Miguel Otero Iglesias (Basilea, 1979) conoce bien el paño. Economista, investigador principal del Real Instituto Elcano y profesor del IE School of Global and Public Affairs, está contento tras conocer la propuesta de la Comisión Europea, con un fondo de 750.000 millones de euros que serán transferencias y créditos para proyectos transformadores que lleven al conjunto de la Unión Europea a superar la crisis del Covid-19, pero también a pensar a medio plazo para competir en un mundo nuevo. Por ello, Otero, con voz pausada, con el conocimiento que le da su trato frecuente con altos funcionarios europeos y diplomáticos, --en especial de la Europa del Norte—pide con claridad que España tenga a punto sus planes de transformación, en los ámbitos que crea que pueden ser objeto de ayuda. Otero desarrolla en esta entrevista con Crónica Global todo un arsenal de argumentos para saber qué se juega en estos momentos en Europa.
--Pregunta: En el corazón de esta crisis, primero sanitaria y ahora ya económica, figura la cuestión sobre si se trata de una crisis simétrica o asimétrica. El Covid-19 ha afectado a todos los países de la UE, pero, ¿cómo saldrán de la crisis?
--Respuesta: Es una crisis simétrica en el sentido de que, si al final países como España o Italia lo pasan realmente mal, entonces ello repercutirá también en el resto de estados de la Unión. Incluso en Alemania o en Holanda, aunque sanitariamente la crisis no les haya afectado tanto, o el turismo no sea tan importante como en España. Si en 2008 se trató de una crisis financiera, que atacó al corazón del sistema financiero, esta crisis ataca al sistema de movilidad. Por tanto, si dependes más del turismo, estás más afectado. Pero hay que tener en cuenta que las diferencias también se producen en el interior de un país, con regiones como Madrid o las mediterráneas con impactos distintos en función de su mayor o menor exposición al turismo. En todo caso, con una crisis que afecta tanto a la tercera y a la cuarta economía de la Unión Europea, es lógico considerar que toca a todos los países, y así lo han entendido los propios países del Norte de Europa.
--La Comisión Europea ha propuesto, finalmente, un plan de 750.000 millones de euros, con transferencias y créditos. ¿Es lo que se podía esperar? ¿Es algo histórico si se acaba aprobando?
Sin duda. Por primera vez, primero Alemania y Francia, de manera conjunta, y ahora la Comisión Europea, gracias a ese respaldo de las dos economías más grandes de la Unión, han propuesto endeudarse conjuntamente en un volumen de dimensiones importantes. El mensaje a la ciudadanía y a los mercados internacionales es significativo. La deuda que se va a emitir es de larga duración y se pagará desde el año 2028 al año 2058. Eso quiere decir que si se aprueba este presupuesto acordaremos seguir estando juntos hasta bien entrada la segunda mitad del siglo. En un contexto en el que no hace mucho, sobe todo después del Brexit, se cuestionaba si la Unión Europea iba a sobrevivir, creo que es un mensaje muy potente. La deuda liga, ata, y si uno se endeuda con un socio en grandes cantidades y a largo plazo es que cree en la asociación.
Miguel Otero durante la entrevista con 'Crónica Global' / CG
--¿Se puede decir que España ha liderado por primera vez, desde hace algunos años, con una primera propuesta que es similar a la que ha aprobado la Comisión Europea?
--España, al salir de la crisis anterior, tras el momento más agudo, entre 2008 y 2014, ya comenzó a tener más iniciativa, en ámbitos como la inmigración. Empezó a mirar más a Europa, algo que no pudo hacer en el corazón de la crisis, cuando se centró en cuestiones más domésticas. Pero España ha estado presente en momentos importantes, y debemos recordar la posición sobre los fondos estructurales de cohesión en los años ochenta. El papel que ha ejercido siempre y es lo que más se valora, es el de mediador. Se vio en la crisis anterior, al no entrar en el campo de la confrontación con Bruselas por el que apostó inicialmente Grecia y en parte Italia. Y se ha visto ahora otra vez, pese a la crisis. Es un país que no genera problemas. En Elcano hemos estudiado las relaciones entre España y Alemania y se ve a España como un país que es constructivo, con el que se puede llegar a acuerdos. Aunque también se pide más de España. Que se atreva más y proponga más. Es cierto que algunas cosas ayudan ahora. El hecho de que el presidente Sánchez hable inglés y francés permite un mayor liderazgo. Y luego está el hecho de que, si Angela Merkel representa la familia democristiana, y Macron la liberal, en el caso de Sánchez representa la socialdemocracia europea. Eso da más protagonismo.
--¿Se ha ganado, entonces España ese respeto en la Unión Europa para poner en marcha ese fondo de reconstrucción? ¿Qué imagen se proyecta?
--A España se ve como un país que, aunque le cuesta hacer reformas, no culpabiliza a Europa. Es similar a lo que hace un país como Irlanda. Se puede confiar en España, ya que reconoce sus limitaciones y sus deficiencias. A lo largo de la última crisis, llevó a cabo importantes reformas estructurales y eso ha llevado a políticos alemanes a situar a España como modelo. Se entendió que había que ajustar las balanzas fiscales y comerciales, y mitigar los desequilibrios. Y, en general, muchísimos funcionarios alemanes siempre señalan que la preocupación no es España. Es Grecia, es Italia y es…Francia. En Alemania y en Holanda cuesta entender que en Francia no se pueda reformar la edad de jubilación, que haya problemas para pasar de 60 a 62 años, cuando ellos pasaron la jubilación a los 67 años. De España hay, en general, una imagen buena, de país que cumple. Y que han proyectado los propios trabajadores españoles en esos países del norte de Europa, en los que llevan décadas, cuando se vieron obligados a emigrar en su momento. Y de hecho, todo eso explica también la cantidad de turistas que recibe España cada año.
--Sobre el fondo de reconstrucción de la Comisión, ¿se beneficiará más países como Alemania, para fortalecer a sus propias empresas?
--Alemania tiene la capacidad para ayudar a sus empresas y no necesita el fondo. Pero si salimos de la lógica nacional, cuando se analice qué regiones o empresas necesitan ayuda, con un fondo de recapitalización de empresas, puede que haya recursos que vayan a Alemania. Pero hay que tener en cuenta lo que ha pasado. Alguien de tanta autoridad como Wolfgang Schäuble, respetado en el campo conservador, pero en general en toda la sociedad alemana, ha dejado claro que no es el momento de ser rácano. Ha señalado que ante un desastre como el Covid-19, Europa debe estar a la altura de las circunstancias. Siempre he señalado que Alemania es muy favorable a Europa, con sus características, que pasan por no defender el subsidio permanente, aunque haya muchos subsidios en Alemania. Pero siempre con condicionalidad. El principio que se propone es: ¿necesitas dinero?, bien, pero ¿por qué lo necesitas y qué precisas para no volver a pedirlo? Y ese punto de vista en estos momentos puede ser muy oportuno. Se necesita un plan para destinar los recursos que se pondrán a disposición de los países necesitados, y se abre una oportunidad para entender qué deficiencias tiene Europa en comparación con Estados Unidos y China, desde la convicción de que sin una Europa unida no se podrá competir con ellos.
--¿Alemania ha cogido el toro por los cuernos, y ha decidido liderar el proyecto europeo hacia esa unión?
--Es un proceso que se va fraguando desde hace años. Cuando China compra la empresa de robótica alemana Kuka, en 2016, se ve con claridad. Yo estuve de investigador visitante en el think tank alemán en Berlín, Merics, el único que hay en Europa centrado exclusivamente en el estudio de China. Y pude comprobar que Alemania entendió que ya no podía tratar en igualdad de condiciones a China. Vio que necesitaba a Europa. También hay que tener en cuenta algo esencial: la decisión del Tribunal Constitucional Alemán sobre la actuación del BCE. Lo que señala el alto tribunal es que, si se quiere una Europa federal, adelante, pero eso se debe hacer a través de la política y no mediante la política monetaria o la tecnocracia. En la anterior crisis, Angela Merkel resolvió el asunto a través del BCE, por la puerta de atrás, permitiendo que comprara toda la deuda necesaria. Pero ahora, con enormes cantidades en juego, y con una crisis superior, lo que señala el TC alemán es que esa práctica va en contra de la letra y el espíritu del Tratado de Maastricht. Porque en el tratado hay una cláusula de no rescate. Eso es así. Se acordó que cada palo aguantara su vela. Y o se avanza por el lado fiscal o político, o se cambian los tratados, o esto no funcionará. Ese es el punto de vista alemán, con un parlamentarismo muy potente.
--Lo que se plantea ahora, por tanto, es ir de cara.
--Sí, es eso. Y con el plan de la Comisión Europea se va en esa dirección. No queremos llamarlos eurobonos, pero en la práctica será deuda mancomunada, anclada en los presupuestos de la Comisión. Y lo dicho, con una determinación de mantenernos unidos en un momento crítico.
--¿Para Alemania y para los partidarios de la unión política, entonces, el problema es Francia y no cualquier otro país?
--Son visiones distintas. Son dos maneras de entender cómo construir Europa. Los llamados “economistas alemanes”, desde finales de los sesenta, lo que sostienen es que una unión monetaria sólo funcionará con países con una cultura presupuestaria parecida. Para ello se necesita convergencia, países más parecidos, con una cultura de la estabilidad, de precios y de presupuestos que puedan convertirse en una unión política orgánicamente. Es una posición alemana, acorde a su historia. Se pretendía un proceso de integración económica, cultural y política, y la coronación del proyecto debía ser la unión monetaria. En Francia la visión es distinta. Se quería unir Europa a través del dinero y la capital política de esa unión debía ser París. Toda la integración que quería Alemania la podía defender Francia en abstracto y a largo plazo, pero primero había que centrarse en la unión monetaria y ya se llegaría a la unión fiscal y política. Francia se salió con la suya. Se creó el euro, con Mitterrand y Kohl, y la unión monetaria. Pero como Francia no quería entrar por el aro de la mayor supervisión fiscal, Alemania llegó al consenso a partir de la exigencia de una moneda muy ortodoxa, con un banco central independiente, solo preocupado por la estabilidad de precios, como único mandato, y bajo el espíritu del Bundesbank. La consigna fue clara: no habrá eurobonos, si no hay unión política previa.
--¿Estamos ahora más cerca de esa posición alemana?
--Todo depende del uso de ese fondo de reconstrucción, de deuda emitida por la Comisión Europea, y por cómo sea el control democrático de ese dinero. Si es del presupuesto de la Comisión, como así parece, el Parlamento Europeo supervisará ese presupuesto. Eso es un buen paso hacia una democracia europea más cerca de una unión política estable.
--¿Nos podemos colocar en los zapatos de los países frugales, como Holanda, Suecia, Finlandia o Dinamarca, que cuestionan ese fondo? ¿tienen razón?
--Es el fondo del asunto. Hay países que por razones comprensibles tienen la sensación de que el funcionamiento de sus instituciones es mejor que la media europea. Para países como Holanda una mayor unión significa que se diluye su sistema institucional y que se acerca a la media. Es una visión muy arraigada. La percepción es que los países que necesitan ayudas están peor gobernados que ellos, y si se les ayuda se quiere saber qué pasa con ese dinero. Antes de la crisis del Covid esos países ya sostenían esa posición. Querían entender y condicionar mejor las ayudas a todos los países, mirando a los estados del este, con verdaderos problemas institucionales. Y lo que pretenden es que esos recursos que se ofrezcan actúen como palancas para cambios en el futuro. Por ello, van a defender que se trate sobre todo de créditos, porque se entiende que de esa forma se le da más valor a ese dinero y se obligará a un mayor esfuerzo al prestatario. Si son transferencias, se considera que ese esfuerzo disminuirá. Holanda no es un país perfecto, está claro. Se puede considerar, en parte, un paraíso fiscal, y en el Puerto de Rotterdam se reciben mercancías sin un control de aduanas e impositivo adecuado. Pero sus funcionarios señalan que han hecho reformas, que exportan productos agrícolas de alto valor sin la ayuda de la PAC. Y las miradas se dirigen, no a España, sino a Francia, porque se le ve como un país grande que acaba haciendo siempre lo que quiere. Tanto Alemania como Holanda ven a Francia o a Italia como países que siempre les acaban engañando.
Miguel Otero contesta las preguntas de 'Crónica Global' / CG
--¿España debería optar por los recursos del MEDE? ¿Por qué se rechazan?
--Si se acudiera al MEDE se debe partir de ideas claras, sabiendo lo que se quiere hacer. Es importante que esos procesos sean de apropiación. Es decir, si viene impuesto un programa con una condicionalidad eso no va a funcionar. Con Grecia se demostró en la anterior crisis. Si vas al MEDE, el MEDE sanitario, que no tiene condicionalidad, y tienes la posibilidad de tomar dinero por el 2% del PIB para el sistema sanitario, eso no puede suponer ningún estigma. Hay que verlo como algo estratégico. La cuestión es que hay que tener un plan: destinar recursos para el rastreo de contagiados, para camas de hospitales, para lo que se considere. Pero un plan, teniendo en cuenta que lo que se puede ahorrar es poco. Gracias al BCE y a la situación de los mercados, no estamos como en 2008. Es verdad, por tanto, que se puede entender la resistencia al MEDE, porque éste se convertiría en preferente y eso podría hacer la deuda española menos atractiva para los inversores internacionales. Pero lo principal, con MEDE o no, con ayudas o sin ellas, es que España debe tener un plan para salir de esta crisis con un cambio en la economía. Y si luego se reciben esas ayudas, pues mucho mejor.
--¿En qué se debería centrar ese plan?
--En los ámbitos en los que está apostando la Comisión Europea, como la digitalización y la transición energética. También se debería centrar en la inclusión social, en el capital humano, y en la innovación y en la internacionalización. El diagnóstico está hecho. Hay amplio consenso sobre todo ello, también sobre la necesidad de constituir empresas más grandes, por ejemplo. Más que el Gobierno, creo que se podría ocupar de ello la comisión parlamentaria sobre la reconstrucción económica, con un carácter transversal. Necesitamos pactos de estado que duren más que una legislatura. Independientemente de la ayuda que venga de Bruselas, al margen de esa ayuda, España necesita un plan económico sí o sí, que debe incluir también a las comunidades autónomas, dentro de esa apuesta por la cogobernanza. Es ahora cuando se debe concretar, con una caída del PIB que será profunda. Porque, si no es ahora, ¿cuándo? A pesar del dinero que pueda llegar, hay que tener planes ya listos y preparados. Los mejores proyectos para las regiones que más ayuda necesiten, serán los primeros en obtener financiación. Y con impacto en empleo. En el sector energético, el Plan Nacional de energía y clima, puede ser un buen ejemplo: hablamos de proyectos de hasta 240.000 millones, con el 80% de financiación por parte de la empresa privada. En el ámbito de las renovables, produciría mucho empleo y crecimiento. Lo digital y lo verde, esa es la visión estratégica desde Bruselas. Otra cuestión que llama la atención: sólo la mitad de las escuelas en España tiene una plataforma digital, ¿Cómo puede ser?
--¿Entonces el gran problema de España es político?
--La política es un reflejo de intereses, de los que bloquean las reformas. Se está hablando estos días de mujeres que dirigen países que han lidiado mejor con el COVID-19, como un elemento distintivo. Se habla de las líderes de Nueva Zelanda, Corea del Sur, Alemania o Finlandia y lo bien que lo están haciendo, pero resulta que son también países más cooperativos. En España falta una cultura de la cooperación. No solo por parte de los políticos, que también, sino respecto a las asociaciones público-privadas o las privadas-privadas. Es decir, necesitamos una cultura de asociación y cooperación, de cómo se organiza la sociedad civil y empresarial. Pero tampoco hay que ser derrotistas. No es una faceta que no tengamos. No hay que irse a Dinamarca a buscar modelos. En el País Vasco, Galicia o Andalucía hay casos de cooperación. Inditex, en La Coruña, es un modelo, con capacidad para organizarse bien y convertirse en una de las grandes multinacionales del mundo, en una región que se podría considerar menos desarrollada que otras. Cuando hablas con altos funcionarios en Europa, o diplomáticos, les llama la atención que haya en España tantas multinacionales. En Francia se ven más asociadas al Estado, pero en España existen en el ámbito privado y funcionan. Y se trata ahora de incidir en ello, de valorar mucho más lo que ya tenemos. De llevar lo que ya tenemos en las grandes empresas a la pyme.
Miguel Otero comenta su opinión para 'Crónica Global' / CG