La política catalana es una jaula de grillos a imagen y semejanza del Congreso de los Diputados con diferentes protagonistas, pero hoy no hablaré de Madrid y su Corte sino de Barcelona y su Parlament. Me gustaría poder afirmar que el Procés ya es pasado pero sé que no lo es. No me quiero engañar porque soy catalán y respiro este medio ambiente contaminado.
Todos sabemos que desde hace un año la banda de Puigdemont está de gresca con la de Junqueras, pero la sangre no llegará al río porque los enemigos íntimos (exconvergentes y republicanos) están unidos por los presos, y la estelada, y compiten por el mismo electorado independentista.
El presidente del Parlament, Roger Torrent, no podía hacer otra cosa ante el informe en contra del informe de los letrados de la Cámara catalana. Es natural que Torrent no quiera hacer lo mismo que el presidente Torra, y que el Tribunal Supremo lo inhabilite por desobediencia. Torrent no es como Torra, una marioneta, hijo bastardo del huido de Waterloo.
Los letrados saben que el Parlament establece que el President del Govern tiene que ser parlamentario. Esta decisión esta firmada por Jordi Pujol. Al ganar las primeras elecciones de 1980 decidió que, cualquier candidato, para ser President tenía que tener un escaño porque el primer president no quería que la izquierda eligiera a su enemigo Josep Tarradellas, que apoyaba la triple alianza del PSC-PSUC y ERC que muchos años después pactó el Tripartito de Pasqual Maragall y de José Montilla.
Desde 2010 todo cambió, como el Estado. Artur Mas ganó, aunque no por mayoría absoluta como Mariano Rajoy. Ganó, pero no por méritos propios, sino por la galerna que asoló a Occidente que provocó la mayor depresión de nuestra generación y nos dejó ateridos de frío en un invierno de cinco interminables años que nos hicieron más pobres. Un efecto colateral de nuestra desgracia fue la irrupción del populismo y el separatismo porque España es diferente.