El hemiciclo del Congreso vivirá hoy una misteriosa advocación del Ausente. El núcleo del discurso pronunciado en las Cortes Españolas, el primero de enero de 1935, por José Antonio Primo de Rivera y Sáenz de Heredia, marqués de Estella y Grande de España, el Ausente, dice así: “Falange ha tomado del fascismo italiano lo que tiene de autoridad y de substitución de la lucha de clases por una idea de cooperación, que debe producir en España resultados específicos”. Se perfilaba entonces la nación metafísica, que glosa ahora Santiago Abascal cuando habla de desbancar al Gobierno filocomunista de Sánchez. Hoy, en un intento fúnebre de repetir estéticamente la escena de aquel 1935, Abascal lanzará lenguas de fuego amigo; acusará al PP de Pablo Casado de ser la única fuerza política que sigue sin aclarar qué piensa votar mañana jueves, cuando la cámara someta a escrutinio la censura presentada contra Sánchez.
El bloque de la derecha se resquebraja. La indefinición de Casado ha provocado que Vox y Ciudadanos le hagan la pinza al partido conservador; ambos le recuerdan a Casado que, durante muchas legislaturas, su partido y el PSOE han secuestrado al resto de la cámara al pactar, bilateralmente y en secreto, los relevos en el órgano de los jueces, el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ); y añaden que ahora no pactan por puro sectarismo, incumpliendo un deber constitucional. La encarnación de El Ausente irá primero a por los suyos; a Sánchez le reserva apenas unas gotas de tinta calamar: la conocida retahíla de insultos y desprecios, que le sirven de cortina. A la vicepresidenta Carmen Calvo, se le brinda la ocasión de recriminar a Casado su viaje a Bruselas para denunciar al Ejecutivo español por el desacuerdo sobre el órgano judicial. Pero tiene mal arreglo desde el momento en que el Gobierno se colocó el pacto en una mano y la proposición de Ley de reforma del CGPJ en la otra. Una maniobra irreversible.
Del derecho y del revés, Casado sale mal parado. En su partido se ha levantado una frontera interior que separa a los duros que apoyan la moción de Vox de los barones territoriales de las autonomías gobernadas por el PP, que piden la abstención. De momento, a Génova no le salen las cuentas: el PP pierde escaños, Vox sube dos y Ciudadanos se queda como está, según el último sondeo de La Razón. A Moncloa tampoco le salen: el PSOE se estanca, Unidas Podemos baja claramente, Bildu se mantiene, ERC también y JxCat ¡gana dos escaños! Algo va mal. La praxis no fluye; el voto mineral manda; la ideología le puede al pragmatismo inteligente; la ciudadanía no castiga ni la corrupción del PP ni la mala gestión de la pandemia por parte del Gobierno de Sánchez. Tampoco recuerda el dolor de muelas que nos ha provocado el soberanismo de JxCat imponiendo su estéril y peligroso programa. El ciudadano exige certezas, subestima los límites del poder y no se mueve de sitio.
El Estado federal está en entredicho; la nación de naciones llora más por sus heridas dialécticas que por su imperfecta naturaleza. Después de los dos días (hoy y mañana) de falsa elocuencia, nadie se acordará de nada haciendo bueno el interdicto de Machado: “yo solo recuerdo las cosas que me emocionan”. La política es hoy por hoy un hilo que no encuentra su ovillo y sus entornos son la puerta de la desventura: Aznar responde gruñón con un “no” a Vox; Esperanza Aguirre opta por darles el “sí” a los nostálgicos del mártir de la Cruzada y Cayetana Álvarez de Toledo, bordeando la abstención, nos propina esta doble negación: “no podemos decir que no”. Lo tomaremos como un sí condicional y trataremos de recordarla lejos (sobre todo), melena arrebolada y pañuelo al viento, trotando sobre los acantilados de Marusi. La política también es un desaire continuado para los que ya no salen en la foto.
Algo nos dice que disfrutemos mientras podamos de la Constitución del 78, lejos de las cámaras legislativas pobladas de genios danzantes sobre el dolor y muerte de sus vecinos. El síndrome de la cabaña afecta básicamente a los que están encerrados con un solo juguete (los dirigentes de los partidos) y que saben a ciencia cierta que la culpa siempre es del otro. Los mandatos legislativos no son libros de instrucciones; los electos embrujan a sus electores, pero a la hora de la verdad, la realización de los deseos de todos resulta imposible y es entonces, cuando la política dicta su ley: el bloqueo.
Al no disipar las dudas sobre el sentido de su voto en la moción de censura, Casado capitaliza una expectación excesiva. Ha provocado que sus dos bazas, Díaz Ayuso y Martínez-Almeida, se aproximen a Vox al hablar de “dictadura de Sánchez” y de “secuestro de los ciudadanos”. Se ha embarrado en un laberinto ensimismado; hay caras largas; el odio estiliza el perfil de los cainitas; en 1935, el Ausente atacó primero a sus aliados, la CEDA de Gil-Robles, antes de embate final; su leyenda sobrevuela el Hemiciclo.