El naranja de metilo o la fenolftaleína son indicadores de PH. Presentan un color en un medio de una acidez determinada, pero viran a otro si esta acidez, medida por su nivel de PH, cambia. Muchos hemos hecho magia en nuestra adolescencia en las prácticas de química gracias a estas sustancias.
El Covid-19 está actuando de manera similar a estos indicadores. La realidad es previa a su aparición, pero el grado de histeria que está desatando evidencian el sustrato en el que nos movemos. Si de algo sirve este maldito virus es para resaltar muchas de las debilidades e incoherencias de nuestra sociedad.
Estamos orgullosos cuando decimos que la mayoría de las personas infectadas lo han contraído fuera de nuestro país. Tiene su lógica epidemiológica, sin duda, pero las medidas que toman algunos países subrayan nuestro lado xenófobo. En Estados Unidos se pide a chinos y a iranís no haber pisado su país 14 días antes entrar en USA, algo que no ocurre con ciudadanos de Corea del Sur o Italia, países con más infectados que Irán. Trump ya habla de cerrar la frontera del sur, como si la peste china la portasen los guatemaltecos, hondureños o salvadoreños que se cuelan en Estados Unidos y todo el que entrase por Canadá lo hiciese esterilizado.
Nos ponemos de los nervios cuando un compañero de trabajo ha viajado a Italia, Irán o China, pero vemos más que normal cuando alguien regresa de vacaciones exóticas y nos cuenta sus aventuras en la selva o las guarradas que ha comido.
Miramos mal al que tose o estornuda, pero cuando eso lo hace alguien con la gripe o el catarro común lo vemos más que normal, aunque esté contagiando a todo su entorno. Exigimos cuarentenas a trabajadores y estudiantes, pero no nos preocupan las enfermedades que puedan portar los emigrantes ilegales porque cuestionar la salubridad de quien ha vagado meses por lugares infectos sería discriminatorio. Ahora hay geles alcohólicos en cada esquina, pero damos por buenos baños mejorables en bares, estaciones o trenes.
No queremos contagiarnos de un virus que no conocemos, pero hemos asumido con total normalidad la llegada del mosquito tigre y el desarrollo de otros parásitos que pueden transmitir malaria, dengue, zika o otras muchas enfermedades impropias de nuestro entorno. En España se diagnostican cada año unos 500 casos de malaria, enfermedad por la que fallecen unas 400.000 personas al año en el mundo. Por cierto, entre el 2% y el 3% de los que se traen la malaria de “recuerdo” de sus viajes fallecen.
Las grandes empresas están prohibiendo realizar viajes que no sean estrictamente necesarios y cancelando reuniones internas. Cabe preguntarse por qué hasta ahora esas empresas han permitido realizar viajes innecesarios a sus empleados o han favorecido reuniones que se pueden cancelar alegremente.
Nos estamos gastando un dineral en medidas especiales, mientras que para innumerables enfermedades no hacemos nada. Más de 2,5 millones de españoles están huérfanos porque padecen enfermedades “raras”… aunque ninguna es tan rara que tiene menos de 100 pacientes en España. Nuestros sanitarios se protegen como si estuviésemos en una guerra nuclear, pero no lo hacen cuando un paciente tiene meningitis, sarampión, tuberculosis o tantas otras enfermedades contagiosas.
Nuestro sistema sanitario nacional muestra, también ahora, sus ineficiencias. Tenemos un coordinador nacional de alertas y emergencias que lo hace muy bien, pero tras su rueda de prensa diaria se afanan a dar nuevos números las 17 consejerías autonómicas de salud, generando su estúpido protagonismo una mayor inquietud con el goteo casi horario de nuevos datos.
Estamos en un punto en el que la contención parece misión imposible. Tal vez lo más sensato sería comenzar a educar a la población para convivir con este virus que, de momento, se parece mucho al de la gripe. Y, ojo, asumiendo una mortalidad del 2,5%, más pronto que tarde las televisiones tendrán un fallecimiento con el que abrir sus noticias. Claro que las casi 1.100 personas que también fallecerán en España ese mismo día por otras causas no gozarán del prime time, salvo que lo hagan en circunstancias escabrosas o morbosas. Los más de 3.500 suicidios al año, 10 al día, doblan el número de fallecidos por accidente de tráfico, son 11 veces el número de homicidios y unas 80 veces los asesinatos por la violencia de género, pero nadie se hace eco de una estadística que evidencia problemas que no queremos conocer.
El Covid-19 está ayudando a mostrar parte de nuestras contradicciones y me temo que no hay vacuna para ellas.