La notoriedad mediática de Albert Batlle está siendo notable en las últimas semanas en tanto que nuevo líder de Units per Avançar, pero sobre todo como posible candidato de una oferta de centro catalanista para dejar atrás el desgobierno de Torra, Aragonès y cía. Sus declaraciones han sido contundentes, sin medias tintas, con una determinación muy saludable: ni independencia ni referéndum sino un acuerdo negociado con el Estado y colaboración leal en la política española. La buena noticia para él en términos electorales es que finalmente el PDECat no romperá con Carles Puigdemont, pues a su dirección y alcaldes les ha entrado el canguelo una vez que el expresident se ha hecho de golpe con el control de la marca y los derechos electorales de JxCat. El fugado a Waterloo está cerca de salirse con la suya cuando el 25 de julio dé el pistoletazo de salida a su nuevo partido, sin otra ideología aparente que el secesionismo irredento, y lleve a cabo el primer acto de campaña de unas elecciones que ya tienen un día marcado en rojo: 4 de octubre. Esa es la fecha que hoy más conviene a la estrategia relámpago de Puigdemont, excepto que la pandemia obligue a posponerlo todo.
Cuando hace unas semanas la ruptura entre el PDECat y el expresident parecía muy probable, la confluencia entre los restos de la formación neoconvergente y el recién constituido Partit Nacionalista de Catalunya (PNC), liderado por Marta Pascal, protegida primero por Artur Mas y defenestrada después por Puigdemont, hubiera sido la consecuencia natural, pues reharía el espacio de CDC. La mala noticia para Batlle es que, pese a sus reiterados anuncios de que hay entre Units y el PNC un pacto electoral en ciernes, los de Pascal no parecen interesados a concurrir en alianza con los democristianos por varias razones. En primer lugar, porque el PNC es una formación retóricamente independentista que, si bien no apoya la unilateralidad, sí lleva en su programa un referéndum a la escocesa. Aunque quiere abrirse a un votante de centro derecha no independentista, no va a poder prescindir tan pronto de algún guiño hacia el votante convergente pujolista/masista que ha sostenido el procés todos estos años. Y, en segundo lugar, porque su candidato a la Generalitat en ningún caso podría ser Batlle, que no es un nacionalista pata negra, sino un veterano exsocialista, concejal en Barcelona entre 1983 y 2003, y que luego se ha hecho democristiano y más catalanista. Finalmente, en el partido de Pascal se sienten fuertes para llevar a cabo una campaña electoral en solitario, pues cuentan con el aval del PNV, del que se inspiran hasta en el nombre, y del respaldo económico de algunas entidades financieras catalanas que incluso contemplan el regreso a la política de Artur Mas como candidato del PNC. Cosas veredes…
La cuestión por tanto es cómo se posicionará en las próximas semanas Units ante esa probable tesitura en la que el PNC le da calabazas. Tendría dos opciones. La primera y más lógica, concurrir a las elecciones junto al polo que han constituido tres pequeñas formaciones: Lliga Democràtica, Lliures y Convergents, que lideran Astrid Barrio, Antoni Fernández Teixidó y Germà Gordó, respectivamente, y que esta semana han ratificado su voluntad de sumar a otras fuerzas para presentar una gran alternativa electoral catalanista/nacionalista de centro.
Ideológicamente las coincidencias con Units son muchas y programáticamente no debería haber ningún obstáculo que impidiera el acuerdo. Y, sin embargo, Batlle se muestra reticente, casi contrario a ir con esta tríada porque duda del éxito electoral de la operación sin el PNC. Ese temor al riesgo se explica también porque tiene a su alcance una segunda opción en forma de generoso seguro de vida política: volver a la coalición con el PSC como ya ocurrió en 2017 cuando Ramon Espadaler fue de número 3. Sería una salida de emergencia, que a Miquel Iceta le garantizaría unos cuantos miles de votos a su candidatura, pero que revelaría la incapacidad de Units para articular un espacio electoral de centro catalanista incluso ahora que del procés solo queda su espectro. En 2017 la incongruencia ideológica de ir del brazo de un partido socialdemócrata tenía una justificación táctica, la inmadurez del proyecto político y la extrema división en Cataluña tras el 1-O, pero ahora sería el reconocimiento de un fracaso en toda regla.
El mismo fiasco que sería para la Lliga, Lliures o Convergents quedarse fuera de juego después de tantos esfuerzos por hacerse un hueco político; in extremis, les cabría esperar a que Inés Arrimadas decidiera dar un giro a Ciudadanos en Cataluña, incorporando el catalanismo liberal que esos grupos representan. En un momento en que todavía la pulsión secesionista polariza, siempre es preferible que alguien pueda recoger ese voto de moderado, catalanista de orden, a que se pierda en la abstención. Ahora depende de si Units se arriesga a jugárselo todo en las urnas junto con esa tríada de pequeñas formaciones o prefiere volver a comer seguro de la mano del PSC. Y si es así, pues la verdad, para ese viaje a ninguna parte no hacía falta tanto ruido.