El relevo empresarial llega bajo el signo de la discreción. El mundo industrial catalán está hoy representado por patronos sigilosos y certeros, como los Gallardo, al frente de Almirall (ALM); los Puig de Antonio Puig SA; los Planes, Garrigós o Bidsa (filial del Banco Sabadell), en Fluidra; los Rubiralta, de Werfen, la empresa de diagnósticos y material clínico que mantienen el liderazgo pese a la desaparición de su fundador, Josep María Rubiralta, o del mismo Josep Crehueras, presidente del Grupo Planeta, una plataforma del conocimiento de enorme proyección internacional. No son los únicos, pero los citados son casos de éxito contrastado; mantienen además una equidistancia higiénica respecto al medio enloquecido de la política y frente al escenario ensimismado de los foros de opinión. Las sociedades familiares catalanas, refractarias en su mayoría a la cotización bursátil --Almirall es una excepción-- no tienen la mira puesta en la opinión, apenas mantienen su presencia en el Consejo Consultivo de Fomento del Trabajo y demonizan al atrabiliario pleno de la Cámara de la Comercio de Barcelona, asaltada por el independentismo.

La economía no es una cuestión de representatividad sino de eficiencia. El liderazgo social que tantas veces se le ha pedido al empresariado catalán no depende de sus instituciones sino de su cuenta de resultados. También de su decisión en momentos graves como el procés. El país cae por una pendiente, mientras los debates económicos tocan el cielo de la estética o se enfangan en disquisiciones historicistas; Barcelona vive bajo el síndrome de Viena, la capital austro-húngara que, tras el asesinato en Sarajevo, discutió si el emperador debía ser enterrado en la Kapuzinergruft o en la Cripta Imperial. Y así, afilando violines, les pilló la primera Gran Guerra.

 

Jorge Gallardo, por Farruko

 

Las hordas indepes no necesitan bibliotecas. Saben para que sirven una tabaquera o una camiseta, pero se preguntan para qué sirve un libro de economía; no vale para satisfacer el hambre, puesto que tenerlo a mano en ayunas no llena el estómago. El mundo variopinto de esta Cámara de alpargata anima a fabricar banderas y altavoces para acompañar la tetralogía de Wagner.   

La farmacéutica Almirall, que ha ganado a Sacyr, Pharma Mar o Solaria en su pugna por entrar en el selectivo, se convertirá ahora en integrante del Ibex 35 en sustitución de Mediaset, por decisión del Comité Asesor Técnico del selectivo bursátil. Almirall cotizará con un coeficiente del 80% y el número de acciones a efectos del cálculo del índice será de 139.643.856, lo que da una medida de su alta liquidez, empujada por un free float muy considerable. La empresa de laboratorios, bajo la gestión profesionalizada de Peter Guenter, consejero delegado, ha incrementado sus ganancias en el 63% en el primer trimestre, al beneficiarse del acopio de medicinas de mayoristas y clientes por la crisis del coronavirus. El éxito se debe en parte por la profesionalización de la gestión emprendida por los accionistas (Gallardo) bajo el mando del Ceo, al que se ha añadido Mike McClellan, ex de Teva y Sanofi, con el cargo de director financiero.

El de Almirall es un caso similar al de la cementera Molins, muy profesionalizada tras el fallecimiento de su pionero, el inolvidable Casimiro Molins; pero al mismo tiempo es un antiejemplo para empresas cerriles, como Agrolimen, el complejo alimentario de los Carulla, pendiente de dos esferas cada día menos luminosas: los foros de opinión frecuentados por Artur Carulla y los mentideros independentistas de su hermano mayor, Lluís Carulla.

El empuje de Almirall no es solo una cuestión del mercado coyuntural ascendente de la farmacopea sino también de madurez de un sector sembrado por auténticos titanes, como Joan Uriach, el doctor Biodramina, que nos libró de los mareos en las travesías marítimas o de Pep Esteve, el impulsor de Laboratorios Esteve. El éxito de estos dos últimos fue compatible con aquel mítico doctor Andreu y con la petroquímica profunda del petróleo en la etapa de la extinguida Cros.

Los negocios van y vienen, pero más allá del momento, la inercia positiva actual gravita también sobre la experiencia de firmas de prestigio, al estilo de Ferrer Internacional o de los Laboratorios Andrómaco, fundados por Fernando Rubió y seguidores ambos de la herencia intelectual del Químicó de Sarrià, el centro superior que nutrió de cuadros e investigadores al sector puntero. El cruce de los químicos con la política tuvo un cierto brillo en el pasado, pero ha quedado ensombrecido por la imagen de CiU, el partido negocio. El nacionalismo ha sido la caja fuerte de Jordi Pujol y de su delfín Artur Mas, capaces ambos de provocar su suicidio político para esconder su impúdica corrupción.

Frente a la villanía nacionalista, hoy renace la fusión entre el mundo académico y la empresa, muy presente en Almirall, especialmente en su centro de i+d ubicado en Pensilvania (EEUU). La farmacología catalana puede participar activamente en el Green Deal de la UE, después de la pandemia. Tenemos la catapulta y el ejemplo descollante de Jorge Gallardo.