La reunión entre los presidentes Sánchez y Torra se ha constituido en la gran noticia política de la semana en nuestro país. Una afrenta impresentable para unos, y una oportunidad para el reencuentro para otros. Y, especialmente, una enorme contribución, de unos y otros, al hastío ciudadano.
Sin embargo, con motivo de la reunión, ha emergido un dato muy relevador: la del jueves fue la tercera ocasión en que un presidente del Gobierno de España visita el Palau de la Generalitat. Lo hicieron, en su momento, Felipe González y José Luis Rodríguez Zapatero, mientras que en los 14 años en que gobernó el Partido Popular, ni José María Aznar ni Mariano Rajoy pisaron el Palau. Tres visitas en 40 años de vida en democracia. Tan lamentable como revelador.
En un país descentralizado, resulta fundamental diseñar mecanismos que faciliten una relación fluida entre Comunidades Autónomas, y entre éstas y el Estado. Y, precisamente, a causa de dicha descentralización, las instituciones estatales deben mostrarse especialmente presentes en todas las Comunidades. De lo contrario, la tendencia natural es hacer de cada Comunidad, un mundo autosuficiente y crecientemente alejado del conjunto del Estado y, también, de las Comunidades limítrofes.
Y las Comunidades donde más activo debe mostrarse el estado, sin que ello deba conllevar ningún tipo de trato preferente, es en aquellas que, por diversas razones, tienen una mayor tendencia a la emancipación del proyecto común que representa España. Entre ellas, en lugar destacado, Cataluña. Sin embargo, llevamos décadas en que sucede lo contrario.
¿Qué ha pasado? Entre muchas explicaciones posibles, destaco la conjunción de la estrategia pujolista con la pereza de los gobiernos de España. Jordi Pujol vino a decir: yo me valgo para conducir las peculiaridades catalanas, y les garantizo que, pese a algún episodio ruidoso, todo permanecerá bajo control. A cambio, no mareen, no vengan demasiado.
Un discurso que, vistos los buenos resultados iniciales, alimentó la pereza de los presidentes de los gobiernos de España por hacer de Cataluña un espacio tan propio como pueda serlo el mismo Madrid. Así, se llega a la situación actual: visitar el Palau de la Generalitat se convierte en un hecho excepcional para quien preside España. Un episodio más de esa incapacidad por moverse con naturalidad por Cataluña. Un factor para considerar cuando analizamos qué sucede en Cataluña. Aún estamos a tiempo de rectificar.