La globalización económica provoca que el crecimiento económico de un país dependa cada vez más de la coyuntura internacional. Una positiva lo eleva y una negativa lo reduce. En términos coloquiales, equivale a tener el viento a favor o en contra, respectivamente.
No obstante, a veces, aquélla constituye una magnífica excusa. Un gobierno que no lo hace bien, o que no adopta las medidas necesarias porque es provisional, atribuye a la situación exterior bastante más culpa de la que realmente tiene. En el pasado año, un poco de todo lo anterior pasó en nuestra nación.
En 2019, el PIB español creció un 2%. Cuatro décimas menos que en 2018 y al ritmo más bajo desde 2015. No obstante, lo hizo muy por encima de la zona euro (1,2%), Francia (1,2%), Alemania (0,6%) e Italia (0,2%). Por tanto, España volvió a ejercer de motor de la economía europea.
Las principales causas del menor crecimiento del PIB fueron tres: la desconfianza de las familias y empresas en la futura evolución de la economía, la incertidumbre generada por la existencia de un ejecutivo en funciones durante gran parte del año y la considerable desaceleración de la economía mundial.
Los dos factores iniciales afectaron negativamente de forma directa al gasto de los hogares y la inversión en construcción. Ambos, junto con el último, a la compra de maquinaria y herramientas. La primera partida pasó de crecer un 1,9% a solo hacerlo un 1,1%, la segunda del 6,6% al 0,8% y la tercera del 5,7% al 2,6%.
El recelo de los hogares y las compañías no estuvo basado en un elevado deterioro de las variables económicas. A lo largo del año, sin justificación aparente, fue calando en ellos el temor al retorno de una recesión similar a la de 2008. Los principales motivos fueron los efectos recuerdo y culpa, muy relacionados con la psicología, pero escasamente con la economía.
El primero viene dado por las numerosas cicatrices invisibles que la pasada crisis dejó en la mente de numerosos trabajadores y empresarios. Están convencidos de que lo pasaron muy mal porque no la vieron venir. Por eso, cuando llegó, tenían un elevado endeudamiento.
El segundo les lleva a ser excesivamente prudentes. Es el que les hace reducir su ritmo de gasto y aumentar su ahorro, al empeorar un poco las expectativas económicas por una deficiente coyuntura internacional. Una actuación no respaldada por las cifras, pues tanto a los asalariados como a los empresarios les fue mejor en 2019 que en el año anterior.
En el pasado ejercicio, la remuneración del conjunto de trabajadores por cuenta ajena, a través del aumento de los salarios y el empleo, creció un 4,8%. En cambio, en 2018 solo lo hizo un 4,1%. Una evolución más desigual la mostró el poder adquisitivo de los que ya tenían una ocupación. En 2019, por término medio, subió un 1,4%, siendo el mayor incremento de la década. En cambio, en el año anterior descendió un 0,5%.
Aunque no lo parezca, en el último ejercicio las empresas también ganaron un poco más (2,3% versus 2,2%). El elevado descenso del ritmo de la inversión en construcción fue principalmente debido a la escasa obra pública programada y a la mayor dificultad para vender viviendas. Este último un problema más relacionado con el posicionamiento de la mayoría de promociones (alto standing) que con la disminución de la demanda.
Indudablemente, la evolución de la economía mundial durante el último año perjudicó a la española. El PIB de la primera solo creció un 2,9%, lo hizo al menor nivel de la década y siete décimas menos que en 2018. La gran perjudicada por su elevada desaceleración habían de ser las exportaciones. No obstante, de manera sorprendente, no lo fueron.
En 2019, las ventas al exterior crecieron un 2,3%, una décima más que en 2018. La clave de la mejora estuvo en las exportaciones de servicios (turismo, consultoría empresarial, finanzas, seguros, etc.). Éstas crecieron un 5,2%, muy por encima del 2,3% del año anterior y de las de bienes que solo lo hicieron en un 1%
La desconexión entre lo sucedido y lo percibido por familias y empresas dejó en evidencia al gobierno, por provisional que éste fuera. El relato económico lo ganó la oposición, a pesar de que sus argumentos tuvieron escasamente que ver con la realidad. Lo hizo porque el ejecutivo no tuvo un discurso propio. Especialmente significativo fue el papel de la Ministra de Economía, quién demostró una gran preocupación por el déficit público y una escasa por el nivel de crecimiento.
En definitiva, la principal culpa de la desaceleración económica en España no la tuvo una deficiente coyuntura internacional, sino una gran desconfianza en el futuro de familias y empresas. Un recelo al que contribuyó decisivamente el reciente pasado y un gobierno provisional que no supo convencer a la población de lo que realmente estaba pasando.
La economía mundial no ayudó, sino perjudicó a la española. No obstante, lo hizo más de manera indirecta que directa. Por eso, el fuerte viento en contra padecido por otros países, al llegar a España, se convirtió en suave brisa. Una aspecto que los datos del INE dejan claro.
En 2018, la demanda externa resto 0,3 puntos al crecimiento económico. En cambio, en 2019 sumó 0,4. En un período de expansión, la última hubiera sido una cifra imposible de conseguir, si nuestro país hubiera quedado muy afectado por la coyuntura exterior. Por tanto, el principal problema estuvo en el interior. Un aspecto que queda muy visible al comprobar la aportación de la demanda interna al crecimiento económico en ambos años. Hace dos sumó 2,6 puntos, el pasado solo un 1,6.