La esperada comparecencia este lunes del expresident Mas, líder de la extinta CDC, tras largos meses de silencio y muchas especulaciones sobre la crisis en el espacio postconvergente, no solo no aportó ningún revulsivo a la política catalana, ninguna novedad a lo que días antes ya se había filtrado sobre su permanencia en el PDECat, sino que confirma que estamos ante una figura en retirada, que ha renunciado a jugar un papel en primera línea y cuya influencia va a ser cada vez menor. Mas se va certificando su enésimo fracaso, con un rostro que reflejaba un estado de ánimo de “tristeza, decepción y enfado”, según confeso él mismo. No es para menos, su legado político es pésimo, sus “logros” son desastrosos tanto para el partido que heredó de manos de Jordi Pujol como para Cataluña como sociedad tras una década de procés.
Tras haber logrado recuperar para CiU el poder de la Generalitat en 2010, después de la experiencia de los dos tripartitos de izquierdas, no ha hecho más que acumular sonoros fiascos. Desde entonces todo le ha salido rematadamente mal. Su único éxito personal incontestable, que fue la consulta soberanista del 9 de noviembre en 2014, en la que pudo chulear de haber “engañado al Estado”, ganándose el abrazo fraternal del cupero David Fernández, no lo supo gestionar a su favor y un año después los anticapitalistas se negaron a investirlo como president, enviándolo a “la papelera de la historia”. Tuvo que dar un paso al lado, sacrificándose en el altar del independentismo. Entonces ya se veía claro que el juego de la gallina entre neoconvergentes y republicanos solo podía acabar mal o muy mal, tanto para el prestigio de las instituciones del autogobierno, como para sus propios protagonistas.
Mas dice que se queda en el PDECat, partido del que fue su primer presidente en 2016 hasta que dimitió en vísperas de la sentencia del caso Palau, para no participar en la ruptura del espacio político convergente. También confía en que se encuentre una fórmula para ir en coalición a las próximas autonómicas con los de Carles Puigdemont, pero hoy esa posibilidad es muy remota, casi imposible. Por un lado, en JxCat están convencidos del acierto de su estrategia de confrontación permanente con el Estado, del liderazgo arrollador de Puigdemont, de la necesidad de disponer de un nuevo partido sin ataduras con la corrupta CDC y sin más ideología que la independencia, de manera que pueda disputarle votos a ERC e incluso a la CUP.
Y, por otro, en la dirección del PDECat ya no quieren saber nada más de Puigdemont, están molestos por la forma cómo les ha intentado robar la marca bajo la que han concurrido en cinco elecciones (un aspecto que pronto la justicia dilucidará, seguramente dando la razón a los de David Bonvehí). Y lo último, pero lo más importante, es que creen que el centro derecha nacionalista/soberanista tiene un nicho de votantes y es una apuesta de futuro en la etapa del postprocés. Tras la expulsión de la consejera Àngels Chacón del Govern (una decisión que Mas dijo que no había sido “ni neutra ni gratuita”), el divorcio no tiene vuelta atrás y los alcaldes más emblemáticos del PDECat, como Marc Castells, Marc Solsona o Montserrat Candini, prefieren ser cabeza de ratón a cola de león.
A Mas esa ruptura le duele en el alma, pero si no ha podido evitarla durante todos estos meses es improbable que más tarde haya marcha atrás una vez que en el Congreso el grupo parlamentario de JxCat se ha roto en dos, con estrategias opuestas en la negociación de los Presupuestos del Estado, y en el Parlament los pocos diputados del PDECat ya han votado diferente en la ley sobre el control del precio de los alquileres, marcando perfil ideológico propio.
En la rueda de prensa Mas reiteró que no volverá a la política activa, que no va a pelearse públicamente con Puigdemont, quien siempre le escucha aunque no le haga caso, y que como mucho participaría en la campaña electoral del PDECat dando ideas, y que solo aceptaría un cargo simbólico si se rehiciera la unidad con JxCat. En política todo es posible hasta el último minuto y puede, como ayer analizaba Manel Manchón, que la voluntad de ganarle las elecciones a ERC y evitar que la presidencia del Govern recaiga en un republicano, fuerce un acuerdo in extremis entre ambos grupos.
Pero Mas salió este lunes a certificar su impotencia, a mostrar cuán escasa es ya su influencia sobre los protagonistas y su irrelevancia en el desarrollo de los acontecimientos, que no es de ahora sino que ya se vio en octubre 2017. En definitiva, la inanidad hoy de quien en 2012 creyó ser el Moisés de la independencia y tuvo la vanidad de enviar en 2014 su pluma estilográfica al Museo de Historia de Cataluña.