En la patronal y en el mundo sindical se repite siempre el mismo adagio: “quién manda en el metal/ preside la confederal”. De ahí el enorme interés que despierta la lucha por el poder en la Unión Patronal Metalúrgica, una de las agrupaciones sectoriales más influyentes de Fomento del Trabajo Nacional. Y en esta Unión se ha vuelto a producir ahora una batalla por el control de su cúpula. La ha ganado Jaume Roura, frente al eterno aspirante, Joaquím Boixareu Antolí, CEO de Irestal (acero inoxidable), apoyado abiertamente por el independentismo, pero visto con recelo por el sector más racionalista, que está recuperando el pulso en el mundo empresarial catalán, después de una década ominosa de silencios, ambigüedades y complicidades.
La industria y las finanzas se expresan en la epidermis de la clase dirigente. Joaquim Boixareu no gana porque representa al pasado. La compañía Aceros Boixareu, de afiladas chimeneas en Sant Adrià del Besos, pasó a mejor vida cuando la penúltima crisis siderúrgica hundió el mástil de Joaquim Boixareu Gimó (padre de Boixareu Antolí), al frente de la empresa y en la vicepresidencia del Banco de Europa, liderado por Carlos Ferrer-Salat, el hombre que democratizó Fomento y fundó la CEOE.
Aceros Boixareu se vino abajo en medio del desplome de las grandes cabeceras siderúrgicas, como Altos Hornos de Vizcaya y Altos Hornos del Mediterráneo (Sagunto), emblemas de aquel final de ciclo. La crisis siderúrgica de los ochentas fue un punto y aparte en le feu catalán, (el fuego catalán), como lo denominaron los historiadores de los Anales, al amparo de Pierre Vilar, formado en la Normal parisina de Paul Nizan, Raymond Aron, Merleau-Ponty o Simone Weil.
Se había ido apagando todo: desde la Farga de Campdevànol o la Vulcano, hasta la Farga de L’Hospitalet, entregada medio siglo antes a la Banca Arnús por consejo de Francesc Cambó. El novecientos sepultó las fundiciones y después del cambio de siglo, solo ha quedado en pie la Celsa del Grupo Rubiralta, el único que abordó una reconversión en toda regla, convirtiendo la fundición en herrería. La siderurgia fue cediendo el testigo a la metalurgia y, a esta transformación, le siguieron otras en el aparato productivo.
La burguesía catalana abandonó el vapor y la industria pesada (los fundidores, como Girona, Bori, Torras i Puig, Karr, Castanys o Vilallonga) para abrazar el sector auxiliar ligado a la producción en masa de las cabeceras automovilísticas ( la Seat o la Nissan de Juan Echevarría); saltó de los derivados del petróleo a los fertilizantes ( desde Amadeu Cros y Francisco Godia hasta la actual Ercros de Antoni Zabalza); cambió el cemento por el hormigón moderno (Molins); pasó de la química profunda a los laboratorios farmacéuticos (Esteve, Gallardo, Uriach o Puig Musset, entre otros) y al actual negocio rampante del body shop (los Puig); además, acertó al romper el jarrón chino de las corporaciones públicas y abrazar el éxito de las fórmulas público-privadas, como el COB 92 o Fira Barcelona, cuya reputación de marca es deudora de comunicadores, como Lluís Bassat, el socio español del Grupo Ogilvy.
A lo largo de los años, estos cambios tuvieron tímidos reflejos en los órganos de gobierno de Fomento del Trabajo, una estructura corporativa de tradición proteccionista, que un día imprimió en su memoria la huella del arancel. Algunas veces, los cambios fueron imperceptibles, como en la etapa final del sindicato vertical de Solís Ruíz (la sonrisa del Régimen), festoneada por los Molinas, Marsans, Llorens o Bueno Hencke; en otros momentos, forjaron nuevas alianzas con buenas dosis de transparencia, en las juntas de Juan Rosell y Gay de Montellà; y recientemente, desafía al futuro con el reformismo europeísta del presidente Josep Sánchez Llibre, acompañado por sus vicepresidentes, marcados por la economía digital y los nuevos sectores emergentes.
La economía del siglo XXI exige un esfuerzo de síntesis, como el que ha transformado la Francia galicana de los monopolios naturales, la Italia del sorpasso o la Alemania de la Gran Coalición. Los mercados exigen que la seguridad regulatoria preserve singularidades y evidencias compartidas; la fijación de precios, para ser eficiente, necesita abundancia y pertinencia. Pero, recuperar el tono y reconducir inversiones aplazadas a causa del procés no será fácil sin superar el examen de elocuencia contable, que exige ahora el BCE de Christine Lagarde, a la hora de proporcionar liquidez. Cataluña no venderá jamás su deuda soberana --si este fuera el caso-- sin liberar a sus empresas y bancos de las incertidumbres abrasivas, que sufren hoy a causa de la tensión territorial.
El independentismo ha puesto en marcha la máquina de colocar afines en las instituciones del mundo empresarial. Situó a Joan Canadell en la presidencia de la Cámara de Comercio de Barcelona, la corporación dominada hoy por ANC, una institución civil dopada por las subvenciones públicas y las dudosas aportaciones privadas.
Como es bien sabido, la conquista cameral fue solo el comienzo; ahora, el soberanismo trata de conquistar infructuosamente Fomento del Trabajo, desde la palanca de Femcat y de la poderosa Cecot de Terrassa, apéndices ambas de la maraña civil levantada alrededor de JxCat. Esta ha sido la plataforma impulsora y frustrada de Joaquím Boixareu Antolí, el eterno aspirante con el sello de Raymond Poulidor marcado en la frente, --el eterno perdedor, aquel ciclista a cuyo paso los franceses gritaban ¡allez Pou Pou!-- heredero del determinismo nacionalista sobre el tejido civil que, en su momento, practicó Jordi Pujol, mostrando el camino a las nuevas generaciones de nacionalistas entregados.
Este es el clima de la batalla que queda por librar en el seno de las instituciones económicas, foros de opinión y grupos de análisis. En este último asalto, los emprendedores y managers han de sostener o reconquistar su hegemonía en las instituciones civiles, que el independentismo trata de convertir en ciudadelas; han de recuperar el empuje, hoy secuestrado; han de marcar, en suma, el ritmo de un país industrial y de servicios que sabe hacer del arte, la cultura y los negocios una forma de vida. Y eso, como la bicicleta, nunca se olvida.