Es moneda común que para ser político hay que venir llorado de casa. Además, un representante de la ciudadanía está obligado a recibir el mismo jarabe democrático que dispensa. Las recientes declaraciones del vicepresidente segundo del gobierno muestran qué lejos está de dos principios democráticos básicos: el respeto y la tolerancia. Y qué cómodo se encuentra junto a quienes no practican --aunque afirmen lo contrario-- dichos principios.
Iglesias fue un adolescente aventajado que dirigió escraches en contra de la libertad de expresión y a favor del totalitarismo en las universidades. Cosas de la edad dirían algunos. Me temo que no. Ahora que sufre protestas cerca de su particular casoplón, amenaza veladamente las casas de políticos de derechas y nacionalistas españoles, como las próximas en ser rodeadas por militantes serviles y vociferantes. Los escraches no son ni de derechas ni de izquierdas, son escraches.
Iglesias el Niño no ha madurado porque el fundamento de su ideología es el señalamiento del que opina distinto. Los expodemitas lo saben bien. Su comentario no recuerda al “Ahora vienen por mí, pero es demasiado tarde” de Bertolt Brecht, sino a aquellos matones que tantos niños y adolescentes han sufrido en escuelas e institutos. Esos que parecían mayores antes que el resto. Esos que escupían, zancadilleaban o insultaban a los que no les seguían o admiraban. El líder y su corte formaban el grupo de los enterados, los que repetían el prepotente y engreído “tú no te enteras de nada”. Violencia y acoso puro y duro, ahora llamado bullying.
El liderazgo de Iglesias al frente de Podemos y de los sucesivos Vistalegres lo erigieron en un referente para multitud de votantes que ansiaban una regeneración de la izquierda. Otro asunto es qué ideología transpira él y sus acólitos más cercanos. Es el modelo del político que antepone sus intereses al del común de la ciudadanía, pese a que afirme lo contrario. Puro cinismo. Su espacio ideológico choca de lleno con cualquier otro populismo que dispute también el control de las masas. Ni siquiera su reivindicación de la justicia social lo aproxima a la izquierda honesta y tolerante, en todo caso evoca el programa social del fascismo italiano (salario mínimo, congelación de alquieres,…). Atribuirse la iniciativa del ingreso mínimo vital es ocultar, a sabiendas, que la Renta Básica es una reivindicación muy anterior al 15M, incluso previa a los viajes a Libia de aquellos que tanto admiraban a Gadafi, su renta básica y su Libro Verde; por cierto, uno de ellos hasta hace poco diputado de Podemos por Sevilla.
Iglesias ha afirmado que si ha de elegir --como socios-- entre ERC y Ciudadanos, nunca tendría dudas que optaría por los republicanistas catalanes por ser de izquierdas [sic]. El pacto sobre la derogación de la reforma laboral con los fanáticos de EH-Bildu confirma esa fascinación por el totalitarismo nacionalista. Ese acuerdo y aquel comentario demuestra, una vez más, su ignorancia sobre qué es ser de izquierdas. Ni la tolerancia ni el respeto a la diversidad está en la selecta genética de los Otegui, Matute, Junqueras, Rufián y demás cohorte. La hispanofobia de esos partidos no es ni de izquierdas ni de derechas. El odio es la esencia de la violencia (física o simbólica), de la exclusión y la injusticia social que tantos años llevan alentando y practicando los independentistas, por activa y por pasiva. De ese peligroso cóctel de populismo y nacionalismo ya hemos tenido ocasión de conocer las nefastas consecuencias que produce su desmesurada ingesta. Y vistas esas compañías, cabe dudar y mucho del sentido de Estado de Iglesias, y más en estos momentos tan críticos para la mayoría de los españoles, sean ricos, pobres o pobrecillos.
Cuentan que en un banquete el diplomático Talleyrand, al probar el pavo que le habían puesto como primer plato, exclamó: “Lástima, estaría riquísimo si no fuera por las malas compañías”. El anfitrión preguntó al cocinero cómo lo había preparado y averiguó que en el mismo horno había asado una pierna de cordero. En política también hay que tener activo el gusto, el olfato o cualquiera de los otros sentidos, para distinguir que no todo es lo mismo, sea carne o pescado. Lo contrario es, como dijo Erasmo, un elogio a la estulticia.