¿Existe el Congreso? Hay muchas dudas. ¿Por qué se cerró el Congreso? Nadie lo ha explicado. Es algo que los ciudadanos no entienden. ¿Por qué? Porque el Congreso es la máxima representación de la nación. Pues lo cerraron. La mayoría de diputados han impuesto una trampa al resto de la cámara para impedirse a sí mismos controlar al Gobierno. Se hace al revés: el Gobierno controla al Congreso. Fin de la democracia que se inventó con la Revolución Francesa y la independencia de poderes. Fin del sueño de la libertad de una nación llamada España.
“Las Cortes Generales representan al pueblo español y están formadas por el Congreso de los Diputados y el Senado” dice el artículo 66 (apartado 1) de la Constitución española de 1978. El apartado 2 del mismo artículo insiste en que “las Cortes Generales ejercen la potestad legislativa del Estado, aprueban sus Presupuestos, controlan la acción del Gobierno y tienen las demás competencias que les atribuya la Constitución”. “Las Cortes Generales son inviolables”, añade al apartado 3 del mismo artículo 66. Pues no parece que se cumpla nada de lo escrito en la Constitución. ¿Qué está sucediendo? Puede que de todo. Lo iremos viendo en los meses siguientes, si nos dejan verlo.
En días pasados ya lo escribía el magistrado Manuel Aragón, emérito del Tribunal Constitucional y decía que “el presidente del Gobierno representa al poder ejecutivo, nada más” y “a la nación únicamente la representan las Cortes Generales y al Estado, el Rey”. Tomamos nota porque parece que los papeles se han cambiado. Quien manda en el Congreso es Moncloa. La presidenta, Meritxell Batet, está de florero. La Mesa del Congreso está de adorno. Han cambiado los papeles totalmente. Este país se parece más a una dictadura que a una democracia, por más que un tal Coronavirus corra por sus calles. Nos costará volver a correr nosotros, los ciudadanos.
El magistrado Aragón señala que lo más “grave” es la “exorbitante utilización del estado de alarma”. La declaración de este Estado de alarma “no puede legitimar la anulación del control parlamentario del Gobierno”. Ahí queríamos llegar. Este Estado de Alarma se ha pasado en sus funciones. Se ha pasado de la raya, anulando incluso al Congreso, además de anular la libertad de los ciudadanos. Y promocionando y vendiendo por las televisiones, son las que influyen, un estado policial.
El ciudadano denuncia a quien no cumple la ordenanza, bien voceando desde su balcón, bien denunciando ante la policía. Estado policial. Lo mismo hicieron Hitler, Stalin, Mussolini y Franco, por poner a los cercanos. El Estado de alarma ha sobrepasado todos los límites. La negligencia del Gobierno la hemos pagado los ciudadanos. Y la seguiremos pagando. La torpeza gubernamental con la economía nacional la pagaremos durante años, ya lo advierte el Fondo Monetario Internacional (FMI).
Hemos llegado al fondo del túnel y se ve un pozo enorme. La Gran Depresión, versión siglo XXI. Ningún primer cuarto de siglo ha pasado, desde que se recuerda, que no haya marcado la historia y el resto del siglo. Guerras, crisis, depresiones, socavones, llamémoslas como queramos. Han sucedido. Este siglo XXI no iba a ser menos. Ya nos ha marcado. Ya nada será igual. Ni siquiera la forma de Estado. Ni siquiera la gobernanza de los Estados. Ni siquiera las libertades de los ciudadanos. Ni siquiera la confianza en los gobernantes elegidos. Porque presuponemos que a quienes elegimos son gente legal y no van a cambiar o destruir las instituciones. Que error. Les damos el poder y rápidamente las cambian o, peor, las destruyen. Ejemplos hay a docenas en muchos países. Empezando por Europa. Lo dijo Timothy Sneider: “El error consiste en presuponer que los gobernantes que han accedido al poder mediante las instituciones no puedan modificar o destruir esas instituciones”. Pues en España han empezado por el Congreso. Lo han secuestrado. Está secuestrado por la mayoría de diputados que sostiene al Gobierno.
No ha sido muy razonable la forma en que el Gobierno ha aplicado el Estado de alarma. Tenemos, cierto, una gravísima crisis sanitaria y económica. Y el Gobierno ha intentado superarla, atajarla. Pero mal. Muy mal. Porque ha limitado los derechos de los ciudadanos con, en realidad, un Estado de Excepción, tal como han dicho prestigiosos catedráticos. Sucede que han existido dos gobiernos, a cada cual más inepto. El que ejerce de presidente, un tal Pedro Sánchez, por su afán de ser presidente ha demostrado que le queda grande el cargo y que su recorrido político es corto. Ha sido incapaz de gobernar con decencia a la nación. Y como el Congreso estorbaba, pues se cierra. ¡Olé, Pedro Sánchez! Que el Congreso guarde silencio. Han querido disimular tal aberración celebrando, ayer, una sesión de control del Gobierno. ¡Vaya Chapuza! Entendemos que la salud hay que cuidarla, señores diputados. Pero más hay que cuidar el mandato de los ciudadanos y su representación. Si hay que ir al Congreso, se va. Los trabajadores van a su lugar de trabajo cada día. En metro, ustedes no; en autobús, ustedes no; se lo pagan de su bolsillo, ustedes se lo cobran al Congreso. Dietas. No han renunciado a ellas.
La Mesa del Congreso aplicó el artículo 31 del reglamento, a pesar de la protesta de algunos grupos de la oposición. Ha sido la mayoría del Congreso la que ha impuesto un cepo al resto de la cámara para impedirse a sí misma controlar e impulsar al Gobierno. Los ciudadanos no entienden por qué Pedro Sánchez y Pablo Iglesias se puede saltar la cuarentena. No entienden los ciudadanos por qué los diputados no pueden preguntar al Gobierno por todas sus negligencias, por ejemplo, por qué no actuaron antes si ya tenían información. O por qué se ha castigado a los autónomos. Nada. Congreso secuestrado.
¿Dónde está el Congreso?
- ¡Anda! En la Plaza de las Cortes, dice Ramosella. ¿No lo ves?
- Sí. Las paredes, sí. Ahí están. ¿Pero la Institución?
- ¡Uy! Sueñas. Habrá que recuperarla. Con el tiempo. Y con sangre, añade Ramosella.
Todo se andará. Pero queda muy tocado el Congreso y la libertad de los ciudadanos. Ambas cosas están secuestradas. Y los diputados no defienden ninguna, aunque fueron elegidos para eso. Además tenemos muchos muertos que enterrar. Muchos muertos que despedir. Más que los números que nos da el Gobierno de Pedro y Pablo. ¿Cuántos infectados hay? ¿Cuánto muertos nos da el Gobierno? Números y engaños. Ya lo adelantó Günter Grass: “En estadística, lo que desaparece detrás de los números es la muerte”. Esto es lo único real que tenemos. La muerte. Incluida la del Congreso.