El ministro Salvador Illa, se está convirtiendo en la sorpresa positiva de la política española. En enero de este año fue nombrado ministro de Sanidad, un departamento tradicionalmente tranquilo, al tener delegadas la mayor parte de competencias a las Comunidades Autónomas. Sin embargo, al cabo de un par de meses se encontró en primera línea del escenario más trágico que podamos recordar.
Centro de las críticas más duras y despiadadas de la oposición, y de diversos presidentes autonómicos, hoy es el ministro mejor valorado y su gestión era reconocida estos días por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Tres comentarios acerca de la oposición, la gestión sanitaria y el reconocimiento ciudadano.
Acerca de la oposición, es bueno recordar cómo en los peores momentos de la crisis sanitaria, desde el PP, o desde los gobiernos autonómicos de Cataluña y Madrid, se le señalaba como responsable directo de los muertos, argumentando, sin el menor pudor, de que de gobernar ellos, la derecha o el independentismo catalán, habría menos fallecidos. La actitud más deplorable que yo recuerde en nuestra vida en democracia, con Cayetana Álvarez de Toledo, Isabel Díaz Ayuso y Quim Torra, compartiendo un discurso cargado de populismo y odio. Un acoso y derribo por parte de la oposición que no se daba en ninguno de los países occidentales que, al igual que nosotros, vivían situaciones igual de dramáticas.
Por lo que a su gestión al frente del ministerio se refiere, leía estos días cómo el Director General de la OMS señalaba que España e Italia “pusieron bajo control la epidemia con una combinación de liderazgo, humildad, activa participación de su sociedad y una aproximación completa”. En cualquier caso, no es cuestión de ser mejor o peor que el país vecino, sino de entender que todos los países se han visto superados por la pandemia, y se han salido como han podido. Algunos, como Reino Unido o Estados Unidos --curiosamente referentes de nuestras élites conservadoras que tan despiadadamente criticaron al gobierno-- despreciaron los avisos que ya venían de Italia y España, para hundirse en una gran crisis sanitaria.
Cada día que pasa, la ciudadanía española valora más la templanza del ministro, entendida ésta como la moderación, sobriedad y continencia en las peores circunstancias. Una virtud cardinal que al ministro le vendrá de su formación filosófica y católica y que, desde su niñez, habrá puesto en práctica como sufrido aficionado futbolístico del Español.
Su actitud dignifica la política y sitúa a los voceros estridentes en su sitio. En todo momento, ha actuado con un sentido institucional ya desaparecido, una manera de entender la cosa pública que quizás le venga de la influencia tarradellista en su carrera política. Curiosamente, quien representa el mundo de ayer resulta el más valorado en el mundo de hoy. Señal de que hemos de recuperar lo bueno de nuestro ayer y aparcar a tanta mediocridad, irresponsable e incompetente, que, con el discurso vacuo de la nueva política, nos está llevando a los peores escenarios. Mi reconocimiento a este singular ministro de otros tiempos que, ojalá, sean también los venideros.