La palabra “merci” aparece cada tarde circundando la Torre Eiffel, mientras cientos de miles de personas aplauden desde sus balcones la dedicación de médicos y enfermeras de todo el mundo para erradicar cuanto antes el Coronavirus. Entre tantos síntomas de sociedades desvinculadas y sin cohesión, hay algo en la lucha UCI por UCI contra el Coronavirus que te lleva a pensar, en ese extraño “mix” de ansiedad y esperanza en que vivimos, que los seres humanos están dispuestos a moderar su egoísmo y a sentirse próximos más allá de la norma explícita.
El altruismo va más allá de la necesidad de ser mejores aunque eso solo parezcan gestos. Hay una hermosa espontaneidad, unos órdenes espontáneos muy de agradecer y que se expanden, con mascarilla y guantes, mientras el ingenio de una sociedad que no se rinde logra alardes de buen humor y ese repentismo que cada día convierte nuestras pantallas en escenario para el humor y la compenetración. “Merci”, buena gente.
Sabemos que ahora mismo hay que estar con los profesionales de la sanidad y del orden. Hay que cumplir con el confinamiento, atenerse a las normas sanitarias y sancionar a quien se salte ese respeto a lo que entre todos –según el sistema representativo- hemos acordado como respuesta colectiva. Y mientras tanto, es cierto que ningún gobierno ni todos los organismos transnacionales pueden garantizan que no se cometan errores. Por eso las democracias tienen su sistema de fiscalización y control, deben rendir cuentas, dar explicaciones a los parlamentos. Y eso no solo se hará sino que se está haciendo, imperfectamente siempre, como es ley de vida. Pero lo inasumible es el derrotismo, las “fake news” propagadas con una irresponsabilidad que debiera ser considerada delictiva.
A pesar de todo, y prescindiendo de cualquier emocionalismo, las gentes de buena voluntad son como una red magnética, sorprendentemente operativa en un mundo de disfunciones sistémicas e inhibición ante las formas elementales de convivencia. Unos pocos organizan sus “after hours” psicotrópicos mientras los más ayudan a los vecinos de más edad o donan sangre. Es la vieja experiencia de convivir que se retroalimenta y mejora en los momentos más difíciles.
Ya llegó la hora de echar cuentas. ¿Qué coste económico tendrá la pandemia? La perspectiva es inquietante. Tantas incógnitas nos abruman. Ahí estamos, con la mascarilla y los guantes, esperando respuestas que no llegan. Y ahí recuperamos el impagable caudal de la buena gente, su resiliencia, su fe en que al final no todo se descompone. ”Merci” buena gente. Lo dice la Torre Eiffel, lo dicen los conductores de ambulancia, el cartero que llama dos veces, el vecino que te presta un CD o media docena de naranjas.