“Es solo cuestión de tiempo”, decía el lema de ARCO este año, en referencia al artista cubano Félix González-Torres (Cuba 1957-USA 1996). Frase tópica que, sobre su indiscutible y chata verdad, escrita en aquellos caracteres germánicos, asustaba como ciertas escenas de El séptimo sello, la película que entronizó a Max von Sidow, que acaba de fallecer. Pues el mismo ser humano es solo cuestión de tiempo, tanto desde el punto de vista de la sustancia del individuo como del futuro de la especie. Todo esto lo sabíamos muy bien, no hacía falta que viniese el artista cubano a recordárnoslo desde ultratumba, aunque su instalación queda verdaderamente aparente e inquietante.
En el individuo, en la especie, y también en el desarrollo político de la sociedad todo es solo cuestión de tiempo. Tómese, por ejemplo, el caso de la epidemia que ahora nos flagela: es solo cuestión de tiempo, dice Angela Merkel, que sea contaminado el 70 por ciento de la población alemana, o sea, dada la alegre tendencia de los pueblos levantinos a andar por la calle y los restaurantes y darse grandes abrazos, el 80 o el 90 por ciento de los españoles. Pero a lo mejor una vacuna o una cura llega a tiempo para salvarnos; es cuestión de tiempo.
Para protegernos hasta entonces, lo único con lo que cuentan los gobiernos es precisamente el Tiempo. Las medidas que proponen y que imponen están encaminadas --razonablemente-- a alargar lo máximo posible la infección de la población, de manera que no enfermemos todos a la vez y colapsemos los centros de atención sanitaria, sino que ordenadamente vayamos enfermando, y curándonos o muriendo.
Quien sabe si mientras tanto llega la vacuna en la que equipos de científicos trabajan contrarreloj, o a lo mejor llega el calor del verano, cuando se supone que el virus no es tan letal. Ya veremos si es así cuando lleguen los días soleados. Es cuestión de tiempo. Por consiguiente, de lo que digan los “responsables” políticos hay que hacer caso solo muy relativamente: como nosotros, ellos no tienen mucha idea de cómo afrontar lo que pasa, un día dicen una cosa y al día siguiente la contraria, pero no es porque sean especialmente incompetentes sino que tratan de ganar tiempo. ¡Que no es poca cosa! ¡Que es exactamente lo contrario de perder el tiempo!
Hay que entenderlos, y además no es momento de criticar, discutir, o creer lo que nos digan nuestros políticos, sean del Gobierno, del Govern o de la oposición: han demostrado sobradamente sus aptitudes para gestionar el pasado y hasta el presente --por eso los Maquiavelos de hoy día no son filósofos ni ideólogos ni visionarios, sino sociólogos y estadísticos-- y hasta reescribirlo; pero no estaban preparados, no habían sido educados para prever o afrontar con rigor e imaginación lo imprevisible, el futuro.
Así que lo sensato es dejar que las autoridades y sus oposiciones sigan gestionando el pasado, y los ciudadanos pensemos de cara al futuro, fijándonos en las medidas que adoptan otros países, como Italia o Alemania, pues ya solo es cuestión de tiempo que lo que ellos están haciendo hoy lo hagamos nosotros también pasado mañana.
Igual que con la plaga, en cuanto a la política del día a día “normal” es obvio que todo es cuestión de tiempo y que sobre esa magnitud se hacen todas las apuestas. Tanto el Gobierno como los nacionalistas catalanes (y vascos) fían al Tiempo la resolución accidental de los problemas de pervivencia en el poder. ¿Llegarán a las elecciones, llegarán al debate presupuestario? ¿Se adelantará la Justicia? ¿Cometerá el otro un error?
El tiempo dirá, pero de momento “quien día pasa, año empuja”, según dice el refrán catalán. El coronavirus seguramente remachará esa latencia y permanencia de los problemas y de los conflictos, o sea que al mismo tiempo que destruye el tejido económico y el status quo, y arrasa, en lejanos confines, los campamentos de los refugiados sirios, desvalidos y sin reservas de papel higiénico en las inexistentes despensas, aquí contribuye a mantener en suspenso la resolución de los conflictos. Incluso las amenazas revolucionarias son roídas y desactivadas por la peste, como ese señor Ortega Smith que aunque se cure --cosa que, como persona relativamente humana que soy, le deseo-- difícilmente levantará cabeza en política después de abrazarse tan estrechamente con sus seguidores, intoxicándolos a tutiplén.
Yo diría que el socialismo se salvará de su irresponsabilidad en no prohibir el 8 M gracias a que lo secundaron, hasta donde se les dejó, el PP y Ciudadanos, pero en cambio Vox pagará el peaje de la inconsciencia de Smith. Pero no sé. Ya se verá: es cuestión de tiempo.
Por cierto, hablando de Smith: una tal Pilar Carracelas, originaria de la noble tierra gallega pero que intenta hacer méritos para ser aceptada entre los fachas catalanes, ha declarado que le desea la muerte: “¡Ojalá Ortega Smith tuviera 95 años!”, dice: y lo dice porque los ancianos son las víctimas preferentes del coronavirus. Es como decir: “Ojalá palmase ya”.
Bueno, llegar a los 95 años no es cuestión de tener la razón en política, ni siquiera es cuestión de llevar una vida sana: es solo cuestión de suerte, y de… Tiempo. Veremos, o quizá no veremos, quién llega a esa edad, Pilar, y quién se queda por el camino. Pero el que quede en pie no debería mear sobre la tumba del caído. Pues no celebrar la enfermedad del prójimo es una cuestión de decoro. ¿Te suena la palabra? No, claro que no. Pero si quieres saber qué significa no se lo preguntes a esos a los que rondas por los pasillos de TV3, oliendo dónde guisan Toni Soler y sus fachas de pata negra. Pues a ellos tampoco les suena esa palabra y además saben que eres solo de recebo.
No odies, Pilar, que es de tont@s. Quizás ahora no me agradecerás este consejo, pero llegará el día en que se te hará la luz en la neurona y de la luz vendrá la luz y lucirá la cruz del Águila. Como todo, es solo cuestión de tiempo.