Josep Piqué (Vilanova i la Geltrú, 1955), exministro de Exteriores, exportavoz del Gobierno de José María Aznar, con una larga trayectoria política y empresarial, se muestra pausado, tranquilo, cuando analiza la situación en España. Ha pasado la pandemia en Madrid, con sumo cuidado, con una reclusión social disciplinada.
En esta entrevista con Crónica Global modula sus opiniones y matiza. No ahorra el tiempo. Sabe que nada es blanco o negro en estos momentos. Pero se acelera cuando habla de la coyuntura internacional, que tanto le apasiona, y tiene claro, en todo caso, que no se puede hablar de grandes cambios tras la pandemia del Covid, sino de procesos que ya estaban en marcha. Es cauto y moderadamente optimista. Y rechaza que la Unión Europea no sepa a dónde va, y que España haya fracasado tras la no designación de Nadia Calviño como presidenta del Eurogrupo. No se pone, a su juicio, en peligro el fondo de reconstrucción europea. Pero señala que España deberá afrontar reformas, y que el mundo económico las pide y las necesita: “En privado, el mundo económico aplaude la condicionalidad de Europa a España.
--Pregunta: La pandemia del Covid ha puesto sobre la mesa el debate sobre la supuesta eficacia de las sociedades orientales. ¿Hay que aprender de ello o descartar por completo ese modelo?
--Respuesta: Lo primero que debemos decir es que China todavía nos ha de explicar muchas cosas. Ha habido aspectos muy criticables, como la ocultación inicial, y el retraso en el cierre del país, que provocó la expansión del virus. También debemos tener presente el autoritarismo que ha reflejado, con un mayor control de los ciudadanos, algo que era previo a la pandemia y que se ha reforzado después. Por razones culturales, son sociedades que ofrecen menos resistencia al control que en Occidente. Es cierto que Oriente es un concepto muy amplio, y hay que pensar en países como Corea del Sur, Japón o Taiwan, que han actuado mejor, y han contenido más la pandemia. Desde el punto de vista de Occidente, creo que no se puede poner en duda que se reaccionó tarde, que se minimizó el problema, y que, luego, se retrasaron las decisiones. Se puede decir de España, pero también de países como Francia, que convocó la primera vuelta de las elecciones municipales. La reacción del Reino Unido fue tardía. Pero otros países demostraron que se puede hacer mejor, como Portugal o Grecia, lo que desmiente la idea de que había una razón geográfica como apuntó una ministra del Gobierno. En todo caso, hay que poner las cosas en una perspectiva temporal.
--¿En qué sentido lo dice? ¿No cree que se pueda iniciar ahora otra etapa totalmente distinta, que no se pueda ya regresar al punto anterior de la pandemia?
--Lo que defiendo es que hay que saber Historia, porque sin ella no se puede interpretar no ya el pasado, sino el presente y el futuro. Y he escuchado ya muchas veces esa idea de que todo será diferente. Lo escuché con el 11-S, con la caída de Lehman Brothers y en otros momentos en los últimos años. Es verdad que se producen cambios, pero el mundo sigue su marcha y su ritmo. Hay macrotendendencias, que se pueden acelerar o no. Pero lo que vivimos ya sucedía antes. El auge de China es anterior, y se mantendrá; la crisis existencial de Europa es previa a la pandemia; la agresividad de Rusia o de Turquía ya estaba presente; el abandono del multilateralismo iba en aumento; y el retroceso de Estados Unidos también se había manifestado. Y todo eso continuará ahora. ¿Por qué decimos que es nuevo? El problema es que hay una visión en Occidente particular. Pandemias ya habían existido y no me refiero solo a la mal llamada ‘gripe española’. Pero en Occidente no hemos tenido nada parecido en muchos años. Nos habíamos olvidado de que esto pasaba, como ha ocurrido en muchos países en el pasado reciente. Y la reacción que hemos tenido no ha sido muy diferente a la de los tiempos de Pericles: la cuarentena.
--Entonces, lo que se pone de manifiesto es una tendencia que se acelera. ¿También en el caso de Estados Unidos?
--Sin duda. El repliegue de Estados Unidos, con Donald Trump, ya se había manifestado antes, en la etapa de Obama, al pivotar la influencia mundial hacia el este y el Pacífico. Con Obama comenzó la retirada de Afganistán. Lo que ocurre es que con Trump se produce una retórica conceptual, y se señala el abandono del multilateralismo. Estados Unidos ha llegado a la conclusión de que esa orientación perjudica a sus intereses, de que puede resolverlo todo mejor de forma individual, y se produce una clara ruptura de intereses con Europa y también con países de Oriente, como Corea del Sur o Japón, que se ven ahora angustiados por ese repliegue, porque pueden quedar a expensas de China. Trump va en contra de instituciones que los propios Estados Unidos habían impulsado y defendido, como Naciones Unidas, la OMS o la OTAN. Y esa tendencia seguirá, más allá de lo que pase con Trump. La obsesión de Estados Unidos es China y eso lo comparten los dos grandes partidos. El alejamiento de Estados Unidos del mundo se mantendrá. Y si China incrementa su agresividad y hace más explícita su voluntad expansiva, Estados Unidos deberá reaccionar. Ya existe un incremento de la presencia militar china en el Mar del Sur o el Mar meridional de China. Y el estrecho de Malaca será el punto de batalla. Cuando lo decía hace años parecía un extraterrestre, pero el conflicto internacional va en esa dirección. Ahí se juega la hegemonía mundial. China, que no puede competir con Estados Unidos en armamento nuclear, sí juega sus cartas desde el punto de vista estratégico y militar convencional.
--Vista la experiencia, ¿pecó Occidente de ingenuo con el ingreso de China en la OMC hace veinte años?
--No fue un error en sí mismo. China aceptaba las reglas del juego y el libre comercio. Pero hubo un error al creer que el desarrollo económico de China, con la apertura de la economía china, con el desarrollo de las clases medias, con la presencia de estudiantes en las universidades occidentales, con todo ello, se pensó que comportaría una demanda de libertad. En España fue eso lo que ocurrió, exactamente eso. Y también en gran medida en buena parte del este de Europa. Pero ha resultado falso en China. Y es que Occidente se suele equivocar cuando cree que el resto del mundo piensa como nosotros. La primera guerra del Golfo no fue un fracaso, pero sí la segunda. Es lo mismo que vemos en Libia o en Siria. Es un repliegue de Occidente, porque hay un error de aproximación cultural. Pensamos que todos han vivido la Ilustración, que la sociedad abierta de Popper y la economía de mercado son valores universales y que la libertad individual está por encima del colectivo. Y todo eso tiene poco que ver con China, con el pensamiento de Confucio, que cree en la armonía social, basada en las jerarquías. Y lo que pensaba Occidente sobre la democratización de China ha resultado que no se cumple. De hecho, nunca como ahora la sociedad china ha estado tan controlada por el poder político.
--Por tanto, el modelo chino no se puede abrazar en Occidente, a pesar de que causa cierta admiración en algunos círculos políticos y económicos esa supuesta mayor eficacia.
--Para nada. Adoptar el modelo chino significa renunciar a la libertad. Si se abraza esa supuesta eficacia, que no es tan clara, de control de la libertad de los individuos, haremos una enmienda a la totalidad a la lucha democrática en Occidente, y, por tanto a la libertad individual.
--¿Europa, entonces, tiene una oportunidad en esta coyuntura internacional y en la etapa pos-Covid-19? Se habla de un momento Hamilton.
--Creo que sí. Cuando escucho críticas a Europa, de que no ha estado a la altura de las circunstancias, cuando se pone en cuestión la construcción de Europa, me pongo muy nervioso. Porque solo se ve a la Unión Europea como una hucha para ver cuánto dinero podemos sacar, reclamando que todos sean solidarios con nuestros problemas, como pasa ahora con ese debate sobre la condicionalidad. Europa es un proyecto político y si no es así, desaparecerá. Debe existir una solidaridad y responsabilidad compartidas. Es mucho más que un lugar para pedir ayuda. Hay que recordar, aunque los jóvenes que van de Erasmus no lo puedan entender ahora, que la Unión Europea nació por el miedo a la guerra. Eso es difícil de transmitir cuando un joven comparte un Erasmus con otro joven de otro país, porque queda muy lejos y se ha superado. Lo que debe quedar claro es que los problemas se pueden abordar de forma más eficaz juntos que separados. Podemos hablar de un momento Hamilton, aunque no estamos ahí. Pero la aceptación del principio, y no para cubrir deudas del pasado, de una mutualización de la deuda, con la garantía de la propia Comisión Europea, que buscará recursos en los mercados, y se hace responsable, es muy importante. Por eso el debate sobre la condicionalidad está viciado. No hablamos en ningún caso de rescate, sino de ofrecer muchos recursos, obtenidos en los mercados, que deben ir destinados a la modernización de los aparatos productivos y para evitar futuras pandemias. Y quien quiera verlo de otra manera se equivoca. Nadie dará dinero para hacer lo que se desee.
--¿Entiende como un fracaso que la vicepresidenta Nadia Calviño no haya sido elegida presidenta del Eurogrupo?
--Lo lamento, creo que hubiera sido positivo para España. Pero no ha sido estrictamente una votación del norte contra el sur. Ha habido votos cruzados, con Chipre y Malta a favor y un país del norte como Finlandia a favor. En todo caso, sí es cierto que los del norte están más alineados, como lo están los del sur, con posicione distintas. Pero hay una cuestión de fondo que afecta a los países del Este, que se posicionan con los del norte porque no quieren perder soberanía. Una vez la recuperaron, tras la caída del muro de Berlín, y dejaron de ser satélites de la Unión Soviética, ya no quieren perder ni un ápice de soberanía. Y eso no se ha tenido muy en cuenta en todos estos años. En la ampliación de la UE al este se relajaron los requerimientos institucionales y económicos, que sí se exigieron, por ejemplo, con la entrada de España y Portugal. Pero, en todo caso, no comparto que ahora se diga que se pone en cuestión el fondo de reconstrucción, y que se señale que los países pequeños se impondrán. Hay programas en marcha, el SURE de la Comisión Europea, el MEDE, el Banco Europeo de Inversiones (BEI), y el fondo de reconstrucción de la Comisión Europea, que el eje franco-alemán sacará adelante, aunque pueda haber pequeñas cesiones. No comparto que España salga perjudicada tras esa votación de Calviño, porque con el fondo de reconstrucción hay muchas cosas en juego, para todos los países.
--¿Y ese fondo condicionará mucho lo que deba hacer España?
--El fondo de reconstrucción comportará una condicionalidad, aunque no será tan estricta. Lo que se querrá saber es en qué se invierte. Mantendrá la autonomía del país, siempre que haya un camino de recuperación a medio plazo, que puede ser de diez años y que puede estar ligado a determinadas reformas. Y debo decir que, en privado, el mundo económico aplaude la condicionalidad de Europa a España.
--Entonces, ¿lo que está en juego es que España puede y debe aprovechar esta coyuntura, que, en otra situación, no hubiera sido posible, con los recursos ahora que puedan llegar de la UE?
--Sí, seguro que sí. Es cierto que con Nadia Calviño al frente del Eurogrupo el mensaje hubiera sido también interno, de cara a aprovechar bien lo que se debe hacer. Pero está claro que se puede abordar una transformación del mix energético, con el Green Deal, y con el proceso de digitalización. Puede ser muy positivo para España, pero eso demanda reformas. Y no solo en el campo de las políticas de demanda, con la política monetaria o fiscal para hacer frente a la crisis, sino políticas de oferta, con reformas. Y la condicionalidad, aunque no sea minuciosa, sí comportará incidir en la reforma laboral que puede ser modificable, pero que, en ningún caso, debería significar un retroceso en la flexibilidad laboral. No conozco ningún empresario, y hablo con muchos, como decía, que no me diga “que bien que nos pongan condiciones”, porque así se podrán llevar a cabo esas reformas, dada la composición de este gobierno.
--¿Considera, entonces, que los empresarios han estado a la altura?
--Las organizaciones empresariales, y me refiero principalmente a la CEOE, creo que están haciendo lo que deben, con una vía de diálogo, con los sindicatos, que ha llevado a modificar posiciones iniciales del Gobierno. Es un camino correcto, y no sería negativo respecto a lo que han hecho en estos meses. Si el Gobierno hiciera lo mismo, a todos nosotros nos iría mejor.
--¿Podemos entender, entonces, la posición de los llamados países frugales?
--Se entiende, pero tampoco tienen razón. No se trata de pedir solidaridad a los que están en mejor situación, sino que se trata de que todos, incluidos ellos, entiendan que mantener el mercado único supone un beneficio para todos. Y ese mercado único pasa porque el sur de Europa no entre en una crisis profunda, y eso lo ha comprendido Alemania, con Merkel a la cabeza.
--Con lo que usted plantea, ¿es el momento para que en España el PSOE y el PP colaboren estrechamente?
--Me gustaría decir que es inevitable, y que además debería pasar por un periodo más allá de una legislatura o de una alternativa política. Comparto lo que plantea el Banco de España. Se debe incrementar el gasto público, que aumentará la deuda, pero también se debe plantear a diez años vista una etapa de consolidación fiscal, que sea creíble, y ese consenso interno permitiría ofrecer confianza. Lo que me parece obvio es que esos acuerdos se deben establecer entre los que nos gobiernan y quien están en la oposición. Soy escéptico, pero creo que la realidad acaba apareciendo, se acaba llegando a la edad adulta. Aunque no se debe dar nada por hecho, porque, a veces, hay países que se acaban suicidando.
--¿El PP debería dar su apoyo?
--Lo que no puede ser es pretender mantener el discurso ideológico y que la oposición lo apoye. Debe haber una negociación en toda regla, y lo que parece es que se pide al PP que diga sí. Veo más predisposición a ese pacto en el PP que en el Gobierno.
--¿Puede Pedro Sánchez pactar con Ciudadanos y dejar fuera al PP?
--Sería un mensaje malo para Europa, porque debe haber algunos principios que se den por sentados, con compromisos a largo plazo. Lo que veo difícil es que un Gobierno de coalición, desde su perspectiva ideológica, pida a la oposición un cheque en blanco.
--¿Cree que Pedro Sánchez quiere esos acuerdos?
--Por ahora no lo hemos visto. Lo que se dice es que se acepte todo lo que se plantea. Sí lo veo, con más predisposición, respecto al área económica del Gobierno.
--Esas ventanas de oportunidad que se pueden abrir en el conjunto de España, ¿las ve en Cataluña, ahora que se han cumplido diez años tras la sentencia del Estatut por parte del Tribunal Constitucional?
--Expresaría, de nuevo, un deseo de intenciones, de que la sociedad catalana se exprese de forma adulta y que vea que hay caminos que no son posibles. No se pide a nadie que renuncie a determinadas aspiraciones, pero sí que se debe abandonar la vía unilateral o la idea delirante de que se puede construir una república de la noche a la mañana. La claridad o la oscuridad nos la darán las elecciones de finales de año. Sí veo que hay una descomposición del bloque independentista, del bloque postconvergente, y que puede haber más afinidades ideológicas que nacionales. La sociedad catalana ha quedado muy desgarrada y algún día alguien deberá rendir cuentas. Pero es verdad que el bloque constitucionalista también se ha diluido y se abre un escenario desconocido e incierto. Lo que está claro es que si se pregunta si Cataluña está mejor ahora que hace diez años, me parece que la respuesta es muy clara.