La ex portavoz parlamentaria del PP, Cayetana Álvarez de Toledo, en una reciente entrevista se declaró liberal y abogaba por que en todos los partidos políticos se practicara el liberalismo. Así, deberían existir tanto en el PP como en el PSOE comportamientos liberales, y supongo que también en el PNV o en ERC. Es decir, el liberalismo sería una práctica trasversal que debe extenderse en todas las organizaciones políticas democráticas, como un espacio de tolerancia y pluralismo que permita la libre expresión de los temas abordados, sin perder los elementos básicos identificativos de cada partido. El problema es que no siempre son diáfanos y permanentes esos principios que uniforman la opción política. Sabemos que, por lo general, en los grandes partidos existen tendencias o corrientes de opinión que los matizan o los discuten aún manteniéndose en la misma organización. En los partidos de la Restauración las divisiones eran frecuentes entre liberales y conservadores desde que desaparecieron Cánovas y Sagasta (1902-1923). El PSOE reconoció la corriente Izquierda Socialista en los años 80 aunque evitando denominarla “tendencia” por el recuerdo de los enfrentamientos que se produjeron en la II República entre largocaballeristas (de Largo Caballero), prietistas (de Indalecio Prieto) o besteiristas (de Julián Besteiro) que estuvieron a punto de crear escisiones y tuvieron su repercusión en el exilio.
La sigla PSOE ha unificado orgánicamente movimientos teóricos diversos, aún con sus disidencias internas, mientras que el PP, como partido con todavía poca carga histórica, no ha podido mantener una mínima unidad de acción y organización. Así, Vox podría ser la derecha del PP y Ciudadanos su izquierda. Existen propuestas de unificar dentro de una misma estructura las distintas tendencias, manteniendo un equilibrio que hoy parecen difícil, y aún así, en algunos casos consiguen, unos y otros, articular gobiernos de coalición. Y en medio de todo ello los partidos nacionalistas en Cataluña y Euskadi reproducen la misma estructura. Los italianos son un modelo en construir, destruir y rehacer coaliciones para formar gobiernos. En general, en Europa las organizaciones históricas se mantienen a pesar de sus diferencias internas y, en algunos casos, surgen nuevos partidos que suben o bajan según coyunturas, como ocurre con los social-liberales (unificación de liberales y escindidos del laborismo) en el Partido Liberal Demócrata de Gran Bretaña, fundado en 1988, que tuvo a Nick Clegg como viceprimer ministro con Cameron en 2010.
Pero el liberalismo como filosofía política plantea varios problemas cuando se trata de determinar si es solo una actitud, un comportamiento, un estilo o va más allá como ideología política cuyos términos se diluyen en la actualidad, como ocurre con otros (socialismo, anarquismo, populismo, fascismo…) por la dificultad de conseguir una definición unificada y asumida, como Locke, influido por Spinoza, intentó. Su objetivo estaba basado, dentro de la tradición empirista inglesa, en el consenso individual, lograr la tolerancia para los que no opinan de la misma manera, y alcanzar la legitimidad política por acuerdo de la mayoría que puede alterarse según convenga en los procesos históricos. En algunas épocas ser liberal equivalió a laicismo, anticlericalismo y secularización, y era criticado tanto por el socialismo y el cristianismo por defender un capitalismo sin control sometido a los vaivenes del mercado, o una moral laxa que respondía a la utilidad de cada momento.
Esta visión negativa se concreta hoy en el neoliberalismo. Ser liberal se identifica actualmente más con un distanciamiento del dogmatismo, siempre que no se cuestionen aquellos principios que se consideran irrenunciables en los diferentes partidos o instituciones, aunque estos también pueden ser modificados a tenor de las circunstancias. En ese caso las luchas por la hegemonía de las distintas tendencias se convierten en un tema central. Lo vemos, por ejemplo, en el partido republicano de EEUU. en que el ala conservadora del Tea Party ha ido imponiéndose sobre otros sectores menos conservadores. Al final, los que se presentan a las primarias y las ganan, tanto demócratas como republicanos, están expresando la relación con los sectores sociales mayoritarios que se identifican con una u otra tendencia. De ahí que las oscilaciones de las elecciones respondan a coyunturas concretas internas o externas. En cambio, en Europa los factores ideológicos y de tradición histórica inciden más en el resultado electoral, y hay sectores inamovibles en la derecha y la izquierda que cambian muy lentamente.
El problema es si la tolerancia tiene límites en un mundo donde las diferencias interpretativas sobre la realidad y su manera de aplicar y defender determinadas políticas presentan contradicciones en las elites de las organizaciones creadas. Y las cosas se complican si lo extendemos a otras civilizaciones. ¿Podemos estar dispuestos a sacrificarnos para hacer posible que, en el mundo musulmán, o en sociedades dictatoriales, acepten, incluso por la fuerza, las libertades políticas y culturales? Lo normal es mantener el statu quo con el recurso a la fuerza, si fuera necesario, solo para mantener los derechos y las conquistas de convivencias adquiridas en nuestras fronteras, asumiendo las contradicciones internas, y teniendo la esperanza de que las sociedades antiliberales cambien partiendo de una interpretación optimista de los procesos históricos. Por eso, parece conveniente saber en qué términos nos desenvolvemos cuando queremos practicar el liberalismo.