El poder no conoce los reflejos de la luna de julio. Esta pálida antorcha acompaña las noches al raso de miles de jornaleros que deambulan por el Segrià, cálida comarca; los recién llegados de cada verano están ahora a medio camino entre la recogida a pelo (sin papeles) y la puerta del hospital que hace las pruebas de Covid. El alcalde de Lleida, Miquel Pueyo, por temor a la falta de mano de obra, ha estado en contra de la ley ómnibus que confinaba jornaleros, pero ahora, exige medidas drásticas cuando el mal ya está hecho. Después de bolsonear de lo lindo, no encuentra el camino de vuelta.
No hay nada más previsible que la recogida de la fruta o la vendimia. Cada año se repiten los males endémicos del sector: un 30% de sin papeles y el hacinamiento de subsaharianos en las granjas. Y cada año, las mismas prisas con idénticos déficits: las explotaciones aplican contratos a la medida del salario de bronce de Ferdinand de Lassalle y esperan además a que el mercado ajuste los costes laborales, al final de la cadena. La exportación gana la partida al mercado interior y define las condiciones de la próxima recogida.
Este año, al clima general de la recolecta en régimen precario, se le han añadido Malthus y Carlyle: el partidario de los ciclos pandémicos con millones de bajas y el pesimista de la economía, “la ciencia lúgubre”. El alcalde de ERC emprende dos vías: regularización, es decir papeles para todos, y ayuda del Estado para alojar a los sintecho. Parece que el asunto le ha pillado por sorpresa. Estaría en la Fira de Titelles o preparando la Festa del Moros i Cristians, dos actividades que le atraen especialmente. Pueyo es un gran defensor de la reforma horaria, que intenta reconciliar la vida profesional y la familiar. Pues que se lo cuente a estos chicos desmejorados que duermen, entre periódicos viejos, en la misma falda de la Seo. El lumpenproletariado le pilla de sopetón; el ejército industrial de reserva se mantiene vivo porque a la fuerza ahorcan. ¡Menos imagen y más gestión, Pueyo!
El alcalde escribe y lee sin freno; es fan de Woody Allen y experto en Michel de Montaigne; digo que algo sabrá de la petulancia de los cargos, el desvarío de la política y el tedio de los funcionarios. También sabrá que el autor de Los Ensayos, lanzó desde su Torre --situada entre Périgord y el Bordelais-- una diatriba contra “el fanatismo, cuyas consecuencias son más graves que las invasiones bárbaras”. Pueyo es profesor de sociolingüística y política lingüística; otro firme guardarraíles de la Normalización, desde su bella vertiente fonética; también dirigió el Instituto de Estudios Ilerdenses, caterva provincianista de otro tiempo, refundada en los años del hierro por José Maria de Porcioles, desde la Diputación.
La reacción de las fuerzas vivas no puede esconder la verdad. Esta vez, el drama del Covid ha llenado las plazas de una xenofobia latente. La autoproclamada sociedad civil responsabiliza al Gobierno, a la Generalitat y al Ayuntamiento, ¡a todos! Así consta en el documento Lleida, no és això, ni així, suscrito por cien personas de diferentes ámbitos. Las localidades del Segrià (Alpicat, Almacelles y Alcarràs, entre otras) se movilizan y Pueyo vindica su jefatura metropolitana para ponerse al frente de la fronda de los ediles en contra de Alba Vergés. Matan moscas a cañonazos. No he conocido todavía a ningún cuadro de Esquerra que no se crea que es un líder. Desconocen que la forja de un auténtico líder no se mide con gestos ni palabras.
Por su parte, los facultativos penden de un hilo. La situación en el Hospital Universitario Arnau de Vilanova "está estabilizada, pero puede descontrolarse de un día para otro”, según el prestigioso médico de Urgencias, Oriol Yuguero. Solo teme los desbordes, como el del pasado 19 de marzo, cuando en un día, las Urgencias pasaron de 30 a 70 pacientes de golpe. Pueyo no aporta soluciones; él es un gran animador de la escena política. La primera vez que fue diputado en el Parlament vivió con especial sentimiento la primera votación sobre la independencia. Solo firmaron tres: Àngel Colom, Carod-Rovira y Pueyo. Habla a menudo de Víctor Torres i Perenya, que fue secretario de la presidencia de la Generalitat en el exilio, el de verdad; el exilio del dolor después de la Guerra Civil. De jovencito fue el asesor lingüístico en el doblaje de la película Companys, procés a Catalunya. En fin, hay más asesores gramáticos en ERC que politólogos de la comunicación en el PP.
Pueyo alcaldea con la pólvora del Rey. Más pronto que tarde quiere verse como Amadeu Hurtado, el letrado de la Llei de contractes de Conreu republicana de 1934, que resucitó la rabassa morta y permitió cultivar a los jornaleros en tierras que no eran suyas. Habrá que pensar qué tipo de contrato enfitéutico se les hace a los temporeros de cornisa africana. De momento, Pueyo se pone por montera el Institut Agrari de Sant Isidre, una especie de romería carmelita en trance de extinción, que ha enviado una carta al ministro de Agricultura, Luis Planas, para que flexibilice la oferta laboral. Le piden también que les permita organizar transportes privados de temporeros, tanto desde fuera como desde dentro del país. Serían autobuses con certificado de pureza sanguínea, como aquellos vapores del marqués de Comillas, de infausto recuerdo.
La patronal agrícola está presidida por Baldiri Ros, acompañado de una junta en la que Manuel Raventós Negre es el tesorero y Monika d’Habsburg-Lothringen ocupa el cargo de vicepresidenta. Una Habsburgo viste mucho y, de paso, abre las puertas de Mitteleuropa a la Cataluña austracista, que ha emigrado de la ciudad al campo. Pero más allá de sus nobles vestigios, estos propietarios tratan de ampliar la movilidad de los temporeros (políticas de la oferta) para hacer frente a la contracción de la mano de obra barata. Alzan la voz, pero sin gritar, dado que su vertebración orgánica en Fomento del Trabajo y CEOE no les permite presumir de márgenes, cuando las grandes empresas industriales están pilladas por los expedientes de empleo temporales y por la caída espectacular de los ingresos. Ros y la Habsburgo-Lothringen temen que los subsidios desincentiven la oferta de trabajo; y para los suyos, el Sant Isidre pide especialmente incentivos fiscales sobre el IVA y el gasoil. Claro, ¡subsidios, no!, ¡impuestos, menos!
Cuando la recolección de les venía encima, los del Sant Isidre hablaron del daño que hacía en España la dicotomía entre la salud y la economía. Pueyo se apuntó a la queja frente al ómnibus de los confinados. Pero el desmarque inicial no ha traído nada bueno; y ahora, el alcalde repica campanas en contra del Covid. La sangre nunca llegará al río en el Segrià; esto no es la última ensuldiada carlista de Savall, pero la búsqueda de jornaleros desperdigados no tiene buena pinta.