El anuncio de la inminente fusión de Caixabank y Bankia no es una buena noticia para el independentismo. De confirmarse la fusión, además de constituir el primer banco español, con 650.000 millones de euros de activos, significará la integración de la primera entidad bancaria de Cataluña con la antigua Caja de Madrid.
Esa integración representará un nuevo obstáculo para quienes sueñan con la independencia sin tener en cuenta la realidad en la que actúan, con la economía y la política cada vez más interrelacionadas, lo que reduce las aspiraciones independentistas, sobre todo las del sector irredento, a la construcción de retóricos castillos en el aire a punto de desplomarse en cualquier momento.
La sede de la nueva entidad se quedará probablemente en Valencia, donde Bankia ya tiene sede social, además de en Madrid, y donde Caixabank trasladó la suya en octubre del 2017 para huir de las incertidumbres económicas provocadas por el proceso soberanista. Caixabank no ha regresado a Cataluña y la sede sigue en el antiguo domicilio del Banco de Valencia, al lado precisamente de la oficina principal de Bankia en la ciudad. Se constituiría así un potente triángulo Cataluña-Madrid-Valencia, nada más alejado de los proyectos soberanistas de Carles Puigdemont y sus seguidores.
La fusión es un hecho más que confirma los argumentos del exconseller Andreu Mas-Colell expuestos en un clarividente artículo titulado Hay que ser pragmático (Ara, 31-8-2020). El exconseller de Artur Mas, que se confiesa independentista, afirmaba con contundencia que “no habrá independencia ni referéndum vinculante” y aseguraba que ambas cosas no dependen de lo que se haga en Cataluña. Daba dos razones, las posiciones de España y de Europa. “España, monárquica o republicana, no aceptará bajo ninguna circunstancia la separación de Cataluña”, mientras que “Europa está y estará de parte de España”. Salvo acuerdo entre las partes, afirma Mas-Colell, “el compromiso de la UE con el principio de inmutabilidad de las fronteras es absoluto. Sin la posibilidad de convalidación europea, Cataluña no podrá ser independiente”.
Pero no solo un brillante profesor universitario es el que le dice las verdades a Puigdemont, inventor ahora de la estrategia de la “confrontación inteligente”. Su propio socio Oriol Junqueras respondió esta semana en una entrevista a la agencia Europa Press a las pretensiones vacías de contenido de Puigdemont. “Si se inicia un conflicto con el Estado en las condiciones actuales”, afirmaba el líder de ERC, el independentismo irá “a perder” cuando de lo que se trata es de ganar. Por eso, Junqueras insistía en la internacionalización, en sentarse en todas las mesas de diálogo, en ganar elecciones y en trabajar incansablemente.
Las discrepancias entre los dos principales partidos independentistas han pasado, pues, de la retórica vacía que quería disimular las divergencias a exponer claramente las dos visiones enfrentadas sobre el futuro del procés. Esta claridad, ese quitarse la careta para actuar sin complejos, es lo que refleja la ruptura descarnada entre el nuevo partido de Puigdemont y el PDECat, con la remodelación del Govern como un episodio más.
El hombre de Waterloo se dio de baja del PDECat, seguido por numerosos cargos públicos y orgánicos, pero la formación sucesora de Convergència no se da por vencida y se niega a integrarse en Junts per Catalunya, una marca que Puigdemont arrebató al PDECat con unas malas artes, según el partido dirigido por David Bonvehí, que serán juzgadas el próximo día 25. La permanencia de Artur Mas es casi la única buena noticia para el PDECat en espera de las resolución judicial sobre el nombre y las siglas.
La lucha en el espacio posconvergente se ha dirimido también en el Govern al cesar Quim Torra a la consellera de Empresa, Àngels Chacón, representante única del PDECat en el Consell Executiu y probable cabeza de lista del PDECat, sustituida por el puigdemontista Ramon Tremosa. Torra ha destituido también a Miquel Buch en Interior por dejar que los Mossos cumplieran con su deber de disolver a los jóvenes independentistas que provocaron altercados tras conocerse la sentencia del procés.
Aparte de reforzar la línea dura independentista, Torra pretende retrasar aún más las elecciones, pese a que puede ser inhabilitado por el Tribunal Supremo en breve, para dar tiempo a que el partido de Puigdemont se consolide. Una actuación desvergonzada, que utiliza el Govern para la lucha partidista, mientras Cataluña sigue sumida en el desgobierno.