Hay muchas contradicciones y paradojas en el procés. Y la última es la posición del presidente Quim Torra al desafiar al presidente del Gobierno Pedro Sánchez, tras declarar el estado de alarma. Todo ello es la consecuencia de una estrategia de enfrentamiento con el Estado programado por el secesionismo a lo largo de estos últimos años.

El procés no solo ha provocado en la Cataluña actual profundas anomalías que dificultan la convivencia e impiden el normal funcionamiento de sus instituciones, sino que además encierra una serie de paradojas dignas de analizar. Entendemos por paradojas, “aquellas cosas que terminan siendo muy diferentes a lo que pensábamos en un principio, o que desafían el sentido común y la lógica hasta llegar al punto de resultar imposibles”.

Una primera paradoja que retener y que además genera una cierta perplejidad, es la percepción de que las bases y los votantes de ERC se sientan más próximos a las propuestas de JxCat, mientras que la estrategia de ERC se aproxima más a lo que piensan algunos de los exvotantes de Convergència, aunque es cierto que parte de ese electorado ha sido abducido por la fe del carbonero. Todo lo anterior genera una gran incertidumbre a la hora de diseccionar el comportamiento del electorado secesionista.

Una segunda paradoja sería la de lengua. En el caso absolutamente improbable que se proclamara la independencia de Cataluña, el castellano dejaría de ser la lengua del Estado “ocupante” y “opresor” para convertirse en la lengua más hablada por los ciudadanos de la nueva República, tal como lo es hoy día. Marginarlo o prohibirlo crearía sin duda bastantes problemas al nuevo Govern.

La figura del mayor Trapero es sin duda una paradoja que atrae nuestra atención. Este personaje ha pasado de ser del héroe nacional y jefe militar encumbrado en las sangrientas jornadas del 17A, al denostado traidor que es capaz de manifestar que en “defensa de la Constitución y el Estado de derecho estaba dispuesto a llegar incluso a la detención del president”.

Resulta también paradójico que una sociedad progresista, avanzada y moderna haya quedado cautiva de un procés regresivo, con un fuerte componente medievalista y ancestral. Una sociedad organizada y respetuosa con la recuperación de sus instituciones transformada en una sociedad sin ley, subordinada a las emociones y a los sentimientos manipulados.

Una gran parte de sus capas medias han sido fagocitadas por un proceso de psicosis colectiva y manipulación permanente a través de medios de comunicación públicos verdaderos centros de agit-prop. El mejor ejemplo de agitación organizada y teledirigida, ha sido el llamado Tsunami Democràtic. Es difícil encontrar a lo largo de la historia un colectivo tan disciplinado y obediente a las consignas de un núcleo agitador no identificado. Nadie sabe exactamente quién manda en el Tsunami, pero todos sus seguidores obedecen ciegamente: no cabe duda que hay algo de acto de fe en este proceso de fuertes raíces religiosas. 

Habría que preguntarse, qué ha sucedido para que un nacionalismo que nace con una vocación inicial de modernizar el Estado al cual pertenece, termine navegando en las procelosas aguas del oscurantismo. Frente a un nacionalismo vasco que procura adaptarse a los tiempos modernos, el catalán parece sumergirse en el Medievo. Mientras que el PNV muta sus orígenes carlistas y permite a Euskadi avanzar en su modernización, los herederos de Convergència, de tanto mirar al pasado, se han convertido en estatuas de sal como la mujer de Lot. Cataluña retrocede. Profesionales y empresarios catalanes, “refugiados” muchos de ellos en el Cercle d’Economia, sienten una especie de nostalgia por sus homólogos vascos.

La paradoja social, la de sectores de una izquierda que nació para la internacionalización de su utopía, mutada en muleta de un nacionalismo egoísta e insolidario, sueño húmedo de profesionales de la revuelta.

La paradoja final, el sábado 14 de marzo el Gobierno de España decide declarar el estado de alarma para hacer frente a la grave crisis sanitaria ocasionada por el coronavirus, la airada reacción del sector más hiperventilado del Govern “desafía al sentido común y a la lógica sanitaria”. Aprovechar lo que está sucediendo para difundir soflamas nacionalistas es una grave irresponsabilidad, urge que el secesionismo “inteligente” haga frente a los ultra-hiperventilados: Puigdemont, Torra, Rahola... la gravedad de la crisis exige aislar la pandemia del sectarismo independentista.