El tecnócrata presidente del Banco de España, ayer, en el Congreso de los Diputados, pidió a todos los partidos que remen en la misma dirección. Reclamó unidad para salir juntos de esta pesadilla política, por una cuestión de patriotismo.
Los agentes económicos y sociales (empresarios y trabajadores) están de acuerdo: no existe lucha de clases, --el principio del marxismo--, sino que todos somos iguales. No importa la bandera política: cuando hay una emergencia nacional no existen rojos, morados, naranjas ni azules.
Las viejas y nuevas políticas, todas juntas, a pesar de que en política no existen nuevas políticas, todas son viejas, porque caen en los vicios. Ni siquiera hay blancos ni negros. En política el pantone de colores es de grises, que van del claro al oscuro.
Sólo los adolescentes ven la vida en blanco y negro. Hay muchos adultos que no la han superado y tienen una adolescencia tardía, porque están presos de sus prejuicios ideológicos, o de sus intereses personales, porque a quien buen árbol se arrima buena sombra le cobija.
Sólo hay buena y mala política, no es una cuestión ideológica. Se trata de pragmatismo: los buenos políticos se preocupan por el bien general y los malos se preocupan por lo suyo. No hablo de público o de privado, ambos sectores son compatibles, aunque los neocomunistas digan que no, no mismo que dicen los neoliberales.
Yo soy de talante liberal en lo personal, pero no en lo económico, porque en esta tempestad perfecta el pez grande se come al chico. Es por el instinto del poder de la naturaleza. Por eso un Estado nacional tiene que proteger al débil. El fuerte no necesita que el Estado lo proteja.
Yo cuando era adolescente era revolucionario, pero no como Podemos, porque nunca he sido marxista. Defendía la desarticulación económica capitalista por una república sindical. Me dolía aquella vieja España de sacristía, y quería una nación alegre y faldicorta.
Ayer oí a una ONG solidaria que en la inmediata España habrá otras setecientas mil personas pobres. En esto pienso como cuando era adolescente: que nuestra nación no es el pasado sino el futuro de nuestros hijos. Entonces no pensaba en ellos, por eso he cambiado.