Cuando aún no hemos acabado esta primavera maldita ya le damos más y más vueltas a la posibilidad de un rebrote de la epidemia en otoño. Unos dicen que es seguro y otros que probable, aunque también crecen las voces que ven casi imposible que esto ocurra. La única conclusión que se puede extraer es que nadie sabe nada. Sólo hay que pedir a los responsables sanitarios que se preparen por si el temido rebrote llega y hagan acopio de todo lo que nos faltó en marzo: EPIs, respiradores y camas en exceso para no colapsar la atención hospitalaria de otras patologías. La construcción de un hospital dedicado a epidemias anunciado por la Comunidad de Madrid es una excelente iniciativa que debería ser copiada por todas las demás comunidades. Ojalá no sean necesarios, pero no nos puede volver a pillar el toro.

Pero donde sí se pueden hacer previsiones más o menos centradas es sobre la evolución de la economía. Nos irá bastante mal si no hay rebrote y fatal si lo hay. Hasta la fecha ha habido actuaciones acertadas y otras no tanto para suavizar el impacto, pero lo que parece innegable es que tras el verano vendrá la parte dura del ajuste y la caída de empleo porque lamentablemente el parón de la economía será algo más que un paréntesis. Todo apunta a que si bien la caída fue rápida, la recuperación será más lenta y de menor intensidad tanto por el ritmo timorato en la vuelta a la normalidad como porque una población empobrecida y con miedo al futuro consume menos.

Al anteponer la emergencia sanitaria a cualquier otra situación se cerró prácticamente toda la actividad económica. Vistos los números de contagiados y fallecidos, estén bien o no, es lo que había que hacer. Para paliar el golpe se tomaron medidas más que correctas: liquidez en el sistema (créditos ICO) y paréntesis en los contratos laborales (ERTE), todo ello acompañado de compra masiva de deuda por el BCE para evitar una crisis del euro y de un incremento de prestaciones sociales para que nadie se quede atrás en un estado que aspira al bienestar común. La teoría es perfecta, o casi.

Pero la práctica no lo es tanto. Los créditos ICO han tenido algún retraso porque los prometidos 100.000 millones se han liberado en bloques, el dinero de los ERTE no ha llegado precisamente puntual por falta de recursos para procesar el aluvión de solicitudes, Europa sigue dividida en lo fundamental y la renta mínima habrá que ver cómo y a quién se concede. En cualquier caso, los matices, importantes, empañan algo el concepto, pero lo complicado vendrá después.

La desescalada está siendo lenta y confusa. Hemos perdido mucho tiempo con medidas en ocasiones contradictorias cuando no absurdas y, sobre todo, adormeciendo a la población que prefiere trotar a reanudar su vida. Abrir bares antes que colegios, permitir el paseo de perros y no el de niños, imponer cuarentenas unilaterales en la frontera y sobre todo el neolenguaje que todo lo invade hace que aspirar a la normalidad sea casi un delito y querer hacer lo de antes con mascarilla parezca pecado. Deberíamos atrevernos a avanzar con mascarilla, una sana distancia y más higiene en lugar de seguir en esta especie de arcadia donde la principal preocupación es ir a la playa o conseguir mesa en una terraza. Nos tenemos que poner ya las pilas, todos. El estado no es, ni mucho menos, rico y no podrá hacer caer maná del cielo. No estamos de vacaciones, tenemos que tratar que el motor de la economía gire o luego estará gripado.

La renta mínima vital suena a peligrosa porque es una puerta abierta al fraude. Ningún sintecho va a recibirla, se les da por perdidos, pero está por ver qué porcentaje de los receptores la usarán para complementar su supervivencia con actividades en negro o simplemente lo verán como un camino para no trabajar. No serán todos, pero hay que minimizar la picaresca. Tiene sentido una renta universal como medida transitoria, pero no estructural. Y tiene más sentido un trabajo mínimo vital, hay muchísimas cosas por hacer en nuestra sociedad, que una paguita sin más. Mil euros por no hacer nada para una familia de cuatro personas no parece coherente, sobre todo si lo comparamos con el SMI o con la pensión media que en ambos casos están en 1.100 euros.

Los ERTE están actuando como dique de contención al paro, pero cuando dejen de poder usarse, probablemente en septiembre, el incremento del paro será brutal. Porque muchas empresas están aplazando los ajustes ante un mercado lleno de incertidumbres ya que ahora mantener el empleo no cuesta nada, pero en cuando cueste veremos como un buen número de ERTE se convierten en ERE y las cifras del paro se irán por las nubes. 

Probablemente en junio, julio, agosto e incluso septiembre tengamos un cierto espejismo de normalización de indicadores, especialmente si los comparamos con abril y mayo. Hay demanda contenida y necesidades derivadas del confinamiento, como reparaciones pendientes o visitas a los talleres de coches porque no son pocos los automóviles que no han despertado bien del letargo al que les hemos sumido. Pero cuando esa primera oleada pase y se acabe el mucho o poco turismo que tengamos este verano tendremos un horizonte muy negro como no nos pongamos las pilas.

Papá estado y mamá Europa no estarán en otoño para ayudar, nos hemos de ayudar nosotros, recuperando la normalidad cuanto antes. Hemos de aprender a convivir con una enfermedad más, como convivimos con la meningitis, la tuberculosis, la rabia, el tétanos, la malaria (porque importamos al menos 500 casos cada año). Somos mortales, expuestos a muchos riesgos y hemos de entender que ha venido otro, pero que hay que seguir viviendo, como ya hacen en media Europa. Si nos quedamos atrás nadie nos rescatará y solo lograremos ser una sociedad más pobre y, por tanto, indefensa.