Salvador Dalí se convirtió en un artista de fama mundial a lo largo del siglo XX, en parte, gracias a John Peter Moore, conocido como Capitán Moore en el mundo del arte y de las crónicas sociales. De origen irlandés, Moore fue espía británico de la Segunda Gran Guerra; conoció bien a Churchill y a Roosevelt y fue promovido a la Legión de Honor por el mismo De Gaulle. Antes de ser el secretario y asesor de Salvador Dalí, fundó London Films y fue el productor de películas rodadas por Rosselini, Orson Welles, de Sica o David Lean. Moore mantuvo siempre que Dalí no era de origen catalán: “Pertenecía a una familia que vino a Cataluña para ocuparse de los caballos del castillo militar de Figueres”. La irrupción de Gala Gradiva, la exmujer peripatética de Paul Eluard, las peleas del pintor con su hermana y las desavenencias familiares condenaban a Dalí a ser un sabio provinciano; su voyerismo, su efímera pansexualidad, el matrimonio no consumado y su relación con Nina, una modelo de Christian Dior, expresaban apenas desequilibrios escasamente comerciales. Fue entonces cuando Dalí decidió rescribir su futuro de genio, afín a los brotes psicóticos y a los excesos verbales; abandonó el nido para proyectarse al mundo de la fama y del dinero. Moore le acompañó y le sobrevivió, hasta el día de su fallecimiento, en 2005 (muy posterior al del pintor), en La Capitanerie, una mansión protegida de la tramontana, sobre el mar quieto, en los adentros de Port Lligat.
En verano de 2018, en un momento de mayor sosiego, el Museo de Cadaqués abrió su exposición De Meifrèn a Dalí, que contó con materiales facilitados por la Colección Banc Sabadell. La Fundación de la entidad financiera había dado ya un giro importante a su legado, abandonando el criterio decorativo de sus comienzos para instalar su mirada en el valor antológico de las obras de arte. El rastro de Dalí, siempre presente en colecciones y fundaciones de todo el planeta, se hizo perceptible, una vez más, gracias a los fragmentos de su vida recogidos por John Peter Moore.
Los Pichot
El litoral gerundense concentra una parte de la Colección del Banc Sabadell, con auténticas perlas, como Paisatge de la Costa Brava, obra de Ramón Pichot, que pudimos ver en las salas itinerantes de la exposición D’els quatre gats a la Maison Rose. La exposición mostró la trayectoria vital y artística de Pichot a través de tres etapas: la Barcelona modernista, el París de las vanguardias y el Cadaqués que le sirvió de refugio e inspiración.
Pichot fue compañero de Isidre Nonell y de Ricard Canals en el grupo de artistas de La Colla del Safrà, y amigo de Picasso, Ramón Casas y Ricardo Opisso. Ilustró los Fulls de la vida, de Santiago Rusiñol, expuso en Madrid su España vieja, bajo el influjo de la España negra iniciada por Ignacio Zuloaga y Darío de Regoyos. Más allá de los éxitos pictóricos, sin su entorno familiar, la trayectoria artística de los Pichot sería imposible de conocer; sin su característico sentido del humor, tampoco. El primer pintor de la saga, Ramon, hijo de un hombre de negocios de Barcelona, melómano y aficionado al arte, amplió la mansión familiar de Cadaqués, enclavada sobre la pequeña península del Sortell, entre el Llané y la Conca, que ha ido creciendo con los nuevos oleajes del tronco familiar. Allí replegó Ramon Pichot su última etapa en la que confluyeron el fauvismo y el primitivismo de sus comienzos. Sus mejores momentos habían tenido lugar mucho antes, en al París de la Maison Rose, donde conoció a su esposa Germain, “autora simbólica de la muerte sentimental del pintor Casagemes y del fin del mismo Pichot”, en palabras de Picasso, cargadas con la conocida furia misógina del malagueño universal.
Original en el MNAC
La misma Colección privada del Sabadell abandera su fondo con obras de Rusiñol, como Retrato de Ramon Casas en bicicleta. Esta tela fue cedida para la exposición titulada Ramón Casas, la modernidad anhelada, presentada hace cuatro años en el Maricel de Sitges con motivo del 150 aniversario del nacimiento de Casas. Gracias a la contribución del coleccionismo a la difusión de las artes, este Rusiñol destacó en el marco de la exposición itinerante ‘Barcelona: The City of Artistic Miracles’, que se estrenó hace un año en el Sapporo Art Museum de Japón. Casas, conocido en su tiempo por las pinturas de la vida cotidiana, se hizo muy visible gracias a sus bicicletas. Al margen de la obra de la Colección Sabadell, destacó en su momento el cuadro Ramon Casas y Pere Romeu, donde destaca el tándem símbolo iconográfico del modernismo. Como es bien sabido, este cuadro fue colgado en una de las paredes de Els Quatre Gats, aunque su original se encuentra en MNAC.
La obra 23.IV.85, de Alfons Borrell, propiedad de la Colección Banc Sabadell, formó parte de la exposición Alfons Borrell: els treballs i els dies que tuvo lugar en la Fundació Joan Miró en 2015. Borrell se formó en el medio siglo con Hermen Anglada Camarasa en Mallorca y en la Escola de Belles Arts de Barcelona. En 1960 pasó a integrar el Grup Gallot, un colectivo creado en Sabadell que practicaba acciones a medio camino entre el action painting y el automatismo surrealista que cuestionaban los límites de la autoría y del medio pictórico. Muy amigo de Joan Brossa (la inteligencia creativa en estado puro) y de artistas como Perejaume, a lo largo de su extensa trayectoria, su obra, metida de lleno en el abstracto, se ha ido consolidando con gran intensidad.
Trabajo sobre metal
Del grosor de la Colección Banc Sabadell dan buena muestra también las cesiones efectuadas a museos nacionales y extranjeros. En 1916 se produjo una de estas cesiones, concretamente una obra sobresaliente del escultor Eduardo Chillida al Museo de Bellas Artes de Bilbao. En aquella exposición vasca, de deslumbrantes trabajos entre el metal y la piedra, se experimentó un cruce formidable, sin apenas antecedentes en el arte contemporáneo, con obras de Amable, Balerdi, Basterretxea, Mendiburu, Oteiza, Sistiaga, Zumeta o el mismo Chillida.
El trabajo sobre metal también está representado en la Colección Banc Sabadell por Alberto Peral, con su obra Rombo, instalada en el vestíbulo de la Torre Banc Sabadell en la Diagonal de Barcelona. La realización de esta obra se originó a partir de una chapa de acero recortada en forma de rombo. Peral convirtió la chapa en un círculo perfecto; en suma, un corte tridimensional para alcanzar una esfera que se sostiene en el aire a sí misma.
El método paranoico-crítico
Los remolinos del Golfo de León sobre la punta de Cap de Creus llegaron al París de las vanguardias en los primeros años del siglo pasado. Todo empezó cuando Jean Cocteau, que no había pagado nunca por una obra de arte, compró un cuadro de Dalí para ofrecérselo a Picasso. La reunificación figurativa vivió de impulsos similares --basados en la envidia-- que sin embargo nunca descollaron.
A lomos de los entendidos, Dalí entró en contacto con el duque de Windsor, el gran marchante de la centuria, fiscalmente opaco parapetado tras el noble linaje de la reina de Inglaterra. El duque británico actuó como una palanca de despegue de la gran fortuna del pintor ampurdanés. Paris, Londres y Nueva York se convirtieron en sus ciudades talismán; un buen día en el lobby del Hotel Plaza de Manhattan, Swetlana Stalin, la hija del dictador soviético, Joseph Stalin, le pidió consejo a Gala para proteger del fisco una suma importante de dinero. Swetlana había huido de Moscú porque su padre había matado a su madre e iba a matarla a ella. Es una de tantas historias, no siempre referidas con transparencia, contenidas en la conocida obra de Dalí, Mi vida secreta. Moore se encargó de que Dalí publicara el original en inglés y en poco tiempo editó la pieza teatral del pintor, Baoboac, cumbre del método paranoico-crítico creado por Salvador Dalí. Fue entonces cuando se apresuró fatalmente a escribir su famosa afirmación: “soy mejor escritor que pintor”.