¿Por qué está OJ en la cárcel? Sus esporádicas reapariciones en la esfera pública, unas veces beatíficas, otras destempladas o incluso amenazantes; las noticias sobre las numerosas visitas que recibe (o que recibía antes del estado de alarma); sus artículos y análisis, que se publican como si no los firmase un delincuente sino un distinguido estadista o un sabio en algún área del conocimiento; las entrevistas a las que responde; los titulares que se le dedican…
…Todo eso extrañamente lo mantiene y legitima como actor entre cortinajes, sí, pero actor decisivo en el teatro de la política, como si su autoridad no hubiera sido desacreditada por la sentencia que lo define como delincuente. Ahora, por ejemplo, OJ ha afeado al Gobierno por recibir el apoyo que él y los suyos le negaban sobre el estado de alarma. Como si el coronavirus fuera uno más de esos conceptos tontos que manejan los nacionalistas, como si el virus fuese un “derecho a decidir”, un “hecho diferencial”, una “identidad”, un “expolio fiscal”, una “nación” o un “agravio comparativo”, etc.
Dada la desenvoltura con que se maneja y la atención con que se le escucha, ¿por qué OJ está en la cárcel? Trataré de abordar este tema con el respeto que merece toda criatura caída en desgracia pero con más respeto a la verdad y a los lectores, que la merecen.
Desde luego la respuesta sencilla es: porque los jueces determinaron que había cometido delitos merecedores de la privación de libertad. Pero más allá de esta tautología --pues nadie está en la cárcel por otro motivo--, y lejos de celebrar su prisión, que es una condición deplorable casi siempre, OJ está preso por mentir.
Todos los embustes que OJ, como parlamentario y vicepresidente que era del gobierno catalán, y su nutrido equipo de colaboradores, estuvieron profiriendo, repitiendo y difundiendo con el dinero que puso a su alcance el Estado: esas mentiras sobre los “balances fiscales”, sobre la victoria inminente e inevitable, sobre el “genocidio cultural”, sobre un “mandato del pueblo” que estaban obligados a cumplir, sobre el resultado de su referéndum ilegal, sobre el apoyo de las potencias extranjeras, sobre la simpatía de la UE a la secesión catalana, sobre la permanencia del “nuevo Estado Europeo” en la CE y la OTAN ya que estos organismos no podían permitirse su ausencia, sobre la Constitución y la legislación preparadas para dar el salto “de la ley a la ley”, sobre los distinguidos mediadores dispuestos a intervenir, sobre los millones de euros que cada ciudadano dejaría de pagar con el negocio de la secesión, sobre que el Estado “no se atreverá” a defender su integridad, etcétera, etcétera, etcétera… todas esas mentiras repetidas y machacadas hasta la manía desde los poderosos órganos de agit-prop…
…todas estas mentiras, por su propia desmesura y naturaleza, una vez recalentada la masa social que las creía hasta el paroxismo, tenían que ser respaldadas al final por un acto: no podían quedarse, como las mentiras habituales de los políticos, sin consecuencia, porque esa masa recalentada hubiera abrasado a OJ, Puigdemont y compañía.
De manera que la enorme sarta de mentiras se pasó al cobro. Y como no había activos para pagarlas, hubo que pagarlas como cualquier otra deuda: con la cárcel. Ahora se da con OJ un caso psicológico de manual, quizá no muy interesante: ante una adversidad tan contundente, la fe católica ofreció a OJ, primero, el lenitivo de la cristiana resignación, la presentación de la otra mejilla, el discurso del amor universal, la beatería del perdón.
Con el paso del tiempo OJ ha visto que la santurronería no arroja resultados positivos: siendo el único resultado positivo de verdad no ya la recuperación de la libertad y el poder, que solo serían un regreso al punto de partida, sino la repetición kierkegaardiana, la repetición o el “tornarem a fer-ho” pero esta vez con el resultado positivo de la Independencia.
En el fondo, ésta es lo único que justificaría y compensaría las penalidades sufridas elevándolas a la categoría de sacrificio pascual. De ahí el paso del discurso del amor al exabrupto y la amenaza actuales, el “i una merda!” cuando el periodista le preguntó si OJ y los suyos no habían engañado a los catalanes, etc.
Sostiene OJ en su último artículo que mientras el Estado es “lento de reacción, centralista, nacionalista, militarista, oligopolista y desesperadamente ineficiente”, en cambio “el Gobierno (de la Generalitat) está liderando y demostrando una vez más su eficacia y solvencia, especialmente los departamentos más estrechamente impactados por la pandemia”: o sea Sanidad e Interior, cuya obvia y clamorosa ineficacia todos desgraciadamente hemos podido constatar. Resulta que Alba Vergés y Miquel Buch lideran y demuestran eficacia.
Esa contumacia en el embuste, el empecinamiento en el propósito repetitivo del golpe de estado, y ahora la irresponsabilidad con que su grupo (con Vox, Junts pel x3% y la CUP) ha intentado suprimir el estado de alarma --o sea, descontrolar letalmente la pandemia-- en nombre de la libertad pero en realidad por una rabieta política, son otros tantos signos de que OJ no ha aprendido nada de la causa última de su situación.
También él tiene o cree tener una cuenta por cobrar: su cárcel no puede ser en vano, y la única retribución justa por ella es la destrucción del enemigo o por lo menos infligirle un daño equivalente al que él ha padecido, está padeciendo ahora.
Por todo esto, si este país tiene algún interés en sobrevivir más allá del virus y la crisis económica, debe asegurarse de que OJ nunca vuelva a tener responsabilidades en la Administración.
Que en adelante nos mientan otros mentirosos menos peligrosos.