilos de danza siempre con exotismo, ella ejerció como amante de hombres poderosos, recibiendo regalos de joyas esplendorosas (entre otras el collar de diamantes que había tenido María Antonieta). Fue amante, entre otros, de Alfonso XIII, Guillermo II de Alemania, Nicolás II de Rusia, Leopoldo II de Bélgica, Eduardo VII de Inglaterra, aparte de político influyentes como Arístides Briand.
Acumuló una importante fortuna que dilapidó por su ludopatía en los casinos de Niza y Montecarlo. Se retiró a los 42 años, viviendo sus últimos años en Niza en la pobreza, con una pensión que le proporcionaba el casino de Montecarlo por la publicidad que ella había hecho del juego. Murió en 1965, casi centenaria.
Grandes actrices
De su fama es buen reflejo la cantidad de películas que se han hecho sobre su personaje. María Félix en 1954, Angela Molina en 1984, en una serie italiana, Natalia Verbeke en 2008 y Noelia Toledano en 2013, interpretaron su personaje en el cine. Nadie, desde luego, mejor que la mejicana María Félix que supo incorporar en su rol una ambigüedad moral que le otorgaba un singular morbo.
Se han escrito muchas biografías de ella. La primera se escribió en 1926 por parte de Claude Valdemont, basándose en presuntas memorias de ella. La última, la de Carmen Posadas (Planeta, 2001). La Bella Otero dominó, como pocas mujeres, las artes de la seducción y la capacidad para extraer dinero de sus ricos amantes. Se le llegó a considerar la cortesana más sensual y codiciada de los siglos XIX y XX. La violación, siendo niña, marcó su vida.
Una nómada
Fue siempre una nómada, que solo encontró un referente placentero: la adicción al juego. Nunca disfrutó del sexo que tanto ejerció. Su inventor y protector Jungers, se suicidó. Carlos Fuentes en su obra Cambio de piel (1967) creyó que era gaditana y exploró bien el vacío interior de la mujer tan deseada, Gonzalo Torrente Ballester escribió un cuento sobre ella en el que expresaba que “poco se sabe de ella y será lo que el escritor quiera” analizando sus problemas en la adolescencia y Ramon Chao escribió sobre su capacidad para fingir el propio placer desde la frigidez. El relato de Chao empieza con un frustrado intento de entrevista en 1955 a la Bella Otero y el presunto hallazgo de un baúl en Niza con las pertenencias de ella tras su muerte. El texto de Chao se escribe en primera persona como si lo hiciera la propia Otero.
Sin duda, fue el sex symbol español con mayor impacto en el mundo. Toulouse-Lautrec le dedicó alguna pintura y el poeta José Martí le ofreció no pocos versos. La gallega, que todos creyeron andaluza, murió en la más absoluta pobreza y soledad. En la memoria de sus tiempos gloriosos, debió contar el que siete hombres se suicidaron por ella, al no poderla poseer. Según Maurice Chevalier, su capacidad artística era nula. Según él “todo se reducía a sexo y solo sexo”. En cualquier caso, ella había oído repetir muchas veces la misma cantinela de sus amantes: “arruíname, pero no me dejes”.