Una falacia sobre el miembro viril
La bióloga estadounidense Emily Willingham reflexiona en su nuevo libro sobre la historia del pene y se pregunta por qué la vagina ha sido excluida de la investigación científica
25 octubre, 2020 00:00¿Es realmente el pene un órgano tan especial para justificar que se haya convertido en una obsesión de la humanidad a lo largo de la historia?
Algunas respuestas las tiene la investigadora y periodista científica estadounidense Emily Willingham, que señala, de entrada, que no. Y para demostrar que tanta fascinación por el falo masculino como signo de poder y dominación, tanto en el terreno científico como cultural, no es más que una falacia, decidió escribir su nuevo libro Phallacy: Life Lessons From the Animal Penis (Falacia: Lecciones de vida del pene animal): una aproximación al pene humano, partiendo primero de un repaso exhaustivo al pene de los animales --comparando todo tipo de formas, colores y longitudes-- para acabar con una reflexión sobre la sobrevaloración del pene en la sociedad occidental.
“Nada genera más clicks que una historia sobre penes, incluso si es sobre un pene de 1.5 milímetros de longitud con millones de años de antigüedad”, escribe Willingham después de contar en su libro el asombro de un aracnólogo alemán al descubrir que uno de los primeros ejemplares de araña del planeta Tierra, el Halitherses grimaldii, era capaz de mantener una diminuta erección.
Bióloga especializada en Urología, Willingham dedica la primera parte del libro a recopilar decenas de anécdotas científicas como la anterior. Por ejemplo, que el pene de un percebe puede llegar a tener una longitud nueve veces superior a la de su cuerpo, que algunos caracoles desarrollan el pene en medio de su rostro o que algunos penes de araña pueden oler y saborear, e incluso hacer música. Una vez terminado el exhaustivo repaso científico al falo animal, Willingham llega a una conclusión: a lo largo de la historia, los científicos (en su mayoría, hombres) han empleado más tiempo en estudiar penes que vaginas, “una disparidad que no solo es injusta, sino que sesga nuestro entendimiento del mundo natural”, escribe la autora, citada en The Wall Street Journal.
El subconsciente masculino
Para hacerse entender, Willingham pone como ejemplo el caso de los patos. Mientras el pene de los machos ha sido objeto de estudio exhaustivo durante muchos años --cuajando el relato científico de que su forma en espiral y su capacidad para desplegarse de forma instantánea le permitían “violar” a las hembras con facilidad--, el interés científico por estudiar la vagina de las hembras ha sido nulo. El relato cambió hace poco, cuando una mujer científica decidió estudiar por primera vez si las hembras de pato habían desarrollado en su turno mecanismos de defensa y descubrió que sus vaginas eran igual de intrincadas que los órganos sexuales masculinos, con varios puntos sin salida y giros laberínticos para desviar al órgano intruso. “Sin saber esta mitad de la historia, los biólogos solo sabían la mitad de la historia”, concluye Willingham.
En la segunda parte del libro, la investigadora estadounidense reflexiona sobre la discriminación histórica de la vagina en el terreno científico y el efecto distorsionador causado por la falta de perspectiva femenina en el mundo de la investigación. Para ejemplificarlo, la científica expone el llamado “informe stripper”: un estudio llevado a cabo por un grupo de investigadores hombres para determinar cómo variaban las propinas de las profesionales del striptease durante sus ciclos menstruales. Al parecer, éstas disminuían cuando las strippers tenían la menstruación y augmentaban en su época fértil. A partir de esta observación, los investigadores llegaron a la conclusión de que las mujeres emitían una especie de señales biológicas encriptadas para anunciar su fertilidad --señales apreciadas por el subconsciente masculino, haciendo que el cliente se mostrase dispuesto a soltar más dinero. Pero Willingham se carga el estudio: tras entrevistar a 18 strippers, descubrió que la mayoría de bailarinas sufría calambres, hinchazón e incomodidad cuando tenían la regla (una observación bastante obvia para cualquier mujer, pero que pasó desapercibida por los hombres) limitando sus ganas de bailar con poca ropa, y eso explicaba que sus propinas disminuyeran.
Cambio cultural
La conclusión a la que llega Willingham es que el pene ha tenido un rol exagerado en la cultura occidental, convirtiéndose en una especie de obsesión que no solo degrada a las mujeres, “sino que también castiga a los hombres, ya que los somete a una presión continuada para ajustarse a unos estereotipos rígidos de los que depende su masculinidad. Una presión que reduce al hombre a un pene y a la mujer en su receptáculo”, comenta la bióloga en una entrevista reciente con la revista Slate.
¿Es posible vivir en un mundo menos centralizado en el pene? “A nivel humano podemos redefinir lo que vemos como masculinidad. Creo que existen múltiples masculinidades y formas de ser masculino. Tenemos que liberarnos del imperativo actual de alcanzar una masculinidad imposible, ya que deja a mucha gente enfadada, desorientada, confusa”, añade Willingham en la misma entrevista. ¿Cómo conseguirlo? Mediante un cambio cultural, que en lugar de poner énfasis en la fuerza física o a no mostrar ciertas emociones, “lo haga en realzar valores como como la empatía, amabilidad y expresividad autentica”, concluye Willingham, adelantando que este será el tema de su nuevo libro.