El descarbonizador, Damià Calvet, nos interpela. Pone a punto la emergencia climática, después de participar en la Cumbre de Madrid al frente de una nutrida delegación que pretendía sacar pecho con la Ley catalana del Cambio Climático aprobada en 2017, y que sin embargo, no se ha desarrollado todavía a causa de la apatía del Govern. Dedicó sus mejores intenciones a la tercera pista del Aeropuerto de El Prat, sin lesionar las zonas protegidas de La Ricarda y el Remolar, pero chocó contra la pared de Aena, el Gran Hermano aeroportuario. No pudo contener la última ofensiva de la Corporación del Taxi enfrentada a la profesionalización del sector a través de Cabify; y en varias ocasiones a lo largo de su mandato, ha tratado de abaratar los alquileres en el área metropolitana de Barcelona, pero ha desistido al comprobar que, después de 30 años de CiU con las transferencias de urbanismo y vivienda, el parque de vivienda pública en Cataluña no alcanza el 3%. ¿Cómo hacer políticas de la oferta sin oferta? ¿Cómo flexibilizar, después de tantos años, la herencia asilvestrada del Incasol?
Damià Calvet, el consejero de Territori i Sostenibilitat de la Generalitat, quiere gestionar un Castillo sin dueño, como aquel agrimensor de Kafka que nunca consigue ver a su jefe ni conocer la naturaleza del poder que le inmoviliza. Son tantas las negativas e imposibilidades impuestas por Torra, que Calvet se ha convertido en míster No. Su empeño raya la herejía. Vive amenazado entre los interdictos llegados de Waterloo y la puerta cerrada del despacho del president, que comunica con el Pati dels Tarongers, sede solar del nacionalismo ontológico.
Su destino fue inseparable de la Convergència cardenalicia de los purpurados, escudo del negocio y la tropelía. Un día, ellos le trazaron el camino, como buen bachiller que era, pero no le enseñaron el manejo de la estrategia (¡mano a la cartera!) ni la oratoria del discurso. Tuvo que hacerse a sí mismo empezando en las Juventudes de Convergència (JNC), donde germinaron cuadros nada desdeñables, como Carles Campuzano o Jordi Xuclà, hoy comprometidos en la refundación del soberanismo blando.
Calvet es de los que confían en que la comunidad erudita de la patria debe convertirse en un vector eficaz de cambio. Cree en el papel de las élites; milita en JxCat pero evita la palabrería hueca de Laura Borras, convencido de que su programa nuevo desplazará a la escolástica que presume de no entender el castellano y de hablar en un catalán elegante (sin conseguirlo).
En su último mensaje, Calvet se ha mostrado “a disposición” de Junts para ser candidato a las próximas elecciones autonómicas. Defiende en público que el candidato a presidente de la Generalitat “ha de ser capaz de gestionar el día a día sin renunciar a nada”; considera que esas dos características las cumple él mismo y cae en la cuenta de que ofrece “un perfil adecuado”. No tiene abuela.
Y tampoco prisa, porque la aprobación de los presupuestos va antes de los comicios. En las cuentas públicas, al Departamento de Territori le competen aspectos importantes, como el desbloqueo de las obras del tramo central de la Línea 9 de Metro. Solo una vez superado el trámite de los gastos e ingresos anuales, “será necesario ponerse a hablar de las elecciones”. Cuando llegue ese día, “por compromiso con el país, mi nombre está a disposición de lo que pueda resultar de la reordenación de JxCat y con el liderazgo de Puigdemont”, dijo Calvet en un encuentro organizado por la Societat Econòmica Barcelonesa d’Amics del País.
Derrapó en la peor curva del trayecto. Se puso el mundo por montera e invocó el rito tridentino de los padres del partido para detener al hombre de Waterloo. Lo hizo acompañado de los consellers Miquel Buch y Maria Àngela Vilallonga, y los exconsellers Francesc Homs, Felip Puig, Jordi Jané, Lluís Recoder y Jordi Baiget; además del secretario del Govern, Víctor Cullell, y del portavoz parlamentario, Eduard Pujol, en calidad de espía enemigo, dotado de proximidad.
No asistió David Bonvehí, el presidente del PDeCAT, ni el presidente del grupo en la cámara catalana y exalcalde de Valls, Albert Batet, que estaba en la lista de asistentes, pero disculpó se ausencia en el último momento. Batet estaría mejorando la fonética de su catalán o yendo a clase de gramática castellana para entender a los españoles (“estan bojos aquests romans”, suele decir Obélix, tratante de menhires).
El valiente Damià Calvet ha promulgado sin saberlo un nuevo Edicto de Nantes, a favor de la libertad de culto, antes de que los calvinistas se le echen encima y que la contrarreforma, que pronto encabezará Artur Mas, le de la patada. Ha dado un paso al frente, pero lo de discutirle el trono a Puigdemont es harina de otro costal. Mientras el consejero hace cuentas, Puigdemont a su paso por París –en dirección al bolo de Perpiñán- se da un garbeo por las calles de Gershwin (Un americano en París) o revive la niebla del inspector Maigret en el Quai des Orfèvres.
Pero la temeridad de Calvet no va sola; Marta Pascal, la anterior coordinadora del PDeCAT acaba de presentar un libro de título combativo, Perder el miedo; quiere revitalizar el partido de la mano de Bonvehí. Puigdemont la tiene en su punto de mira y ya puso en su lugar a Miriam Nogueras, la vicepresidenta que tiene la orden de subordinar la ex Convergència a JxCat, hasta que el arcángel de la República regrese con su espada flamígera.
Pascal mira de reojo al ex portavoz en el Congreso, Campuzano y a su amigo Xuclà, los del grupúsculo Poblet, conocidos así tras reunirse con otros dirigentes nacionalistas, el pasado setiembre, en el monasterio del cister para diseñar el futuro desde el mausoleo de los reyes (el conquistador, Jaume y el ceremonioso, Pere II), en la cripta de esta abadía. Pascal, Campuzano y Damià Calvet son partidarios del concepto, no de grito; son de “acariciar a la gente con palabras” (Scott Fitzgerald), frente a otros espacios de la ex Convergència, que se consideran rupturistas con el pasado, como Lliures, o la Lliga Democràtica de resonancias regionalistas. Ambas fuerzas se asociarán muy pronto, a través de un congreso unificador, previsto para marzo.
Desde el corazón de la diáspora nacionalista, Calvet reclama el testigo en medio de un magma neo-convergente que anhela el control y rechaza el unilateralismo de octubre del 17. Míster No tiene una ventaja: observa la República celestial de Puigdemont per speculum (como escribió el apóstol Pablo), pero confía en un futuro más prosaico.