El pasado miércoles, día 26 de febrero, se reunieron en la villa renacentista de La Moncloa quince políticos a la carrera; es decir, quince políticos --algunos de ellos verdaderos papanatas, porque aquí somos muy dados a aceptar pulpo como político de compañía-- huyendo del Coronavirus co-chino, y, sobre todo, huyendo de otros virus que les acosan de modo particular cual plaga bíblica.
Sin duda alguna recordarán ustedes el Decamerón, célebre obra clásica escrita por Giovanni Boccaccio, entre 1351 y 1353, en la que diez jóvenes encuentran refugio en una quinta en las afueras de Florencia, buscando ponerse a salvo de la peste negra, y que deciden matar el aburrimiento de la inevitable cuarentena contándose historias, que dividen por categorías y que narran a lo largo de diez jornadas.
Los afortunados jóvenes renacentistas, retozando al sol y sin mascarilla, hablaron el primer día de aquellas cosas que más le gustaban a cada uno; el segundo, sobre cómo superar infortunios personales, revertir el destino y llegar a buen puerto; y emplearon el tercero en narrar de qué modo, a base de inteligencia y cautela, se puede obtener lo que durante largo tiempo se ha anhelado.
Regocíjense ahora imaginando lo que dijeron, y también lo mucho que silenciaron --bajo siete llaves en su fuero interno-- los políticos reunidos en Villa La Moncloa, empezando por aquéllos que basaron sus lacrimógenos relatos en agravios viejos y en demandas no satisfechas.
Ahí estaba el President de la Generalitat, Quim Torra, 'sátrapa en funciones' a las órdenes del 'califa de Waterloo'; colorado como un tomate, cabizbajo y rehuyendo, como siempre, el encontronazo de las miradas con su mirar abyecto; disimulando a duras penas la incomodidad que le suponía esa “mesa de diálogo”, que por mandato de Puigdemont hubiera deseado poder hacer saltar por los aires a base de nitroglicerina --«¡El relator, el relator; observadores y taquígrafos de la ONU y de Amnistía Internacional!»--, para joder a los ñordos bien jodidos y, de paso, a sus odiosos socios de ERC. El President habló de lo único que desea y le importa --«¡Derecho de autodeterminación, referéndum, libertad y amnistía presus pulitics!»--, y tras soltar eso seguramente permaneció con cara de convidado de piedra, esperando irse a Portugal a inaugurar una nueva embajada sediciosa.
El vicepresidente Pere Aragonés, por su parte, siguiendo los dictados del 'abate Oriol «Faria» Junqueras' desde su celda en el presidio de Lledoners, en la isla de If, aguantó el tipo cual jugador de póquer. Reclamó lo que debía reclamar --«¡Nosotros lo mismo que Torra, pero sin agitar y con pragmatismo!»-- y calló las historias que debía callar; es decir, el sempiterno y consabido cuento que reza: «Con el tiempo y una caña, lo volveremos a hacer», «Andando se hace camino, y se amplía la base social» Y también aquello tan socorrido y tan catalán de «¡Ni olvido ni perdón!».
Alfred Bosch, consejero de Asuntos Exteriores, Relaciones Institucionales y Transparencia del Gobierno de Cataluña, a caballo entre las consignas de ERC y el exceso verborreico de Torra, mantenía que «Lo que defendemos está apoyado por el 80% de los ciudadanos de Cataluña y permite que el 100% lo vote». Hay que ver cuánto da de sí la patraña del 80%.
Y todo eso para mayor refocile de Pedro Sánchez, que debió relamerse durante horas, escuchándoles a todos --incluyendo a la maleducada Elsa Artadi, que interrumpía al MHP cuando le venía en gana-- con impostado interés, con su imperturbable semblante de maniquí de sastrería de barrio de capital de provincias; alternando su atención con la revisión impúdica de su impecable manicura o con la toma de una nota rápida en la agenda, e interrumpiendo en los momentos culminantes con sus archiconocidos bálsamos de Fierabrás: «¡Sobre todo reencuentro, amigos; sutura y diálogo y más diálogo, empezando por lo que nos une (que es el dinero y el poder)!»
No se sabe mucho acerca de lo que pudieron aportar o no en esa primera jornada de cuentos y narraciones José Luis Ábalos, que aguantó impertérrito cual portero de discoteca, seguramente más preocupado por cómo huir de su personal “peste negra de Barajas”, ni Carmen Calvo, que sorprendentemente acudió al encuentro vestida y no en bragas, como afirma hacer cuando mantiene conversaciones telefónicas con gente importante, y que ha calificado lo vivido como «un éxito rotundo de la convivencia».
El que seguramente hubiera dicho mucho en esa jornada inaugural pero no dijo nada fue Pablo Iglesias, porque no hay nada como una buena amigdalitis para acabar con la verborrea plurinacional marxista de un plumazo.
Y tras prometerse repetir la jornada tantas jornadas como sea menester, y cantar juntos, si se tercia, “Desde Santurce a Bilbao”, cada uno se marchó por su lado. Al día siguiente a Pedrito le aprobaron el techo de gasto en el Congreso; primer paso para poder sacar adelante los PGE 2020, con la abstención anunciada de ERC y el sorpresivo voto en contra de JxCat, con el consiguiente cabreo de los republicanos, que no olvidan que las autonómicas catalanas están en el horizonte y que de sus socios del 3% solo pueden esperar puñaladas traperas en el bajo vientre.
Nuevo triunfo, por tanto, de Pedro Sánchez. Pero también de todos ellos. Porque todos huyen como alma que lleva el diablo del virus del tiempo, que todo lo devora y lo consume; tiempo que todos necesitan más que el aire que respiran... Sánchez “el pacificador”, y los socialistos, para mantenerse en el poder y asegurar su presidencia un mínimo de ocho añitos; los otros, los nacionalistas sediciosillos, para seguir engañando a su electorado, echándole la culpa del fracaso de la “republiqueta” de pipa y nabo al otro, y para situarse en posición ventajosa en la carrera por el poder autonómico cuando se produzca el pistoletazo de salida.
Todos saben que la «Mesa de Diálogo» es un paripé, una impostura, un brindis al sol, puro marketing electoralista para consumo de sus fieles parroquianos, de la que nada saldrá, más allá de modificaciones en el Código Penal que pongan lo antes posible en la calle a ese puñado de fanáticos inconscientes que han arruinado nuestra paz social para siempre.
No obstante, los grandes derrotados, los excluidos, los que no estuvieron ni en esa primera jornada ni en las que vendrán, son la mitad, o más, de la ciudadanía. La mitad de los españoles no cuenta ni para Pedro Sánchez ni para Quim Torra. Nada. Cero a la izquierda. Víctimas colaterales. Carne de cañón.
Y precisamente en esa flagrante y clamorosa ausencia estriba la vergonzosa inmoralidad del Decamerón de La Moncloa.