Esquerra Republicana de Catalunya dedica muchos esfuerzos a presentarse como un partido de izquierdas. Es un ejercicio en el que se ha beneficiado del apoyo más o menos discreto del PSOE y del PSC, forzados a hacer de la necesidad virtud, que han necesitado regularmente a Esquerra para construir unas mayorías en general inestables y perecederas.
En Cataluña, ERC tiene relativamente fácil mantener la ficción porque se da por supuesto que la inmensa mayoría de la población es de izquierdas, algo que la realidad se encarga de desmentir sistemáticamente, pero que alimenta el estado de autocomplacencia en el que vive el país. De hecho las encuestas más recientes detectan una insólita evolución adicional hacia la izquierda no sólo entre los simpatizantes de Esquerra sino incluso entre los de la antigua Convergencia.
Frente a esta persistente adscripción virtual a la izquierda, la votación junto a PP y Vox contra la prórroga del estado de alarma, supone un jarro de agua bastante fría y pone las cosas en su sitio aunque ahora se haya abstenido. La trayectoria de Esquerra es consistente en su apoyo a propuestas conservadoras porque es un partido básicamente nacionalista algo esencial para mantener a sus votantes en una nebulosa de ensoñación que oscurezca su seguidismo de Convergencia o de la formación que la haya sustituido. En cualquier caso, la ilusión de alternativa progresista ha tenido un éxito considerable en las áreas no metropolitanas de Cataluña, precisamente las más condicionadas históricamente por el carlismo y el antiliberalismo.
La reciente votación en el Congreso no es una anécdota aislada. Cierra un círculo que, si nos limitamos al período democrático, empezó en 1980 con la votación de Esquerra que permitió a Jordi Pujol acceder a la Presidencia de la Generalitat, una posición de la que no se apearía en 23 años. Es procedente apuntar que el movimiento de ERC, muy escorada entonces por líderes sensibles al supremacismo, fue sustancialmente patrocinado por Foment del Treball.
Esquerra es un partido que ha mantenido sistemáticamente, sin el más mínimo intervalo, su apoyo a la circunscripción electoral provincial regulada por la Ley Electoral de UCD que le facilita el mismo tipo de ventaja que la que históricamente ha obtenido Convergencia Democrática y las formaciones que la han sucedido. Es un mecanismo electoral que produce unos resultados fuertemente inclinados a favorecer las zonas rurales y que castiga a los ámbitos urbanos. En definitiva, es el clásico esquema de representación electoral promovido históricamente por los partidos conservadores.
Es una apuesta que ha tenido su continuidad con la ocupación por Esquerra de todos los resortes de pequeño poder del sistema comarcal planteado como contrapeso a la Barcelona metropolitana. Es una estructura desde la que ha consolidado su alternativa de política “nacional” , en línea con los designios de Pujol que se concretaron en la disolución de la Corporación Metropolitana de Barcelona y que condujeron a una ordenación territorial basada en las comarcas y en unas nebulosas regiones cuya irrealidad se ha podido constatar en la actual crisis sanitaria.
Contrasta la vocación comarcal del partido con su escasísimo protagonismo en la gestión municipal, la auténtica marca de identidad de las políticas de los partidos catalanes de izquierda. Es bastante indiscutible que Esquerra no puede ofrecer nada remotamente parecido a lo que significaron los alcaldes del PSC, evidentemente, pero tampoco los del PSUC que dejaron una huella sólida en sus ciudades, como serían los casos de Toni Farrés en Sabadell, Tejedor en El Prat o Baltasar en Sant Feliu.
La Esquerra que salió de la Dictadura franquista estaba fuertemente marcada por el anticomunismo legendario de algunos de sus líderes. Este anticomunismo, que aportó unos beneficios relevantes sobre todo en términos de apoyo empresarial, se ha convertido actualmente en un antisocialismo no menos visceral, bastante insólito para un partido que se reclama de izquierdas.
Porque el comportamiento irresponsable de Esquerra Republicana, del que ya se hicieron eco el propio presidente Tarradellas y algunos escritores que vivieron su trayectoria durante la República, no es normalmente la actitud de los partidos de izquierda que aspiran a gobernar.
En esto, Esquerra es una excepción como quedó claro con su bloqueo del proyecto de Estatut de 2006 y su confluencia con el Partido Popular en el referéndum posterior. La votación con Vox tiene, por lo tanto, antecedentes. Es relevante subrayar también que esta opción de Esquerra abrió el camino al regreso de las derechas a los gobiernos de la Generalitat y de España.
Algunos analistas sostienen que Esquerra tiene dos almas y que una de ellas, actualmente minoritaria, mantiene una pulsión izquierdista ante el dominio de la mayoría estrictamente nacionalista. Es una visión, quizás voluntarista, que suavizaría la proposición más radical que predica que Esquerra es básicamente un partido nacionalista que asume todos los tics conservadores de las clases comerciantes y de los pequeños empresarios del interior no metropolitano. Pero lo dramático de la hegemonía de los sectores irredentos en el partido es la deriva que le ha conducido a abrazar la parafernalia de unos signos y símbolos que tienden a subrayar su evolución hacia prácticas de los partidos instalados en el radicalismo nacionalista de las que serían una muestra significativa la escenografía de sus comparecencias públicas, su integración en el activismo, los desfiles de antorchas o las conmemoraciones fúnebres de imaginario abertzale por poner sólo unos ejemplos inquietantes.