Sostiene el fiscal, entre otras lindezas para argumentar la negativa a que el presidente de Òmnium Cultural, Jordi Cuixart, obtenga más permisos penitenciarios, que persisten en éste "distorsiones cognitivas resistentes al cambio". Vamos, que entre la realidad y lo que este hombre considera que es la realidad, hay una brecha de la anchura de un océano, y no parece que haya signos de que la situación, dentro de esta cabecita, vaya a mejorar.
El fiscal, que debe ser persona educada, no se atreve a decir que Jordi Cuixart está como una regadera. Ni falta que hace. Con decir que el tipo padece distorsiones cognitivas resistentes al cambio, nos entendemos todos. Se limita a resaltar una y otra vez, en su informe, que el preso sigue sin reconocer que está en la cárcel por haber cometido un delito, con lo cual difícilmente puede aspirar a reinsertarse en la sociedad. Un preso que le dice al juez que lo acaba de condenar que volverá a cometer el delito, y que no contento con eso, mientras está entre rejas escribe un libro titulado precisamente Ho tornarem a fer, no parece muy de fiar. Lo de escribir libros en la cárcel está muy bien, y hay una tradición al respecto entre la que se cuenta el mismo Hitler, pero ni siquiera éste se atrevió a escribir en el título que volvería a intentar un putsch en una cervecería, y se conformó con un neutro Mein Kampf.
Contra lo que pueda parecer, padecer distorsiones cognitivas es una forma sencilla de alcanzar la felicidad, no hay más que ver la cara de bobalicón de Cuixart cada vez que le enfoca una cámara, para entender que este hombre vive la mar de satisfecho en su propio reino de fantasía. Normal, ya que se lo ha construido a su medida. En su cabecita, no sólo no ha cometido ningún delito, sino que probablemente vive en libertad y en una república catalana independiente. Razón de más para que el fiscal se oponga a permisos penitenciarios. ¿Qué falta le hace salir de la cárcel a alguien que ya está fuera de ella, aunque sea en su imaginación?
Lo de "resistentes al cambio" referido a las anteriores distorsiones cognitivas, lejos de ser preocupante, le aseguran a Cuixart un futuro lleno de felicidad que no podrán romper ni los aguafiestas de turno. Por más que sus acérrimos enemigos intenten convencer al preso de que está en la cárcel, de que Cataluña no es más que una autonomía y, ya puestos, de que él es más bien feúcho, Cuixart se resistirá al cambio. Lo seguirá negando todo, y continuará enarbolando esa sonrisa de enfermo que no se entera de nada, que tan famoso le ha hecho. En su fuero interno, Cuixart estará en libertad y Cataluña no sólo es un Estado independiente sino que forma parte de la UE y es conocida en el mundo como la Dinamarca del sur. Y él se parece a George Clooney, por supuesto.
Tengo para mí que esas distorsiones cognitivas se contagian con la misma facilidad que el coronavirus, y afectan a todos los políticos catalanes que están en la cárcel e incluso a los que se hacen llamar, sin duda que irónicamente, exiliados. De ahí que todos den por sentado que jamás han cometido delito alguno y que la independencia de Cataluña está a la vuelta de la esquina, hay incluso uno que se considera presidente legítimo de quien sabe qué. El contagio debió de producirse cuando trabajaban codo con codo por su república, seguro que con la euforia del momento hubo besos y abrazos a mansalva. Ahí empezó todo, no importa que ahora sea imposible averiguar quién inició la epidemia, el caso es que no es que no merezcan permisos, es que, gracias a sus irreversibles distorsiones cognitivas que los aíslan de la realidad, no los necesitan para nada.