Hace un par de años mi primo Andrés, harto de verme saltar de ligue en ligue y no sentar cabeza, me amenazó con abrirme un perfil en una app de citas. “Quiero que encuentres novio, así luego tenemos hijos a la vez” (él tiene pareja estable desde hace tiempo). Le dije que ni se le ocurriera, que estaba muy bien soltera, pero él me respondió que yo en realidad lo que tenía eran prejuicios, que me daba vergüenzae recurrir a Internet para ncontrar pareja. “No es verdad”, le mentí.
Después de una acalorada discusión, acepté que me abriera un perfil en “Plenty of Fish” (PoF) y escribiera lo que le diera la gana. A los pocos días, mi primo lo tenía terminado. Abrí el link y por poco lo mato: había redactado un perfil tan extenso y minucioso --incluyendo estudios, másters, empleos, libros publicados, aficiones, deportes...-- y con tanta pompa que parecía la mujer biónica. En menos de 24 horas sufrí una avalancha de solicitudes de contacto y me agobié: eliminé mi perfil y le dije a mi primo que yo estaba muy bien cómo estaba y me dejara en paz.
Ahora Andrés se ha marchado a vivir al extranjero y ya nadie se encarga de velar por mi madurez sentimental. He cumplido los cuarenta y la gente ni siquiera me mira con pena por estar soltera, eso ya no se lleva. Ahora se estila más decir que es por culpa: “tienes miedo al compromiso”, "tú en realidad no quieres tener pareja” o que estás traumatizada por una relación anterior. Las tonterías que llegamos a escuchar las mujeres solteras son infinitas, aunque la mejor de todas es ésta: "¿de verdad no queda ni un solo hombre soltero que esté a tu altura?”
En honor a mi primo, a quién echo mucho de menos, decidí superar mis prejuicios y darle una segunda oportunidad a las apps de ligar. Me abrí un perfil en OkCupid (teóricamente un poco más selectiva que Tinder, aunque pertenece a la misma empresa americana, Match Group), pero en esta ocasión me ahorré la parrafada descriptiva –¿para qué detallar mi currículum y aficiones, si a la hora de la verdad lo único que importa es la química? – y me limité a escribir: “absolutamente perfecta, como Mary Poppins”.
"Pero, ¡así como vas a follar!", se río un amigo mío, cuarentón y soltero, al encontrarse con mi perfil en OkCupid. Me da igual, le contesté. Si hay alguna mujer a quién admiro desde pequeña, es Mary Poppins: guapa, inteligente, divertida, trabajadora, culta, viajera, soltera. Poppins va por la vida con su paraguas y un bolso enorme para guardar sus cosas y volar con el viento. Poppins está segura de sí misma, tiene la autoestima por las nubes –“justo como pensé, Mary Poppins, prácticamente perfecta en todo” se dice a ella misma tras medirse con una cinta métrica--, y no responde a nadie. “Antes de nada, quisiera dejar una cosa bien clara: yo nunca doy explicaciones”, le espeta al señor Banks cuando éste la entrevista para el puesto de niñera.
Mary Poppins no necesita a los hombres. Se detecta cierta tensión sexual con su amigo Bert (Dick Van Dyke), quién la adora y trata en bandeja, pero Mary está por encima de todo. “Adiós, Mary Poppins, no tardes mucho tiempo en regresar”, se despide Bert cuando ella da por terminado su trabajo en casa de los Banks.
La película Mary Poppins también me descubrió a otra mujer fantástica: la señora Banks, una madre rebosante de energía que nunca sabe dónde están sus hijos porque tiene cosas más importantes que hacer antes de quedarse en casa para cuidar de ellos y su marido. “Hoy las cadenas hay que romper, en dura lucha por libre ser, y nuestras dignas sucesoras, cantarán al ser mayores…: "Por ti, ¡vota la mujer!", canta con brío la señora Banks antes de unirse a una manifestación por el sufragio femenino. Las criadas la miran como si estuviera loca, pero en sus ojos se detecta un pequeño destello de admiración y complicidad.
Mi decisión de autodescribirme con Mary Poppins en Ok Cupid ha tenido bastante éxito. En los últimos meses he conocido hombres de todo tipo, desde un cirujano peruano experto en operar dedos de la mano, a un cerrajero israelí que presumía ser el más caro de Barcelona, pasando por un cocinero de un hotel de lujo que me llevó a comer las mejores patatas bravas de Barcelona en un chino de la Verneda. Todos ellos encantadores, a pesar de que ninguna cita prosperó. Ni siquiera un miserable beso.
“¿Entonces no es verdad que en Tinder los hombres van muy a saco?”, me pregunta mucha gente. Habrá de todo, imagino. Teniendo en cuenta que el 89% de los usuarios de apps de dating son hombres (así lo confirma un estudio publicado recientemente por la agencia de publicidad francesa Ogury), queda justificada la avalancha de likes que sufrimos las usuarias, pero no es cierto que todos busquen sexo rápido (los llamados "Hook Up"). Algunos quieren empezar una relación amorosa, o incluso buscar a la madre de sus hijos.
“Las apps como Tinder son solo chutes de adrenalina: sigue gustando más el proceso de seducción que el sexo en sí”, me aseguraba esta semana Marta Aguiar, fundadora de una empresa de juguetes sexuales para mujeres en Barcelona. “Por chat nos decimos muchas cosas porque estás protegido detrás de una pantalla, pero cuando llega la hora de la verdad --estar los dos en la cama-- todo es diferente”.
“En la foto se ven unas piernas muy largas y bonitas, me gustaría verlas seguro”, me soltó recientemente un OkCUpid por WhatsApp. Habían pasado solo un par de horas después de nuestra primera, y breve, cita, en la que hablamos sobre política y el problema de la vivienda. “Verlas seguro, pero ¿cómo sé que después no me las cortas?”, le respondí, rechazando su directa. No es que las mujeres no queramos sexo sin compromiso, lo que ocurre es que para nosotras no es tan fácil meterse en casa a un energúmeno que acabas de conocer por Tinder, porque corres el riesgo de que sea un violador o un psicópata.
El tipo de OkCupid, a quien yo había calificado de “intelectual”, estuvo toda la semana tratando de organizar un “hookup”, hasta que se cansó de que le diera largas y cambió de estrategia. “¿Un café y una expo?”, me propuso un sábado por la mañana. Después me adjuntó la imagen de un poster electoral, en el que aparecía Dyck Van Dyke con barba blanca y muy envejecido, mostrando su apoyo al candidato socialdemócrata Bernie Sanders. Me reí. Y entonces decidí darle una oportunidad.