Pablo Casado jugó fuerte esta semana. La empezó con Carlos Alsina en Onda Cero para lanzar una amenaza nada velada: “No podemos apoyar la prórroga del estado de alarma”. El líder del PP, formalmente, quería acabar con los poderes de Sánchez como mando único en la pandemia y al tiempo se ponía a abanderar el fin del desconfinamiento, pero, en el fondo, su objetivo no era otro que noquear al ejecutivo.
En la calle Génova están convencidos que el gobierno caerá como fruta madura tras la pandemia y todo su afán es lanzar cargas de profundidad contra Sánchez --mentiroso, inútil, vanidoso, totalitario, desastre, entre miles de adjetivos-- para desacreditar al Gobierno muy en la línea del “váyase, señor González” o los insultos continuos que tuvo que aguantar Zapatero. Por eso, Casado se lanzó a la piscina el lunes. Quería poner en cuestión a Sánchez y le pareció el momento propicio.
Con la bandera de que el estado de alarma cercena las libertades y que Sánchez quiere “poderes absolutos” --no parece que Casado haya estudiado los modelos de emergencia de Gran Bretaña, Holanda, Bélgica, Francia, Italia o, incluso, Alemania-- se lanzó a su particular cruzada aprovechando la situación política. Casado contaba en sus planes con Ciudadanos, daba por descontado el aplauso de VOX, y se dejaba arrullar por la batalla cainita entre los independentistas catalanes que sumaron al no de Junts per Catalunya y la CUP, el de ERC, porque los republicanos no se sacan de encima ese gen sumiso que los liga con el espacio convergente, definido como “somos los masovers, asumiendo la posición del amo”, por un dirigente republicano.
Sumaba también a esta opción a sus “enemigos íntimos” de Bildu y suspiraba por el apoyo de Navarra Suma y de los partidos canarios. Este era el éxtasis de su operación.
Un coctel perfecto. Agitado y no revuelto, al mejor estilo de James Bond. No calculó bien. Visto lo visto, el cóctel se aguó. Las primeras entradas de agua en la escuadra invencible de Casado le llegaron de sus propias filas. Las Comunidades Autónomas presididas por el PP no estaban por la labor --Feijoó estuvo encantado tras su conversación con la vicepresidenta Carmen Calvo y así lo hizo saber públicamente-- y se lo hicieron saber. Sobre todo, que se quitara de la cabeza el voto negativo. Ciudadanos le robó la cartera para intentar un nuevo asalto al centro político y los vascos, como siempre, optaron por el pragmatismo pactando el consenso en las decisiones de la desescalada. Una vez más, los vascos han robado a los catalanes esta bandera. También la izquierda de Bildu que se ha desmarcado de ERC y que ha contado con el apoyo del BNG.
En el pleno del Congreso, el líder del PP estuvo duro, pero siguió sin plantear ninguna alternativa. Se espera más del líder de la oposición. Se le ha visto demasiado el plumero. Se ha visto que tiene prisa en dar el salto a La Moncloa. No repara en gastos ni en formas, pero no le ha salido bien su operación de acoso y derribo, que ha evidenciado su liderazgo en entredicho al frente de una pinza con el independentismo catalán que no gusta mucho ni a los suyos. Lo de Casado es como dice el dicho ir a por lana y salir trasquilado.