El machismo ultraderechista anda suelto por los escaños del Congreso y el Senado y se muestra irreverente, ajeno a la cortesía parlamentaria que antaño era moneda común en las dos cámaras. Llaman "presidentes" a las presidentas Meritxell Batet y Pilar Llop, en una patética escenificación de desafío rancio de macho bravío. El “zasca” de la presidenta de la Cámara Alta contestando a un parlamentario de Vox con un rotundo "gracias, señora senadora" aún resuena, días más tarde, en las paredes del Senado. Pero en estos tiempos de impactos en redes, las praxis maleducadas y zafias se contagian a la velocidad del rayo, de manera que en la Cámara Baja fue un diputado de Ciudadanos quien le dio a escoger a Batet entre el tratamiento de "Presidenta o Presidente".
Insisten esas ínclitas señorías ultraderechistas en el negacionismo de la violencia de género. Y lo hacen sin sonrojarse, pese a que en un mismo día, como lamentablemente ha ocurrido de manera reciente, dos hombres asesinen a sus parejas por el hecho de ser mujeres y por considerarlas carentes de derechos, de libertad, de respeto y de capacidad de decisión, como reza en su exposición de motivos la vigente Ley de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género.
Si alguien cree que no hay ninguna relación entre el repunte de la violencia machista y los exabruptos misóginos de algunos políticos, debe tener claro que lo único que estos consiguen es alentar a los hombres que son violentos y debilitar a las mujeres que están sufriendo maltrato. Ya es bastante duro para una víctima de violencia de género decidirse a denunciar, superar el miedo, los sentimientos de culpa, la vergüenza y las dudas sobre si las creerán o no como para, encima, escuchar a algunos de los representantes de la ciudadanía cuestionar la propia existencia de la pesadilla que están viviendo.
El reconocimiento de una violencia específica contra las mujeres, que trasciende el ámbito privado y que se manifiesta como expresión más brutal de la desigualdad existente en la sociedad entre mujeres y hombres, se produjo con la aprobación de la ley integral en 2004. Trece años más tarde, superada la mayoría absoluta del Partido Popular, el Congreso alcanzó un Pacto de Estado en materia de Violencia de Género. Esos consensos no pueden ni deben romperse. Está en juego la vida de demasiadas mujeres.
Estamos ante la expresión política de una nueva cara del machismo, que siempre es suficientemente hábil como para adaptarse a los tiempos, para sobrevivir a los avances, por otra parte irrefrenables, del feminismo. Sus fuentes son la falsedad y la manipulación de datos. Apelan a las denuncias falsas aunque esté reiterada y estadísticamente probado que son sumamente anecdóticas. Pretenden defender al violento presentando a su víctima como verdugo. Y hablan de violencia doméstica con el ánimo de confundir, a sabiendas de que se refiere a un fenómeno sin el componente de género que ya tiene otro marco normativo con el que se castiga a las personas que agreden dentro del ámbito familiar.
Mientras esto ocurre, la sociedad se rebela y se organiza, en movimientos que se hacen globales, contra las agresiones machistas, exigiendo igualdad real para las mujeres, denunciando y señalando a los machistas violentos. El 8 de marzo y el 25 de noviembre, días señalados en el calendario, dan notoriedad al grito de “Basta ya” que suena todo el año, cada vez más alto y decidido. Existen organizaciones de hombres que dan un paso adelante para mostrar su rechazo a los violentos, porque la mayoría no lo son. Solo hace falta que esa mayoría haga evidente su contrariedad, como lo hacen las mujeres.
Movimientos como el MeToo han hecho caer como castillos de naipes el prestigio de personalidades públicas cuya verdadera cara ha quedado al descubierto. Así, Plácido Domingo ha terminado pidiendo perdón a las víctimas de sus reiterados acosos sexuales a lo largo y ancho del orbe y del tiempo. Y se ha declarado culpable en un juicio al productor Harvey Weinstein.
Mujeres valientes denunciado a sus acosadores, a sus violadores, y otras muchas, y muchos, les han creído. El Ministerio de Cultura ha anunciado la cancelación de recitales del tenor español que reconoció su responsabilidad en las acusaciones de acoso sexual lanzadas contra él, actitud que contrasta con la de personajes públicos y políticos incrédulos hasta hace nada ante las denuncias de las mujeres acosadas.
Tenemos la responsabilidad política y social de responder como es debido a lo que puede y debe ser el último coletazo del machismo resistente. Debemos hacerlo con seriedad, legislando para proteger más y mejor a las víctimas y combatiendo los discursos que las ningunean y que alientan a los maltratadores. Callar no es una opción.