La recta final de los aspirantes a la presidencia del Eurogrupo se encona. El Financial Times desvela que el norte se alinea en favor del luxemburgués Gramegna y del irlandés Donohoe. “Cualquiera menos Calviño” es la consigna de los llamados cuatro frugales, Holanda, Austria, Suecia y Dinamarca, impulsores de la austeridad. El 25 de junio acaba el plazo para presentar candidatos y el 13 de julio se escogerá al nuevo presidente del Eurogrupo; hacen falta un mínimo de 10 votos de los 19 países de la zona euro. El nombramiento de Nadia Calviño, la vicepresidenta española de Asuntos Económicos, fundamentaría un eje entre la política fiscal del núcleo de la UE y su contrapeso, la política monetaria del BCE, donde el español Luis de Guindos desempeña una vicepresidencia. Ambos contarían con el respaldo de José Borrell, el Alto Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad.
Y nos sobran estorbos, como la representación permanente de la Generalitat ante la UE, aquel cargo que ocupa Meritxell Serret, una versión gris de la fuga indepe de octubre del 17, junto a Clara Ponsatí, Antoni Comín y Lluís Puig. Serret sustituyó a Amadeu Altafaj, un francotirador de “la comarca nos visita”, aquel programa de Radio Barcelona en el pasado cargado de remilgos y antecedente de El foraster, un TV3 de Quim Masferrer, explorador del país profundo, culminado con aquel Catalans i catalanes sou molt bona gent. Altafaj, por su parte, ex stringer de ABC en Bruselas, acabó haciendo carrera: fue jefe adjunto del Gabinete del vicepresidente económico de la Comisión Europea, Oli Rehn, y portavoz del excomisario de Desarrollo y Ayuda Humanitaria, Louis Michel. Fue Artur Mas quien le nombró representante permanente.
Pero en Bruselas, donde permanecer es vencer, cualquier carguito suena muy bien. La capital del continente tiene estos golpes: un día estás comiendo los insufribles moules rebozados en un restaurante turístico de la Grand Place y de repente te llaman para ofrecerte un puesto porque dejaste el CV encima de un mortecino atachée de presse. La UE del duro bregar es una oficina de recolocación de piernas. Si no que se lo pregunten al premir británico Boris Johnson, que fue corresponsal en Bruselas del Daily Telegraph --cabecera de referencia del Partido tory-- y periodista favorito de Margaret Thatcher. Boris reforzó su antieuropeísmo enviando a Londres cónicas falsarias, germen del Brexit, por más que ahora recite de memoria El paraíso perdido de John Milton, en los entreactos de Dawning Street.
Hace ya años que la burocracia europea es un universo afligido, muy alejado incluso de nuestra prehistoria, la etapa en la que Carles Gasòliba ( Patronat Catalá pro Europa) fue el representante de la Generalitat. Gasòliba contaba cositas nuestras para abrir puertas sin exagerar, pero Serret y Altafaj, imputados ambos en su momento, han tenido el rostro de convocar a los comisarios en su oficina de la Avenue Edmond Mesens (un millón de euros de alquiler al año) dispuestos a contar que habíamos dejado de ser el small and little country para ser una nación independiente. Pero con la cosa catalana, los eurócratas nunca pican y sus carcajadas suenan desde el Barlaymont hasta el Atomium.
Luis de Guindos, el ex ministro de Economía en la etapa de Mariano Rajoy, es un ortodoxo sin complejos; un liberal partidario de las políticas de la oferta, pero dispuesto a poner el acento en el impulso de la demanda agregada en momentos graves. A él, le debemos en parte los actuales bazucas monetarios del BCE de Frankfurt destinados a la compra de Deuda Pública que sostienen financieramente a Europa, en plena pandemia. Para salir del bache es necesario el último aval del banco del euro acompañado de una política fiscal liderada por el Eurogrupo, y destinada a vigorizar el crecimiento, con altas dosis de inversión pública. De Guindos y Calviño serían las dos caras de la misma moneda. En un espacio neutral y por encima de los odios domésticos, España tiene las ideas sin dogmatismos, porque llegan de orígenes distintos, como el PSOE y el PP. También tiene el equipo; solo falta la oportunidad.
La experiencia demuestra que la materia gris española en Bruselas es directamente proporcional a nuestro ritmo de crecimiento. Guindos fue un buen ministro y Calviño ha nacido para cogobernar en Europa; ella pertenece a la escudería del anterior presidente del BCE, Mario Draghi. En su día, Javier Solana extrapoló el modelo. Como responsable de Exteriores de la UE, puso en manos de la Comisión la parte alícuota de la cesión de soberanía realizada por Madrid, como capital de un estado miembro. La cooperación nos favoreció, una vez más; borró de nuestra memoria la sombra negra del furgón de cola y los demonios familiares de un país aislado.
España hizo buena a Cataluña en la etapa en que el gran monetarista Joan Sardà Dexeus decidió la conversión de la peseta, nuestra antigua divisa; en 1960, a los españoles residentes se les autorizó a tener depósitos en dólares, francos o libras. La decisión monetaria abrió de par en par las ventanas de nuestra economía apolillada tras una larga autarquía. Tres catalanes, Laureano López Rodó, Fabián Estapé o el mismo Sardà Dexeus dirigieron, junto a Mariano Rubio, aquella operación; y con aquel gesto, les dieron alas a los exportadores del mundo textil catalán, motor en aquel momento de la economía. Al territorio se le favorece desde la cooperación entre poderes, a través de la soberanía compartida. Así lo mostraron los turnos de ministros catalanes, como Narcís Serra, Ernest Lluch o el descollante Josep Piqué, ex jefe de la Diplomacia española, en diferentes momentos y en gobiernos de distinto color. Así lo muestra ahora el trabajo del templado ministro de Sanidad, Salvador Illa, impecable y sin responder a los crueles ataques personales del gallinero.
Las naciones del siglo XXI crecerán en brazos de la cooperación. Hoy combatimos la insensibilidad de Países Bajos y Austria, pero mañana deberemos preguntarnos si todos hicimos lo que pudimos frente a un nuevo austericidio. Dando la lata indepe en Europa, aflojamos nuestras posibilidades, no ya españolas, sino también catalanas. Nos juzgarán por nuestras acciones, porque lo esencial a menudo es “invisible a los ojos”, en palabras de Primo Levi, deportado al infierno de Auschwitz junto a miles de otros seres humanos, privados de toda dignidad.