El escultor Juan Muñoz fue el primer artista español en exponer en la Sala de las Turbinas de la Tate Modern de Londres, con su obra Double Bind, en 2001. ¿Dónde mejor para un artista que transforma los materiales pesados? Casi podríamos decir que el despacho arquitectónico Herzog & de Meuron, al apostar en el Tate por preservar el carácter industrial del edificio integrado en el espacio museístico, pensó en obras como las de Muñoz. Paredes de ladrillo cobrizo, la gran chimenea icono e imponentes estructuras metálicas ¿Hay algo más muñocista? Double Bind se presentó en 2001 y en verano del mismo año, el escultor español fallecía víctima de un paro cardíaco, en Ibiza. Ahora su mejor obra ocupa un lugar prominente en la llamada meta-escultura contemporánea en la que le acompañan artistas como Wiliam Kentridge, Bill Viola o Chiharu Shiota. Algunas de las mejores piezas de este grupo de vanguardia festonean el proyecto Planta de la Fundación Sorigué, situado en Balaguer (Lleida), en el lugar de una antigua cantera y sobre un complejo agro-industrial, con la idea de fusionar el componente industrial de la zona con la invención y el arte.

Todo empezó con el constructor Julio Sorigué marcado por el éxito exponencial de su empresa constructora (con facturaciones sostenidas de entre 500 y mil millones de euros) y por el deseo de establecer su particular visión de lo contemporáneo en el mundo museístico. Él creó y ha mantenido una de las colecciones de arte privadas más reconocidas de España, según los estándares de calidad del Ministerio de Cultura.

 

 

Colección Fundació Sorigué / YOUTUBE

Plenitud contemporánea

Sorigué es hoy el gran depósito de valor de la escultura. Si con Giacometti fuimos de la tradición a la modernidad, con Brancusi atravesamos el constructivismo y con Calder la escultura entró en el abstracto cinético, podríamos decir que Muñoz nos ha llevado a la plenitud contemporánea sin abandonar el cincel y la métrica de las figuras humanas. Pero hay algo de dramatismo en las figuras de Muñoz, un aire a Patio de cárcel, aquel óleo de paleta oscura pintado por Van Gogh, lejos de los girasoles y los lirios, en el sanatorio siquiátrico de Saint-Remy, pocos meses antes de dispararse un tiro en el estómago, entre los trigales de Auvers.

El proyecto Planta incluye un edificio de nueva construcción, diseñado por Iñaki Ábalos y Renata Sentkiewicz destinado a proyectos de innovación y el conocimiento del grupo empresarial y su colección de arte. “En Planta conviven distintas disciplinas y visiones que hacen único el proyecto. El arte contemporáneo y la arquitectura son dos de ellas”, en palabras de la presidenta del Grupo industrial y de la Fundación Sorigué, Ana Vallés.

La figura de Antonio López

También lo son la “sostenibilidad y la eficiencia energética, claves para el futuro de nuestro grupo empresarial”, asegura. La Fundación Sorigué defiende que el edificio del proyecto Planta –al que Iñaki Ábalos bautizó como la “máquina térmica”-- va a ser un icono de la arquitectura del siglo XXI. Sorigué ha repartido su colección entre el proyecto Planta, las salas de exposición propiedad del grupo y su sede social en Lleida. Es una retahíla sobresaliente de creativos fácil de recordar por su indudable impacto: Chuk Close, Anis Kapoor, Antonio López, Daniel Richter, Doris Salcedo, Tony Cragg, Cristina Iglesias, Antony Gormley, Berlinde de Bruyckere o Julie Methretu. Con frecuencia la Fundación presta alguna de sus obras a otras galerías. Por ejemplo Blood Cinema, de Anish Kapoor, ha estado expuesta bajo el título Blood. Uniting and dividing, en el museo Polin de Varsovia. Half to rise half to fall y Citadel, de Julie Mehretu, forman parte de la exposición Historia Universal de Todo y de Nada, que se ha mantenido por una larga temporada en el Centro Botín de Santander, y anteriormente estuvo en la Fundação Serralves-Museu de Arte Contemporanea de Oporto. Por su parte la descollante Perro muerto, de Antonio López, está en el Instituto Cervantes de Praga, mientras que la obra Rescat de la biblioteca, de Gregori Iglesias, puede verse en el Cercle del Liceu de Barcelona. 

En 1990 el director de cine Víctor Erice rodó El sol del membrillo, donde se recogía el proceso creativo de Antonio López, mientras pintaba un membrillero del patio de su casa. Tres años más tarde, López fue nombrado miembro de número de la Real Academia de San Fernando y el Museo Reina Sofía le dedicó una exposición antológica. Una década más tarde, el Museo de Bellas Artes de Boston le dedicó una exposición monográfica; y su obra, Madrid desde Torres Blancas alcanzó, en una subasta de Christie's en Londres, casi dos millones de euros, la mayor cantidad pagada por una obra de un artista español vivo. En 2014, todo el país vivió con expectación la entrega de uno de sus cuadros más ambiciosos, La familia de Juan Carlos I, cuya realización se consagró durante dos décadas. “Es un pintor de cámara”, se dijo entonces y claro que lo es, como también los fueron Velázquez y Goya, los más grandes. El hiperrealista español más laureado tiene un solar propio en la Colección Sorigué, donde nunca han faltado el olfato y el sentido del riesgo.