Hace tiempo que el frikismo se ha desplazado de sus ámbitos habituales --el cine, la televisión, los cómics, el coleccionismo-- a uno tan aparentemente serio como es la política. En ese sentido, no creo exagerar si afirmo que España cuenta con un contingente notable de frikis que se ganan la vida con la cosa pública y que ello sucede en todos los partidos. Pensemos en personajes como Rufián, de ERC, Echenique, de Podemos, o el nadador de fondo Ortega Smith, de Vox. No merece la pena señalar a los frikis de la CUP o del club de fans de Puigdemont, pues ahí todos lo son. Uno de ellos, por cierto, hasta ocupa desde hace un tiempo la presidencia de la Generalitat, aunque todo parece indicar que una oportuna inhabilitación --que, curiosamente, no se debe a motivos psiquiátricos-- lo va a enviar a casa en breve (aunque él ya se ha subido la pensión porque se olía la tostada).

Los más espectaculares, eso sí, los aporta el Partido Popular, y no lo digo obedeciendo a la típica inquina del progre profesional --Martínez Almeida ha hecho un buen papel en la crisis del coronavirus y en Barcelona tenemos a un señor llamado Alejandro Fernández que se me antoja un señor muy cabal--, sino que me remito a los hechos: en estos momentos, está al frente de la comunidad de Madrid una mujer de una ineptitud inverosímil que, gracias a la protección de Esperanza Aguirre, primero, y de Pablo Casado, después, ha llegado a un cargo que le va tan grande como a David Byrne el traje que lucía en la película de Jonathan Demme Stop making sense.

Isabel Díaz Ayuso es de esas personas que, como se suele decir, cada vez que habla, sube el pan. Sus comentarios intempestivos y sus salidas de pata de banco la acreditan como el friki número uno del partido, pero yo siento una debilidad especial por Jorge Fernández Díaz, del que no sabíamos nada hasta que lo han involucrado en el caso Kitchen como supuesto espía de las supuestas trapisondas del tesorero Luís Bárcenas. Me alegro de su vuelta al candelero, pues nos habíamos olvidado injustamente de él: ningún otro partido político español cuenta entre sus filas con alguien al que se le aparece la virgen María --en Las Vegas, donde topar con una virgen es realmente meritorio-- y que dispone de un ángel de la guarda llamado Marcelo que, entre otras prestaciones, le ayuda a aparcar el coche como Dios manda. A día de hoy, sigo sin entender cómo es posible que Mariano Rajoy no lo cesara cuando informó al mundo de sus epifanías; sobre todo, porque estaba el frente del ministerio del interior y mantener al mando de la policía a un sujeto que tiene visiones marianas, cual niña de Lourdes o pastorcillo de Fátima, es de una irresponsabilidad colosal.

Si yo llego a presidente del gobierno y uno de mis ministros me sale con que se le ha aparecido la virgen o con que su ángel de la guarda le aparca el coche, no solo lo ceso, sino que no paro hasta echarlo del partido de mis entretelas. Rajoy hizo en su momento lo que mejor se le ha dado siempre: nada. Y España se convirtió en el único país de Occidente cuya seguridad estaba en manos de un chupacirios delirante sin que se armara, nunca mejor dicho, la de Dios es Cristo. Llámenme intolerante, pero me resisto a creer que un político con responsabilidades que afectan a la comunidad pueda conservar el puesto después de asegurar que se ha cruzado con la Virgen María en el Caesar´s Palace (o donde fuera que tuviese lugar tan trascendental encuentro). Evidentemente, si de lo que se trataba era de presumir de friki en nómina, no tengo nada que decir, pues desde esa óptica, Fernández Díaz era insuperable: por el mismo sueldo, disponías de un ministro y de un expediente X.

Supongo que hay españoles escandalizados por las supuestas tareas de espionaje de nuestro hombre, como los hubo en su momento cuando salieron a la luz sus maquinaciones con aquel señor llamado De Alfonso en torno al prusés, pero ambos asuntos se me antojan pura filfa comparados con las apariciones marianas y el fichaje de Marcelo (del que no consta que participara en el espionaje a Bárcenas, todo hay que decirlo). Como fan del personaje, me alegro de que Jorge Fernández Díaz se reincorpore a la más rabiosa actualidad, pero me entristece que deba hacerlo con asuntos que no están a la altura de su misticismo. Para espiar a un (presunto) mangante, cualquiera vale. A un tipo que habla con la virgen María y que dispone de un ángel de la guarda, hay que reservarlo para asuntos más elevados: la competencia friki es cada vez más feroz --no se pierdan el tuit del inefable Kichi sobre su hija nacida con el puñito cerrado, muestra indudable de progresismo, según él-- y cuando se dispone de un titán del género como Fernández Díaz, hay que tratarlo con un poco más de respeto: un día de éstos se le aparecerá a Torra el ectoplasma de Lluís Companys y adiós liderato friki para el PP. A la cantera hay que mimarla y yo ya no sé cómo decirlo.