La inhabilitación del 131 President de la Generalitat de Cataluña es, solo, un ejemplo más de la parálisis a la que nos está condenando una clase política encantada con mirarse al ombligo. Cada vez son más las instituciones que tienen los mandatos caducados en todo el Estado y ahora se une una Generalitat que vuelve a estar parada si es que lo ha dejado de estar alguna vez desde que el 129 nos metió en la espiral autodestructiva llamada procés y a quien tiraron a la papelera de la historia (sic) quienes hicieron posible el advenimiento del 130.

Como el futbolista que comete una falta tonta para provocar una tarjeta amarilla que conlleve un partido de suspensión para quedar “limpio” de cara a un clásico o un partido determinante inminente, el 131 tiró de desobediencia de salón para provocar un nuevo choque con la justicia. Poner o quitar una pancarta es una tontería, sin duda, pero desobedecer a la justicia no, y de eso se trata, de desobediencia y no de libertad de expresión. Y ya tenemos un nuevo lío que alimentará un universo cada vez más exuberante en el que cohabitarán un president legítimo, otro vicario, otro sustituto,… a este paso nos faltarán adjetivos. Waterloo, Plaça de Sant Jaume, ¿Blanes? son y serán sedes de peregrinación, de símbolos y de vinculación emocional. Todo estaría muy bien en un mundo en el que corriese leche y miel por los ríos y el maná lloviese del cielo, pero necesitamos que alguien se ocupe de lo de comer, de eso va gobernar, no de gesticulaciones, retórica y manipulación de la historia.

En lugar de reducir el tiempo de parálisis institucional los herederos de Convergencia (Junts, PdeCat, PNC, Lliures,…) seguirán peleándose y alargarán los tiempos para rehacer su espacio, con una ERC en el papel de espectador porque sabe que tienen perdido el relato del sacrificio por la patria ante el genio de las emociones residente en Waterloo. La presidencia efectiva, o como la quieran llamar, será suya, pero por no poder el 132 (o el 131 bis, vaya usted a saber) no podrá ni dedicarnos sus mejores deseos por el fin de año desde su televisión. Y eso nos llevará a seis meses o más sin gobierno, a entrar en 2021 sin presupuestos en Cataluña y, quien sabe, si en España, a no avanzar en la mesa de diálogo, a no tomar medidas para recuperar la economía… en un entorno en el que el paro no para de crecer, los comercios cierran, el turismo es un erial, la economía se hunde, el covid no sabemos qué nos obligará a hacer…

Tal vez sea hora de preguntarnos para qué queremos autonomía si no la ejercemos. Si el covid ha dejado en evidencia las enormes disfunciones de un Estado de las Autonomías que debe evolucionar en un sentido o en otro, el procés ha subrayado la lejanía entre las necesidades de la población y las prioridades de sus políticos. Separemos el mundo de las emociones y el activismo de la administración de la ciudadanía. Acortemos la interinidad, no nos regodeemos en la parálisis y en los gestos que por muy ruidosos que sean no llevarán a nada.

La XII legislatura del Parlament de Cataluña pasará como una legislatura llena de simbolismos pero vacía de contenido práctica. Se han aprobado poco más de diez leyes, la primera catorce meses después de arrancar. Sirva como comparación la última del President Pujol (1999-2003) con 107 leyes aprobadas y una clarísima influencia en el gobierno de Madrid. ¿No éramos antes mucho más poderosos?

Los políticos deben trabajar por y para la ciudadanía y dejarse de juegos florales en los que llevamos enredados tanto tiempo. De lo contrario cada vez entenderemos menos para qué queremos autonomía y el catalanismo se auto condenará al rincón de las emociones, como ocurre en la “Cataluña Nord”, donde el nacionalismo es, sobre todo, un elemento de folklore con poquísima influencia política en el estado francés.