El objetivo declarado de los secesionistas es la construcción de un Estado “propio”. No vayamos a olvidarlo distraídos con la cacofonía política diaria. Por su fracaso de otoño de 2017, ahora tienen que dedicar todas sus energías y recursos a la libertad de los dirigentes que intentaron la secesión, al retorno de los que huyeron, a afrontar las consecuencias financieras de la malversación de caudales públicos y a la reconstrucción del relato para no perder el vital apoyo de las multitudes que les creen en la calle y en las urnas. Pero su objetivo, a pesar de esas vicisitudes, sigue siendo el mismo, igual que la retórica que lo sostiene.
En cambio, desde entonces no han aprendido nada. Quieren un Estado y no entienden qué es un Estado, cómo funciona en el interior y cómo opera en la esfera internacional. Por eso, a causa de ese frívolo desconocimiento, les sorprendió tanto la reacción contundente del Estado español --contundente pero contenida en el marco constitucional-- la misma, o más dura, que habrían tenido, por ejemplo, los Estados de Francia, Alemania o Italia en circunstancias parecidas.
Para sublimar las carencias y limitaciones de Cataluña como hipotético Estado independiente proclaman alegremente “seremos la Dinamarca del Mediterráneo”. No han entendido qué es la Dinamarca que pretenden clonar: un viejo Estado con un gran prestigio en la Comunidad internacional, un país modélico en excelencia y en eficacia institucional, sin corrupción ni malversación de dinero público, con un PIB por habitante de 52.010 euros (2018) y con un Estado de bienestar envidiable. La Cataluña actual, presidida y gobernada por los independentistas, queda muy lejos de todo ello.
Tampoco han entendido qué es la globalización. La ANC, punta de lanza del secesionismo, la ignora y carga contra el Gobierno al que responsabiliza de la cancelación del Mobile 2020 en Barcelona. Si hay alguna lección positiva del “corona virus” es haber hecho más evidente, si cabe, la comunicación y la interdependencia de fenómenos a escala planetaria. Un virus aparecido en la remota provincia china de Wuhan está haciendo temblar la economía y la libre circulación mundiales.
A la ANC se le escapan --o no le importan, lo que es peor todavía-- las razones profundas, comerciales, tecnológicas, geoestratégicas, que incidieron en la suspensión del evento, tapadas por una histeria colectiva movida por la saturación mediática en torno al virus.
Los secesionistas creen --es sólo una creencia sin fundamento racional alguno-- que una Cataluña independiente podría enfrentarse mejor a una pandemia, a los efectos del cambio climático, a la deriva de los mercados financieros, a las crisis económicas, a las imprevisibles sacudidas del orden internacional y a otros acuciantes desafíos internacionales.
Dicen que quieren “decidir” y desconocen sobre qué, en qué condiciones internacionales y con qué medios disponibles. ¿Cómo es posible que ante semejante ignorancia tanta gente se haya dejado embaucar por el cuento de la independencia?
España es una razonable potencia media y su Estado es miembro de la Unión Europea y de prácticamente todas las organizaciones y organismos especializados del sistema de las Naciones Unidas, además de gozar de una representación diplomática cuasi universal, como acreditante y como receptor. A través de España, Cataluña participa de los beneficios de esta privilegiada posición. No entienden que sin España Cataluña no sería nada.
Los dirigentes secesionistas viven con teatral gesticulación su ensimismamiento absurdo --“el mundo nos mira”, dicen, como si el mundo no tuviera nada más que hacer--. Por no ver --que conlleva no entender--, no ven la complejidad social que les rodea, identificándose con, y reconociendo (sólo) a, una parte de la población a la que tienen engañosamente por “un sol poble”; no ven España en su potencialidad y rica diversidad; no ven Europa, de la que han renegado porque no les hace caso; no ven el mundo globalizado del que lo ignoran casi todo.
Resultan ser muy mediocres en la comprensión de la realidad. De ahí que Torra, arquetipo del dirigente secesionista iluminado, luego fuera de la realidad, se enroque en lo que no existe: el derecho de autodeterminación (para Cataluña), la represión y la amnistía.
No podrán permanecer ensimismados y aislados por mucho más tiempo. El secesionismo lleva fecha de caducidad. En su cálculo perverso confían en los adolescentes adoctrinados, y algunos ya encapuchados --“hoy paciencia, mañana independencia”--, pero la dureza, y también las oportunidades, de la globalización abrirán a esos jóvenes los ojos a la realidad del mundo interdependiente de nuestro tiempo. La globalización dará la puntilla al secesionismo.
Entretanto, tendremos que aprender a convivir, en la medida que nos dejen unos y otros, en la sociedad dividida.