En tiempos de crisis conviene llamar a las cosas por su nombre. Podemos seguir pensando que aquí no ha pasado nada y que en unos meses todo volverá a la normalidad. Queremos pensar que podremos seguir trabajando, cobrando nuestra pensión, yendo de vacaciones, a comer el domingo con la familia y pagando las facturas que a tantísimas familias españolas se les están acumulando en estos días de confinamiento obligado para parar al bicho. Siento decir que esta coronacrisis es elefantiásica y que lamentablemente va a destrozar la vida de millones de españoles. Sé que es políticamente incorrecto decir la verdad en estos edulcorados tiempos de pose, pero no quiero ni debo engañarles como hacen esos falsos gurús del optimismo forzado que leo por ahí.
Nuestra economía caerá en un solo año más de lo que cayó entre 2009 y 2013, ambos inclusive. Entre ERTE, autónomos borrados del mapa y nuevos desempleados, acabaremos el año con más de 8 millones de personas sin actividad económica. Sin cotizantes y con miles de empresas extinguidas, el Estado no recibirá los ingresos necesarios como para poder pagar todos los intereses de la deuda pública, nuevas prestaciones por desempleo, rescate a sectores estratégicos de nuestra economía como el turismo, la prometida “renta mínima vital”, el impacto sanitario acumulado y las pensiones de nuestros mayores, que recuerdo que ya pagábamos tirando de deuda pública en un porcentaje nada desdeñable. La estructura básica del Estado del Bienestar está en peligro.
El Gobierno de España se va a tener que endeudar con condiciones de manera exponencial, a través de las instituciones europeas, para sortear el caos económico. Tenía razón Pedro Sánchez cuando afirmaba que necesitábamos un “Plan Marshall para encarar una economía de guerra”. No exageraba. España está hoy, no mañana, hoy, quebrada. Nuestra nación por si misma ya no puede hacer frente a los gastos que tiene comprometidos. Sólo una inyección intensiva e ingente de dinero europeo puede ayudarnos a espantar al elefante económico que ya se nos ha sentado en el sofá de nuestra casa.
Lo vuelvo a repetir, estamos quebrados. La cosa es seria y me gustaría aprovechar estas líneas para pedir que se callen unas semanas aquellos que nos están diciendo que ahora es el momento de afrontar la transición energética, la secesión de no sé qué territorio, la lucha contra el malvado heteropatriarcado y chorradas similares. La gente no está para grandes debates espirituales cuando se les hunde el suelo (ver pirámide de Maslow). En otras palabras, “en tiempos de tribulación, no hacer mudanza” que decía San Ignacio. A la realidad se le hace frente con agallas, con realismo y con el cuchillo en la boca. No es momento de gurús de pacotilla, es tiempo de serios gestores económicos con sensibilidad social que hablen poco y hagan mucho para poner a todo el mundo otra vez a trabajar. Ya habrá tiempo de soñar en el planeta del siglo XXII.
Es mentira eso de que “nadie quedará atrás”, es falso eso de que “el estado te ayudará”. Asumámoslo. Que nadie te narcotice con buenas palabras como si fueras un niño pequeño. El Gobierno no tendrá suficiente dinero como para ayudarte: tendrá tantas facturas por pagar que a duras penas podrá mantener un porcentaje del actual estado del bienestar que conocemos hoy. Los recortes de Montoro para superar la crisis financiera de 2008 van a ser pellizcos de monja comparados con los que habrá que hacer en los próximos años.
Saldremos de esta. Seguro. No hay mal que 100 años dure, pero sólo torearemos este envite con valentía, sufrimiento, realismo y rigor presupuestario. Vienen mal dadas y la sociedad tiene que interiorizarlo. Que no te engañen los vendedores de crecepelo que no tardarán en buscar culpables imaginarios de hace 10, 20 o 50 años. Exige, dentro de tus posibilidades, que los dirigentes políticos sean serios, solventes y no populistas en su toma de decisiones. Exige que nos ayuden a levantar de nuevo la caña de pescar y no que te callen con un raquítico pez en la mesa. Exígeles que sean responsables con el dinero público, cosa que ayudará a que Europa nos siga salvando de la suspensión de pagos que destrozaría 47 millones de vidas.
Siento ser tan crudo. De verdad. Pero recuerden aquello de que “un pesimista es sólo un optimista bien informado” que decía Mario Benedetti.