España es una construcción simbólica con aportes decisivos de la periferia. El Arriba España es una traslación literal del Gora Euskadi, gracias al falangista Rafael Sánchez Mazas. La España comunidad de destino que tanto agradaba a Franco fue una aportación catalanista de procedencia austro-húngara. Hasta la bandera española parece una abreviatura de la catalana. Quizás sea porque la propuesta ganadora en 1785 --en el concurso que convocó Carlos III para el diseño de un pabellón para la Marina-- se pudo inspirar en los colores rojo y amarillo de las omnipresentes naves catalanas y valencianas por el Mediterráneo medieval.
Si no fue un error de tintado --como en cierta ocasión se ha apuntado--, el morado de la bandera tricolor de la Segunda República pudo ser una reacción castellanista ante la evidencia que la enseña española evocaba en exceso los colores de Aragón, Cataluña, Valencia y Baleares. No le debió gustar al gallego Franco el color del pendón de Castilla, puesto que impuso el retorno a la bandera rojigualda, y para distinguirla de la monárquica y de la de la Primera República, insertó el escudo en el águila de San Juan. Lo que no se atrevió a cambiar el dictador fue el patchwork territorial, heredado de las monarquías compuestas que iniciaron los Reyes Católicos.
Será por tantos conflictos y fracasos en los siglos XIX y XX, lo cierto es que los símbolos españoles han ido perdiendo la mayor parte del consenso y del entusiasmo con el que fueron creados. Hasta la Marcha Real fue antes un himno popular que oficial. Y como los españoles somos de memoria muy corta, la mayoría asoció durante la Transición y años sucesivos la bandera constitucional a la franquista. Tuvo que venir el oro olímpico de 1992 en fútbol para conocer un Camp Nou repleto de enseñas nacionales, con la excepción de Guardiola que separado del grupo paseaba la senyera, quizás por su profundo desconocimiento de la historia de España y de Cataluña. Con la Eurocopa de 2008 y el Mundial de 2010 se aceleró la progresiva normalización de la bicolor como bandera de todos los españoles. Como sucede en otros países, comenzó a ser habitual ver ciudadanos con pulseras o camisetas con los colores nacionales, sin sentirse ni ser señalados como fachas. El respeto a la pluralidad parecía haber vencido a la ignorancia sectaria.
La excepción más beligerante fueron los nacionalistas vascos y catalanes, que siguieron obsesionados en asociar su imaginaria represión con la bandera constitucional. Estos nacionalistas se definen correctamente como antiespañoles, en tanto el fundamento histórico de su hispanofobia reside en tomar una parte de la historia de España --la dictadura franquista-- por el todo. Durante la primera década del siglo XXI y pese a estos obstáculos, la aceptación de la bandera se había extendido en el resto del Estado hasta que en 2013 irrumpió Vox, otro partido nacionalista que asocia bandera con un precepto ideológico, en este caso con la uniformización y el centralismo autoritario. La antiespañolidad de Vox se define por el secuestro que hace del símbolo de todos en beneficio de unos pocos.
Materialmente todas las banderas son trapos, pero como enseñas no son un asunto baladí. Urge recuperar el sentido común con el apoyo de una ley de banderas que aclare qué usos partidistas son incompatibles con la representación común de la ciudadanía. Ninguna formación política debería apropiarse de la enseña nacional, ni las de las comunidades autónomas, ni las de los municipios. El enorme logro del gol de Iniesta ha sido empañado por el delirio nacionalista de unas minorías de españoles que, por rechazo o por usurpación, están empeñados en manosear un símbolo de todo el país. Otro ejemplo del lamentable estado del discurso político, de izquierdas y de derechas, tanto da.