El colonialismo está muy mal visto y no seré yo quién salga en su defensa, pero, a efectos prácticos, hay momentos en los que la vida de una colonia puede ser mucho más estimulante para sus habitantes que integrarse en el país del que, teóricamente, forman parte. Pensemos en Hong Kong, cuyos ciudadanos vivieron tan tranquilos como súbditos de Gran Bretaña entre 1898, cuando se quedaron con la isla los ingleses, y 1997, cuando ésta les fue devuelta a los chinos de verdad, los que tenían la dicha de vivir sometidos a una dictadura comunista desde los tiempos del difunto Mao Tse Tung. Me pongo en la piel de un señor de mi edad de Hong Kong y doy gracias a Dios o a quien sea (en la isla hay entre un 68 y un 80 por ciento de gente que se declara agnóstica y atea; a los creyentes se los reparten protestantes, católicos, mormones y algunos testigos de Jehová) por haberme permitido ser chino librándome del sistema político de la madre patria, haberme dejado aprender inglés (así controlo los dos idiomas más hablados del mundo, aunque aquí hablemos cantonés y haya que estudiar también mandarín, y me puedo buscar la vida en muchos más sitios que mis compatriotas sometidos al maldito partido comunista, ya que en mi isla hemos optado por el capitalismo, que también es una birria, pero te deja respirar un poco mejor que la estúpida intolerancia heredada del tío Mao).

Ya puestos, me pongo en la piel de un señor de Hong Kong en particular, el cineasta John Woo (a Wong Kar Wai no lo soporto, aunque se supone que sus películas son cimas de la sensibilidad contemporánea: In the mood for love me parece un remake aburrido y en cámara lenta de Brief encounter, de David Lean), que pudo rodar en Hong Kong y en Estados Unidos sus estimulantes películas de acción, generalmente protagonizadas por Chow Yun Fat. En la China de verdad se habría muerto de asco, y aunque no le conozco, estoy convencido de que si le pregunto por la vida del colonizado me dirá que estaba mucho mejor que la que se les viene encima a sus conciudadanos desde que Xi Jinping ha decidido pasarse por el arco del triunfo lo de “Un país, dos sistemas” y sustituirlo por lo de “La misma mierda para todo el mundo”. 

Ahora vemos que lo de “Un país, dos sistemas” era una argucia que se les ocurrió a los chinos en 1997, cuando les devolvieron Hong Kong, pero que nunca tuvieron la menos intención de llevarlo a cabo. Ahora Hong Kong forma parte oficial de China y solo le sirve para que le recorten las libertades, se acuse a sus naturales de delitos que no lo eran hace dos días, se prometa mano dura y se ponga fin a ese aparente cosmopolitismo que distinguió la isla --junto a un capitalismo salvaje, todo hay que decirlo-- durante casi un siglo. 

Estoy convencido de que algunos habitantes de Hong Kong (en este mundo hay gente para todo) están encantados de haberse librado del perverso colonialismo británico para integrarse por fin en la auténtica patria. Pero prefiero pensar en la gente como yo, que preferían ser chinos a su manera y a los que ahora se va a obligar a serlo del modo canónico, el elegido por los mandamases de una dictadura comunista situada a cierta distancia. Desde mi punto de vista, el Hong Kong colonial disfrutaba de lo mejor de ambos mundos como protectorado británico, mientras que ahora sus habitantes se van a enterar de lo que vale un peine mandarín. Lógicamente, el número de personas que aspiran a exiliarse a Gran Bretaña está creciendo de una manera exponencial, aunque ahora ésta se encuentre bajo el control de un majadero como Boris Johnson: Boris desaparecerá, mientras Xi Jinping se eternizará como Putin o será sustituido por alguien peor. 

En cuanto a los europeos, haremos lo de siempre en estos casos: nada. Si ya miramos hacia otro lado cuando la guerra de los Balcanes, en la que no había mucho que rascar, no nos vamos a indisponer con una gran potencia mundial como China por lo que no deja de ser un problema interno, ¿verdad? Si por lo menos hubiera petróleo o algún otro material de primera necesidad en Hong Kong, igual podríamos hacer algo, pero tal como está el patio solo nos queda observar a sus ciudadanos con cierta simpatía y darles un amable consejo de gran utilidad: ¡Sálvese quien pueda! 

Mientras los lazis insisten en que Cataluña es la última (y maltratada) colonia española, tengo la impresión de que mucha gente en Hong Kong preferiría ser una comunidad autónoma de cualquier parte del mundo exceptuando China. Y los de Macao (territorio autónomo) y Taiwan (país teóricamente independiente), que se vayan preparando porque se la van a ganar en el momento menos pensado, que el reteñido Xi Jin Ping está hecho de la misma pasta que Putin y es insaciable.