La ANC vive de demostrar continuamente su fuerza movilizadora, nadie la hará retroceder en sus planes y mucho menos el gobierno de Quim Torra que solo se atreve con ERC. El riesgo sanitario y social de las convocatorias convocadas para el 11 de Septiembre no es un invento del Estado sino una alarma explicitada por muchas voces autorizadas, comenzando por la del Secretario General de Salud, Josep Maria Argimón. Como poco, la iniciativa no es oportuna y en todo caso contradice abiertamente las recomendaciones del mismísimo presidente de la Generalitat para el resto de ciudadanos. La Assemblea se ha dado por enterada de las muchas reticencias expresadas e incluso de las peticiones de prohibición de su propuesta y lo ha resuelto con un eslogan: será la manifestación más grande adaptada al coronavirus que se haya celebrado nunca. Y listos.
La capacidad de movilización de la ANC es suficientemente reconocida como para que la entidad pudiera ahorrarse las concentraciones de este año, apelando simplemente a la prudencia y a la responsabilidad social que se están exigiendo al conjunto de la sociedad. Muy pocas voces se lo recriminarían. Pero han decidido seguir adelante, argumentando que el ejercicio de los derechos fundamentales es ahora más necesario que nunca y que habrá que irse acostumbrando a convivir con el riesgo. Nadie se lo va a negar.
Las manifestaciones de la ANC en las últimas Diadas han servido más bien para poco, especialmente después de 2017, políticamente hablando y siendo realistas. El resumen de cada edición podría ser este: unos mensajes emotivos, incluso épicos, para no desfallecer; unos reproches a los partidos por no hacerles caso y no implementar la república sin mesas de diálogo de por medio; y un desgarro patriótico por la ausencia de unidad de las fuerzas independentistas. Los políticos presentes no tienen más remedio que asentir para no ser abucheados, pero al día siguiente siguen con lo suyo.
Las convocatorias tienen su aspecto social para la comunidad independentista, suponen el reencuentro anual de gentes que comparten una ilusión y a las que la realidad no desanima, ni desanimará; durante unas horas se reafirman en seguir firmes en su sueño a pesar de los pesares. De paso, ofrecen consistencia a una escenificación política de la media Cataluña que aspira a representar a la Cataluña toda, gracias a la colaboración de los medios públicos que han convertido las convocatorias de la ANC en un acto oficial de la Diada donde el mensaje implícito siempre es el mismo: estamos aquí y la fiesta y la nación son nuestras.
En esta edición, mientras la ANC esté rodeando las instituciones del Estado en Cataluña (se supone que para tomar conciencia de su presencia), los partidos políticos que deberían conseguir la independencia que la Assemblea les exige cada año estarán pensando como desangrarse electoralmente para saber quién liderará la travesía del desierto iniciada en octubre del 17. El presidente Torra estará contando los días que le quedan en el Palau de la Generalitat hasta que el Tribunal Supremo dicte su inhabilitación; todos los partidos seguirán reclamando unas elecciones autonómicas (excepto JxCat) y los dirigentes del procés juzgados seguirán en la cárcel. ¿En qué modificará las cosas la arriesgada concentración del día 11? La experiencia nos dice que en un porcentaje próximo al cero.
La tradición también nos dice que quien suele temer más las manifestaciones de la ANC es ERC. Los republicanos no son santos de la devoción de Elisenda Paluzie, aunque otrora lo fueran, siempre acaban siendo vapuleados por una cosa o por otra. Y seguramente este será el propósito más inmediato de los convocantes: recriminar a ERC su colaboración (inestable y discontinua) con el gobierno de Pedro Sánchez o presionarlos para que abandonen su fe en la mesa de negociación en la que pocos de los dirigentes de la ANC creen, como Puigdemont y Torra, para entendernos. Este año, además, estando pendiente de conocer cuál será la actitud de ERC ante los presupuestos más decisivos para España y para Cataluña, por supuesto, la oportunidad amplia el abanico de posibilidades para centrarse en los republicanos.
Los concentrados que desafiaran al virus que nos ha empujado a una crisis económica mayúscula no lo harán para animar a ERC a ejercer la responsabilidad de sacarlos adelante, sino todo lo contrario, les jalearán para que se alineen en el frente autodeterminista, en la reclamación del todo o nada, los resultados de la cual están a la vista. ¿Vale la pena arriesgarse a un contagio masivo para explicitar un objetivo que puede formularse fácilmente en una rueda de prensa? El riesgo que suponen estas concentraciones para ellos y para todo su entorno tal vez crean compensarlo con poder aplaudir juntos en la calle la peregrina idea de que una Cataluña independiente habría superado mejor la emergencia, obviando la gestión de la desescalada por parte del gobierno Torra.