En esta semana que acaba, tan cargada de acontecimientos, me han impactado especialmente las últimas performances de nuestros líderes autonómicos Isabel Díaz Ayuso y Quim Torra, quienes, pese a su tan ostentosa rivalidad política, resultan muy similares. Ambas comparten su pasión por los aspavientos y una misma y notable incapacidad por atender a los intereses generales de las comunidades que gobiernan.

A la madrileña habría que recordarle cómo, en los momentos más duros de la pandemia, señalaba directamente al gobierno de Pedro Sánchez como responsable directo de la tragedia, convencida, sin pudor alguno en manifestarlo, de que con ella y los suyos al frente, las cosas hubieran ido mucho mejor. Una vez estabilizada la situación, y recuperadas las Comunidades sus competencias en sanidad, tal como ella venía exigiendo, el descontrol sanitario en Madrid ha llegado a tal extremo que amenaza con paralizar la capital.

Inmersa en este enorme caos sanitario, ha aparecido, pero para anunciar nuevas rebajas de impuestos, en esa carrera por hacer de la reducción impositiva uno de los atractivos de Madrid. Una menor fiscalidad que, junto con la liberalización de todo lo liberalizable, explica, según su entender, el porqué su región es la que más crece en los últimos tiempos. Sin embargo, las razones del desarrollo de Madrid son muy diversas, y van mucho más allá de la acción del gobierno regional. Por contra, la calidad de los servicios sociales sí depende de la Comunidad, y habría que recordar a la presidenta como la suya, pese al crecimiento de su PIB, es la comunidad en que más ha crecido el porcentaje de población en pobreza extrema y en riesgo de exclusión.

Por su parte, el presidente catalán se nos aparece cada día más contundente y a gusto consigo mismo, especialmente tras la reciente y contundente purga de los disidentes de su propio partido. Así, junto a su habitual menosprecio por todo lo que suene a español, ha anunciado estos días que en ningún caso convocará unas elecciones, que resultan indispensables para acabar con la inacción de su gobierno. No sólo es una muestra de enorme insensibilidad hacia una clara mayoría de sus ciudadanos, y hacia todos los partidos políticos, con excepción de un sector del suyo, sino que constituye un menosprecio a las necesidades de Cataluña.

Empieza a resultar evidente, y es reconocido por buena parte del mismo independentismo, que la comunidad se halla en claro retroceso, cuando no mostrando ya algún que otro signo de decadencia. Hace años advertíamos que el gran riesgo del procés no era que pudiera conducir a una hipotética independencia como que su mismo y largo transitar, de hace ya cerca de una década, constituía un factor de deterioro continuado de la economía y la vida pública. Hoy, algunos datos resultan ya evidentes, agravados por las dramáticas consecuencias de la crisis sanitaria. Pero Quim Torra, a lo suyo.

En pocos meses empezaran a llegar los fondos europeos para la reconstrucción de los destrozos del Covid-19 sobre nuestro tejido productivo. No menos importante será reconstruir nuestra política. Y el primer paso para construir sobre lo derruido es apartar los restos del viejo edificio. Mientras no retiremos políticos del talante de Isabel Díaz Ayuso y Quim Torra, no nos saldremos.