La RAE lo admite, luego sirve. De acuerdo que con la advertencia de malsonante. Pero es la mejor definición para el rato que estamos pasando: acojonados. Sirve por muchos factores, pero sobre todo porque no sabemos ni dónde estamos ni a dónde vamos. Ya no sabemos qué acojona más, puesto que está todo desbocado: desde el coronavirus hasta la camiseta friki de Manuel Castells, a la sazón ministro de Universidades que hace temblar a sus compañeros del Consejo de Ministros ante el riesgo de cualquier salida fuera de tono, mucho más allá del look. Esto es un desbarajuste total. Lejos de un mundo líquido, vivimos sobre un campo de minas de variables inciertas. Sin apenas darnos cuenta, hemos pasado de la incertidumbre a la desazón. Ya no es ya una cuestión de pesimismo o melancolía.
All that jazz, la película de Bob Fosse de 1979 con música de Ralph Burns ganadora de cuatro Oscar, se tradujo en España como Comienza el espectáculo. Esto parece el escenario ideal. ¡Cada día un espectáculo! El problema es que el escenario es más amplio y los actores mayúsculos. Estamos ante una escenificación continua que no controlamos y, encima, los teatros son múltiples y globales. Ignoramos lo que va a pasar dentro de un rato; desconocemos lo que ocurrirá mañana; rechazamos la idea de que las cosas pueden ir a peor; despreciamos cualquier hipótesis que nos lleve de la realidad al temor como pandemia.
Decía Albert Camus que “todas las desgracias del hombre provienen de no hablar claro”, pero también que “donde no hay esperanza, debemos inventarla”. Esto se está transformando en una peste medieval que exige un esfuerzo colectivo para superarlo.
Vivimos acojonados, entre otras cosas, por el coronavirus. Seguirán los infectados y continuará el calvario de defunciones; se suspenden desplazamientos; se bloquean grandes zonas; se compara con la gripe, pero no sirve de consuelo; se bloquean hospitales; nadie sabe si hacer un viaje o unas vacaciones; se cancelan o aplazan --ya veremos-- eventos; naufragan los cruceros; se teme por los problemas de abastecimiento; se funden las bolsas; las industrias del turismo y la automoción empiezan a estar abatidas; la hostelería y la restauración sufren las caídas de reservas en bloque; sobrevuela la amenaza del desempleo…
¿Pesimismo? El problema es la falta de respuestas e iniciativas. Sin duda, globales, pero también locales. Tampoco es fácil volver a meter al diablo en la botella. Pero, al menos, merece la pena intentarlo.
Estamos acojonados también por lo que vemos cotidianamente. Mientras todo lo anterior pasa a nivel global, estamos aquí enzarzados en polémicas estériles. Esta semana pasada hemos asistido a una vorágine de despropósitos fruto de un modelo de gobierno montado para estar más que para gobernar. Y, para los que vivimos y trabajamos en Cataluña, con el añadido del procés.
Parece más bien que viviésemos empecinados en el error y disfrutando en el equívoco. Sobre todo en un país en donde se sacrifican diez millones de cerdos al año, cual si fuese un inmenso Mauthausen porcino. Su única gracia es la coincidencia del mapa de purines con el área de influencia electoral de lo que hoy es JxCat. Es una simple operación de superposición de mapas. Menos mal que Carles Puigdemont es de origen repostero. Otro día hablaremos de Los chicos de Poblet, un coro suma de agregados, falto de masa crítica y escaso de tiempo para consolidar un proyecto.
Pero vivimos acojonados también por lo que se sabe; y tampoco se sabe mucho de lo que pasa en el Gobierno. No estamos habituados a la coalición. Pero que un vicepresidente --de lo que sea-- tilde de “machista frustrado” a un colega de Gabinete, tampoco es muy habitual, ni que haya redactado su señora un proyecto de ley que nadie conoce, no sabemos en si en una noche en que se le acabó la centramina en Galapagar, allá por la sierra madrileña.
Como tampoco es normal que el ministro de Agricultura se plante ante el presidente del Gobierno por la interferencia del mismo vicepresidente en la gestión del conflicto del campo. Ni que sea de común conocimiento el conflicto entre el gabinete de Presidencia y la vicepresidencia primera. O de los dos con Ferraz, sede del PSOE, con ambos.
Por cierto: en estas fechas cumple 71 años Barbie. Era ayer un día de celebración feminista por excelencia y por razones bien distintas a la muñeca. Una conmemoración que todos debemos compartir, incluido el ministro de Universidades con su desbocada camiseta con el slogan Equal Rights.
Para la alcaldesa Ada Colau es “la camiseta más sexy que se ha visto nunca en el Congreso”. Al margen de que fuera en el Senado y aunque ya portaba la misma en el Congreso en la sesión de investidura, el mal gusto no tiene fronteras y para gustos se hicieron los colores. Hoy por hoy, sigue habiendo nombres de mujeres como Dolores, Soledad, Auxilio, Milagros… todos ellos adorables, pero nada parecido en el caso masculino. Tampoco conozco ninguna que se llame Paciencia.