Al inicio de la pandemia, se decía que el virus golpeaba a todos por igual, al margen de la posición socio-económica de cada ciudadano. Sin la mínima prevención, las concentraciones de personas constituyeron el principal foco de contagio, ya fuera un cóctel de la jet set o una fiesta popular en un barrio marginal. Además, en los momentos más duros de la crisis sanitaria, la gran mayoría de contagiados acabó en el sistema público de salud, aunque, hasta entonces, sólo hubieran conocido la sanidad privada.
Pero en las nuevas circunstancias, el virus ha empezado a diferenciar entre unos y otros. La muestra más manifiesta la encontramos en su diferente grado de incidencia en la Barcelona metropolitana. Así, mientras el rebrote castiga de manera destacada los municipios o barrios de mayor densidad, y menor renta, prácticamente es inexistente en aquellos que acogen a los más privilegiados, pues resulta ya evidente que la concentración masiva de personas, cuando no el hacinamiento, es el terreno idóneo para la propagación del virus. Así ha sucedido en Lleida, con los temporeros, y en determinados barrios del cinturón barcelonés, donde las condiciones de vida resultan muy precarias.
En este nuevo escenario, los rebrotes han adquirido especial virulencia en Cataluña, donde el Govern de la Generalitat ha mostrado una especial incapacidad por gestionar la situación. Tras tanto acusar al Gobierno español de los muertos, han tardado pocas semanas en mostrar la enorme diferencia entre lo que se auto consideran y lo que realmente son: con suerte, como el resto. Ante ello, me costaba creer la respuesta y actitud de la portavoz, Meritxell Budó a inicios de esta semana: apuntar directamente a los ciudadanos como responsables del desastre y advertirles que, a la próxima, nos confinan a todos. Y tan tranquila.
Cerca ya de agosto, me resulta difícil imaginar que se pueda imposibilitar el largarse de la ciudad a quienes disponen de segunda residencia, por mucho confinamiento que se imponga. Con lo cual la situación resultaría muy paradigmática de nuestros días: los ricos en sus mansiones del Empordà o la Cerdanya, y los más desfavorecidos encerrados en minúsculas viviendas en plena canícula estival.
En el momento de escribir estas líneas, el confinamiento aparece un poco más lejano, pero vete a saber si, para demostrar autoridad, al President Torra y los suyos no se les ocurre encerrarnos ante nuevos rebrotes. Para evitar la propagación del virus, y la adopción de medidas tan extremadamente duras, se requiere de una capacidad para gestionar su evolución de la que parecen carecer. La misma impericia que muestran en tantos ámbitos de nuestra vida pública. Por ello, todo es posible. En cualquier caso, un buen verano y procuren no seguir la actualidad. Y aún menos a la portavoz del Govern.