La asombrosa carrera política de Quim Torra, presidente 12.176 de la Generalitat (¿o quizá 12.177?... ¿O acaso 450.435?... ¡Es una institución antiquísima y los historiadores se descuentan!)…
La descoyuntada vida política de Torra no llega a su fin con su pueril desobediencia a las autoridades judiciales superiores que le dijeron “retira esa p… pancarta pero ya”.
Ni con la humillación de ayer lunes, cuando sus socios en el gobierno regional decidieron someterse al dictat de ese poder judicial español al que dicen despreciar y negar, pero al que cuando toca se someten, y le despojaron de su categoría de diputado en el parlamento catalán.
Esto, desde luego, provocará rozaduras y a lo mejor hasta rupturas entre las “famiglias” que gobiernan Cataluña y que se detestan entrañablemente. Normal. Están en juego las próximas elecciones y el subsiguiente reparto de miles de salarios y de “trapis”.
Ayer la decisión del Parlament de desposeer a Torra de su condición de diputado (y, en consecuencia de President de la Generalitat) quedó demorada hasta nuevas deliberaciones; pero en cualquier caso es asunto de un par de meses que el Tribunal Supremo lo inhabilite también como presidente.
Ahora bien, que Torra ya no pueda ejercer de president no quiere decir que no lo haya sido. El ex vendedor de seguros de la firma Winthertur ha sido, y seguirá siendo, “Molt honorable”, y por consiguiente tiene derecho a una jubilación espléndida, a un personal a su servicio, con chófer y secretarias incluidos, y dispondrá de una oficina en el Paseo de Gracia a cargo de los presupuestos generales del Estado.
Como sus ilustres predecesores: el corrupto Pujol, el demenciado Maragall, el montillesco Montilla, el astuto Mas, y el fugado Puigdemont. ¡Qué tropa fantástica! Dan para una tertulia en el Ateneo.
Desde su oficina, Torra podrá seguir emitiendo esas soflamas que ya desde el primer día le hicieron ser contemplado con asombro, esas soflamas algo recalentadas que emitía desde las tribunas del diario Avui, o Ara, o algún otro órgano del régimen de parecido prestigio político e intelectual, y donde acusaba a los españoles de ser alimañas feroces, y caníbales o poco menos. Ya desde el principio de su mandato algunos le observaban como a un sujeto un poco exaltado, y otros como a un “dead man walking”, o sea un cadáver que camina sin saber que está muerto.
Acaso intente aferrarse a la presidencial poltrona, aunque sin voz ni voto, humillado y ofendido, aunque sea degradando todavía más de lo que ha hecho hasta ahora la institución, porque su “familia” no tiene un sustituto presentable. Ni siquiera impresentable.
Por lo menos hasta el 23 de febrero, cuando acaba la inhabilitación de Artur Mas. Podemos estar seguros de que éste no nos fallará, éste siempre estará dispuesto a sacrificarse por Cataluña. Gran esperanza.