Los Folch-Rusiñol venden su cabecera empresarial. Industrias Titán la empresa centenaria, creada en 1917 por el ingeniero Joaquim Folch i Girona --emparentado con Manuel Girona i Agrafel, fundador del Banco de Barcelona-- se vende a la holandesa AkzoNobel; Titán se convierte así en la última empresa familiar catalana en trance de desaparición, en manos de una multinacional. El tronco Folch-Rusiñol-Girona fue, en el primer tercio del siglo XX, la expresión fiel de un modelo de economía que fusionó la industria y las finanzas aprovechando el tirón exportador del periodo entre guerras. El Banco de Barcelona, con accionistas como Serra Muñoz, Vilavechia, Güell de Sentmenat, Castañer, Fontanals, Mandri o Plandolit, estaba en el centro de aquel escenario; pero la entidad implosionó y liquidó sus activos en 1920, tres años después de la creación de Industrias Titán, y el intento de expandir la banca industrial quedó interrumpido.
La historia de la empresa líder de pinturas y esmaltes fue continuada por Albert Folch Rusiñol, hijo del pionero. Titán entró en una fase de expansión exitosa, gracias al tirón de la demanda de sectores motrices, como la construcción y la automoción. Pero su largo robustecimiento en mercados cautivos acabó convirtiéndose en el origen de su estancamiento. La buena marcha del negocio le proporcionó a Folch Rusiñol los fondos necesarios para convertirse en coleccionista de arte primitivo. Recolectó centenares de piezas en África y Asia, especialmente en Papua-Nueva Guinea, con la colaboración de su amigo y consejero, el escultor Eudald Serra.
¿Mecenazgo o empresa?
El pulso entre la pasión de coleccionista y la marcha de su empresa fue constante en la vida del gran mecenas, sobrino del pintor Santiago Rusiñol, impulsor del Cau Ferrat de Sitges. Folch Rusiñol gestionó su empresa con un toque humano que hoy sería imposible de reconocer; reinventó el organigrama de Industrias Titán reservándose para él una presidencia en la sombra. Durante sus mejores años, la compañía tuvo cuatro caras: Josep Farrés; Jaime Carbonell, codirector del grupo; Carlos de Senillosa Folch, apoderado y pariente de los accionistas, y Miguel Llatcha Melis, interventor general.
Cuando el mecenas entregó Titán a su hijo y actual presidente, Joaquín Folch-Rusiñol i Corachán, la compañía tocaba el cielo, pero paradójicamente, empezaba también a vislumbrar su cuesta abajo. El líder de la tercera generación en Titán fue miembro de la junta de Fomento del Trabajo Nacional, patrón del yate más rotundo del Port Vell, piloto de su propio jet privado y consejero del Banco de Santander, tras heredar la vocalía de su padre en el consejo de los Botín. Hoy, Folch-Rusiñol i Corachán es un catalán en el exilio voluntario desde que, hace unos años, instaló su residencia en Suiza.
El hijo del mecenas, que contribuyó a ennoblecer a la burguesía industrial catalana a través del arte, es un hombre de negocios certero, que pone por delante su interés; colecciona coches deportivos y motos de competición, más allá de su fallida vocación industrial o de su proximidad a la causa soberanista en años de ruptura. A pesar de su retiro en los valles alpinos, el tercer Folch-Rusiñol, amigo íntimo de Juan Rosell, ex presidente de CEOE, se mueve en un ámbito de relaciones cercanas al ex president Artur Mas, el círculo de Sol Daurella (presidenta de Coca Cola European Partners y consejera del Banco de Santander) y de Carles Vilarrubí, exvicepresidente español de la selectísima Banca Rotschild.
Plan estratégico
El lento abandono de la gestión de la empresa familiar por parte de los accionistas ha sido una constante en los últimos años y las cuentas de resultados entregadas al Registro Mercantil hablan por si solas: Industrias Titán entró en números rojos en 2018 por primera vez en su historia. Concretamente, la compañía de pinturas perdió 1,8 millones de euros ese año, frente a unos beneficios de casi 6 millones en 2017 y de 2,3 millones en 2016. Fue precisamente en 2018, cuando los hermanos Albert y Joaquín Folch-Rusiñol Faixat emprendieron un nuevo plan estratégico basado en dejar atrás todos los activos no estratégicos. Se desprendieron de las acciones que la familia poseía en el Banco de Santander por 32 millones de euros, y también desinvirtieron Fugl Business Air S.L, una sociedad que gestionaba el alquiler de los vuelos del avión privado propiedad del grupo. Hacía ya años que los dos hermanos no estaban implicados en Industrias Titán, cuya gestión estaba en manos de Ramón Farrés, el director general, que tomó el testigo del ejecutivo histórico, Josep Farrés, después de tres décadas al frente de la compañía.
Si la tercera generación había explicitado sin complejos su desinterés por la empresa, la cuarta, los hermanos Alberto y Joaquín Folch-Rusiñol Faixat, ha materializado su venta sin pensarlo dos veces. Industrias Titan ha sido adquirida por el holding de matriz holandesa, AkzoNobel, la antigua accionista de La Seda de Barcelona, que en 1990 abandonó la empresa químico-textil de la noche a la mañana vendiéndola por el precio simbólico de una peseta al abogado barcelonés Jacinto Soler Padró; poco después, la Generalitat de Cataluña intervino la compañía que en aquel momento tenía casi 5.000 empleados y dio cabida en la operación de un socio portugués.
En manos holandesas
La reflotación de La Seda y su vuelta a la cotización bursátil despejaron un futuro prometedor, tras la entrada como accionista del Grupo Torreal, propiedad del empresario español Juan Abelló, el antiguo socio de Mario Conde en Banesto. Sin embargo, la guerra accionarial desatada al cabo de unos años acabó llevando La Seda a su liquidación. A la hora del recuento, el abandono de Akzo después de una etapa en la que La Seda estuvo presidida por Vicente Mortes, ex ministro de antiguo régimen, puso de manifiesto la mala gestión de una compañía pantalla, sede secreta de la Red Gladio, un entramado informativo creado en su momento por el Eje, que continuó activo después de II Guerra Mundial.
Tras anunciar la compra de Titán, el consejero delegado de AzkoNobel, Thierry Vanlancker, aseguró que el mercado español “presenta un fuerte potencial de crecimiento y ésta es una excelente oportunidad para reforzar nuestra posición en la región”. En el mercado de los esmaltes, el grupo holandés cuenta con marcas internacionales, como Dulux, Hammerite, Interpon o Sikkens, y también dispone de otras a nivel local como Bruguer, Procolor o Xylazel, por lo que con Titanlux reforzará su posición en España y Portugal. Las intenciones parecen buenas, pero en un año de pandemia y cierres, la deslocalización solo está a la vuelta de la esquina.
Del Eixample a la Bonanova
En Titán, los hijos de Folch-Rusiñol i Corachán han seguido el ejemplo de su padre: vender activos industriales y quedarse con los bienes raíces no adscritos a la producción de sus fábricas; y por supuesto mantener un patrimonio líquido en las cuentas cifradas de la banca helvética. En los años sesenta de la pasada centuria, el núcleo Rusiñol-Corachan levantó su cuna del Eixample para trasladar a la alta Bonanova el domicilio familiar, las onomásticas, comuniones, domingos de Ramos, Corpus, figuritas del Pesebre de Ramon Amadeu, Navidad, Reyes o la antigua misa cantada de La Concepció. El entronque familiar entre los Folch-Rusiñol, y los Corachán, miembros de una saga médica muy instalada, está entrelazada con otras en el estudio del historiador norteamericano, James Amelang, cuyos detallados trabajos desmenuzan los pasteles nupciales del Forn de Sant Jordi, en la Barcelona burguesa del novecientos, o los encargos escultóricos de artistas consagrados, como Llimona o Arnau, en los mausoleos del cementerio de Montjuïc, según cuenta delicadamente Lluis Permanyer en Vides privades (Angle Editorial).
El antropólogo Gary McDonogh, en su conocido libro Las buenas familias de Barcelona (Ed Omega), entró con pelos y señales en el corazón de la endogamia realizando un viaje de círculos concéntricos con un rosario interminable de apellidos, a partir del entronque Güell-Comillas. Por su parte, Vicens Vives analizó estas uniones como una concentración social y económica fruto de la necesidad. Aquel mundo de ayer pudo tener hábitos y costumbres cursis desde una óptica neutral, no exenta de ironía; pero lo cierto es que hay señales de vitalismo e imaginación incluso en las chocolatadas de la Casa Ametller, en las fiestas fin de curso del Palau o en los autobombos de las sagas consolidadas. Los hermanos Folch-Rusiñol Faixat someten ahora las lanzas de una estirpe, pero no representan la caída de los dioses; solo son el fruto de un cambio de civilización que no admite dilaciones. La empresa familiar sufre en el campo abierto de las sociedades anónimas cotizadas.
Cataluña no es un país de burguesía endomingada, que también. En su memoria reciente hay amantes, rincones de tolerancia gratuita, travesías oceánicas en catamarán y hasta pinches salas de billar homoeróticas. La ruptura con los estándares tradicionales no es noticia; se realizó hace mucho en la dermis de una estructura social en guerra con la política autoritaria, frente a la autarquía económica y contra la ética mojigata. En aquellos años, las familias instaladas se remozaron en el terreno de las costumbres haciendo Pascua antes de Ramos, según un eufemismo de sacristía.